Prólogo

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Nina's POV

Estacioné la camioneta justo enfrente de la entrada a mi nuevo hogar. Quité las llaves del coche y salí de éste. La brisa de la mañana me tambaleó un poco y despeinó mi cabello. El edificio de siete pisos era totalmente precioso desde el exterior, debía admitir que había hecho una elección ideal teniendo en cuenta que estaba muy cerca del centro de la ciudad y de la Universidad. Su diseño arcaico me había llamado la atención desde el primer momento, y aún sigue robándome el aliento.

Bloqueé el coche y prometí volver para recorrer el vecindario. Ya podía darme cuenta que era un vecindario familiar, había visto muchos niños desde el coche. También muchos estudiantes, que estaba segura que iban a la misma Universidad a la que yo me había anotado, ya que la otra más cercana estaba a media hora de aquí.

Apoyé el bolso en el capó del coche para revolver su interior en busca de las llaves que abrían el departamento. Al conseguir mi objetivo, seguí mi camino hacia el interior del edificio con una sonrisa en el rostro. Por fin lo había logrado. Comenzar los estudios terciarios y comenzar mi vida independiente.

Un hombre mayor leía una revista de decoración del hogar en un pequeño banco de madera a un lado de la puerta. Supuse que era el portero. Sin embargo no levantó la vista, se veía muy concentrado en su lectura.

No le presté mucha atención y continué mi camino. Estaba en el segundo piso, ya que le tenía terror a las alturas. No podría soportar estar en el séptimo piso. Así que luego de ver las habitaciones del segundo, me decidí por él. Además ese piso estaba casi vacío, sólo dos personas vivían allí y una de ellas casi no pisaba su departamento. Ya había venido a chequear el departamento y el camión de mudanzas no tardaría en llegar. Lo único que había eran cajas y cajas repletas de adornos y posesiones importantes.

Entré en el ascensor plateado y marqué el segundo piso en el tablero. Las puertas estaban a punto de cerrarse, cuando una mano se interpuso entre ellas, haciendo que éstas se abrieran a la fuerza nuevamente. Desde el espejo vi a un exhausto rizado, se veía fatal, como si hubiese corrido por más de media hora.

Chocamos miradas, y me dedicó una sonrisa torcida. Había que admitir que se veía bien en forma. Qué demonios, el muchacho estaba como quería.

El ojiverde se paró a mi lado en el ascensor. No habló. Sólo se inclinó y apretó el mismo piso al que yo iba. El ascensor se sumió en un silencio intimidante. Podía sentir su mirada quemar mi costado.

—¿Te puedo ayudar en algo?—Digo en un susurro, intentando no sonar grosera, aunque sé que fracaso.

El chico se lame los labios y sonríe hacia mí —¿Nos conocemos?

—No lo creo, acabo de mudarme.—Declaro, mirándolo por una fracción de segundo.

—Así que tú eres mi vecina, ¿eh?—Dijo coqueto. Me mordí el labio al ver como me escaneó de pies a cabeza con la mirada. Yo era demasiado vergonzosa, me sonrojaba por cualquier cosa, y no sólo bajo la influencia de chicos. Aunque en este caso este muchacho no me ayudaba demasiado. —Sabía que no nos conocíamos. Recordaría una chica tan caliente si la hubiese visto antes.

—Oh... Ya entiendo—Sonrío hacia él, encontrándome nuevamente con su sonrisa torcida.—Deberás esforzarte más que eso, guapo.

El tintineo del elevador me indicó que la puerta se abriría, y así lo hizo. Escapé de la presencia de mi nuevo vecino. Que pareció tardar un poco más en salir del ascensor. Sin embargo, pude oír como soltaba unas cuantas carcajadas.

(...)

Pasé una mano por mi frente, y de paso quité de mis ojos algunos cuantos cabellos que se habían escapado de mi cola de caballo. La mudanza había sido lo más cansador de toda la existencia. Nada que unas horas de siesta sin interrupciones no solucione. Todos mis muebles nuevos y algunos viejos estaban perfectamente ordenados en lugares específicos que había ideado desde el día en el que pisé este departamento.

Puse las manos en mis caderas e hice sonar mi espalda. Me dolía tanto que en lo único que podía pensar era en dormir hasta no tener noción del tiempo. Lloriqueé por lo bajo al ver que todavía quedaban cajas en la puerta. Esto iba a tardar lo suyo.

El teléfono inalámbrico comenzó a sonar, sabía que mis padres no eran ya que los había llamado esta mañana. Así que sólo podía ser una persona. Miré el número en el decodificador de llamadas y descolgué el teléfono.

—¿Qué tal marcha tu vida de solterona, amiga?—Oí la voz de Tamara chillar del otro lado de la línea.

Me dejé caer en el sillón rojo colocado contra la pared y sonreí. Tamara era una de las pocas amigas que había conservado de la secundaria. No es que no tuviese amigas, sino que la mayoría se habían anotado en universidades lejanas y la distancia cortó relaciones. Tami tenía planeado anotarse en la universidad de Colorado, y aunque estaba muy lejos de Florida, sabía que nuestra amistad perduraría.

—Bastante bien por ahora. No veo la hora de recorrer todo el lugar.—Dije, mientras quitaba las pelusas del sillón con las uñas. —¿Qué tal todo por ahí?

—Podría estar mejor si estuvieras más cerca de Colorado.—Refunfuñó. Conociéndola, en ese instante estaría haciendo un puchero como niña pequeña —¿Por qué tuviste que elegir Florida? Podrías haber escogido, no lo sé, ¿Kansas?

Solté una risa, ella siempre sabía distraerme y hacerme sentir bien—Tú, más que nadie, sabes que desde pequeña deseaba mudarme a Florida.

—Diablos, sí.—Rió—Sólo bromeaba. Estoy orgullosa de tus decisiones. Solo que estás lejos y verte tras una pantalla no es suficiente.

Me sobresalté al oír un ruido fuerte proveniente del pasillo. Seguido por unas cuantas maldiciones.

—Oye, Tami, te llamo luego ¿vale?—Sin darle oportunidad a responder, corté la llamada.

Me dirigí a paso rápido hacia la puerta, y antes de que logre llegar a la puerta, el castaño del elevador se presentó frente a mí. Se veía enfadado. Se había cambiado de atuendo. El gran polerón azul marino fue sustituido por una camiseta de Los Beatles con una chaqueta de mezclilla por encima.

—Oye, muñeca, ¿podrías correr las cajas de mi puerta? Casi me quedo sin cara por tu culpa.—Gruñó hacia mí, señalando la puerta con su dedo pulgar.

Me incliné hacia un costado y me golpeé mentalmente por ser tan desorganizada. Tenía razón. El chico guapo estaba en lo cierto.

—Diablos, lo siento mucho. —Torcí los labios. Levanté las mangas del jersey por encima de mis codos y troté hasta las caja frente a su puerta y la arrastré adentro de mi departamento — Todo esto de la mudanza hace que tenga la cabeza en mil sitios diferentes.

Sacudí el polvo de mis palmas y levanté la mirada hacia él. Él observaba con atención las pinturas recargadas sobre la pared. Todavía no encontraba el hueco perfecto para colgarlas. Aquellas pinturas merecían ser vistas por todo el que entrara al departamento. Él comenzó a levantar y dejar adornos en su sitio con casi todos los que reposaban sobre la cómoda. Que haya adquirido semejante confianza me ponía nerviosa.

—¿Se te ofrece algo más? —Dije. Ambas manos reposaban en mi cadera.

El chico rizado no me miró, pero sonrió. — No lo preguntes dos veces, muñeca.

Abrí la boca en completo disgusto. ¿Qué clase de broma era aquella? ¡Me conocía hace tan solo unas horas, demonios! Y ya le había dicho más de lo que me diría mi novio en un día. Si tuviera, claro está. Ya comenzaba a tener un mal juicio de él, pero solo porque se lo buscaba. Y porque yo era muy poco paciente.

—Tendría que haber dejado la caja delante de tu puerta. Así te habrías dado un golpe que te acomodaría las neuronas. O las hormonas. Para ti es exactamente lo mismo.—Él sonrió y abrió la puerta de su departamento. Oí la puerta ser azotada, pero aún lograba oír su risa al otro lado de la pared — ¡Y no me llames muñeca!

—¡Oblígame, muñeca! —gritó, y yo no pude evitar rodar los ojos. ¡Es que era insoportable!

—¡Cállate, vecino!


Aquí el prólogo. Espero que les vaya gustando tanto como a mí! 

¡Cállate, vecino! {timothée chalamet}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora