Prefacio

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Si me hubieran dicho hace un año que hoy estaría montando en moto por las carreteras de Georgia, con un machete en la espalda y dos pistolas en el cinturón, huyendo de muertos capaces de ponerse en pie para comerte, seguramente le hubiera tomado la temperatura a esa persona para asegurarme de que no estaba delirando. Pero claro, ahora la que parece delirar soy yo. Y no es para menos, con todo lo que ha pasado desde que se propagó este extraño virus y se decretó el estado de alarma en el país. Si al menos pudiera decir que sólo huyo de los muertos... Pero parece ser que hay cosas más peligrosas que muertos vivientes que sólo desean devorarte: los vivos.

Tras varios meses dando vueltas alrededor de Atlanta en busca de mi familia, ya casi he perdido la esperanza. Ya de por sí era escasa, dada la situación en la que nos encontrábamos cuando se desató esta locura. La posibilidad de que sigan con vida es remota. Ojalá no me hubiera alejado de mis padres el año pasado. Ojalá les hubiese cogido el teléfono alguna de las veces que me llamaban a la residencia, y no en el último momento. Ojalá el estúpido apocalipsis no me hubiera pillado en la universidad, a 1700 km de ellos. Y, sobre todo, ojalá hubiese podido estar aquí cuando mi padre tuvo el accidente. Nunca voy a perdonarme no haber podido sujetarle la mano en sus últimos momentos. 

El día que las líneas telefónicas dejaron de funcionar, lo último que supe es que mi madre y mi hermano debían huir de la ciudad, dejando a mi padre solo, en coma, en el hospital. Y esa fue la última noticia que tuve de ellos, desconozco el paradero de mi madre y mi hermano, y ni siquiera sé cuándo ni cómo moriría mi padre exactamente. ¿Sería porque las máquinas que le ayudaban a respirar dejaron de funcionar? ¿Sería porque algún militar le había metido una bala en la cabeza? ¿Estaría mi padre merodeando por ahí, convertido en algo que nadie imaginó nunca llegar a ver? Lo único que sé es que todo lo que he hecho, lo que he tenido que hacer estos meses para sobrevivir, ha sido gracias a la fuerza que me inspiran.

Siento que se me revuelve el estómago. Y no es por la escena sangrienta que acabo de ver en el arcén al pasar con la moto, sino por los recuerdos de estos últimos meses, que invaden mi mente. Me aferro con fuerza a los manillares, evitando el impulso de parar.

"Idiota, eres idiota Tanya" me digo a mí misma. Ojalá no me hubiera comportado como una cría, ojalá no hubiera caído en sus juegos. Puede que si no hubiera cometido tantos fallos en mi vida, si no hubiese mentido a mis padres, si hubiese estado aquí, mi padre aún seguiría vivo.

A pesar de que el mundo se ha venido abajo, siento que mis mayores preocupaciones nada tienen que ver con la nueva realidad que nos ha tocado vivir. No, para nada. Mis mayores temores viven en mi interior desde mucho antes de que empezara todo esto. Y lo que más miedo me da no es morir devorada por una horda de seres infernales. Lo que más miedo me da es afrontar las consecuencias de mis decisiones pasadas. Lo que más temo es mirar a la verdad a la cara.

Necesito eliminar de una vez la oscuridad que se ha ido instalando en mi mente, enmendar mis errores. Necesito dejar atrás mis demonios.


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Demonios (The Walking Dead)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora