Carolina

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Poco después, tumbados en el sofá del salón y envueltos en mantas de lana, los tres miramos una sitcom.
Muy amablemente, los chicos me han quitado las esposas. Mis nalgas todavía queman un poco, pero es una sensación nada desagradable: no es que me hayan
pegado con fuerza, solo con la intensidad necesaria para que me excitara.
«Aparentemente, saben de su oficio» pienso ensimismada. Mi cabeza reposa en el regazo de Liam y mis pies, encima de los muslos de Marcos. Liam me acaricia el
pelo, mientras que Marcos me regala un masaje en los pies. ¡Qué bonito que te mimen dos hombres a la vez! Cierro los ojos y me relajo.
Tal vez sea el momento idóneo para preguntarles a mis dos anfitriones sobre temas que me rondan por la cabeza.
–¿De dónde os conocéis? –pregunto.
–De toda la vida –contesta Marcos–. Liam, Álex y yo estuvimos los tres en el mismo internado.
–¿Y desde entonces sois amigos? –insisto.
–Bueno, hubo un acontecimiento que afectó a Álex. Unos chicos mayores se metían con él y Liam y yo le ayudamos. Todo acabó en una gran pelea, pero a partir de
ahí, dejaron en paz a Álex y desde entonces somos buenos amigos. –me contesta Marcos, sin dejar de masajearme los pies. Liam continúa mirando fijamente la
televisión, como si las preguntas no fueran con él. Menos mal que Marcos es más propenso a proporcionar información.
–¿Y eso de compartir una mujer lo habéis hecho desde siempre?
Marcos suspira:
–No, desde siempre no. Una cosa llevó a la otra y finalmente acabó estableciéndose sin más.
Doy vueltas a su última frase: «¿Cómo es que algo puede ‘establecerse’ sin más”? » me pregunto, asombrada.
Liam ha dejado de acariciar mi cabeza. Se nota que no le gusta que pregunte tanto.
–Estoy bastante cansado –comenta–. Mañana me levanto temprano, tengo una reunión importante. Si quieres puedes dormir conmigo o con Marcos o si no, en la
habitación de invitados. Lo que más te apetezca–. Se levanta y desaparece hacia el baño.
–A Liam no le gusta que se le hagan preguntas, ¿verdad? –me dirijo a Marcos.
–Pues no, no le gusta nada –me contesta–. Es bastante susceptible en este punto y tiene sus motivos…
Sigo con la mirada a Liam y por primera vez percibo la soledad que envuelve a este hombre galante y carismático. ¿Quién eres, Liam?
Me despido de Marcos con un abrazo, deseándole las buenas noches, y decido dormir en la cama de Liam. Tengo la sensación de que no quiere quedarse solo esa
noche. Me limpio la boca y me meto en la cama con él, desnuda.
–Ey –susurro– ¿todo bien?


–Ey –susurro– ¿todo bien?

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–Mmm... sí –me contesta Liam con un murmullo,
–¿Es por lo de Marcos? –pregunto–. Fuiste tú que quería que me entendiera bien con él y me lo ligara.
–Eso forma parte del acuerdo, ¿o no? –rebate Liam, asombrado–. Si no, nuestras reglas de convivencia no darían ningún sentido.
«Para mí, las reglas de convivencia, de todas todas, no tienen ningún sentido, y para todas las demás personas normales, probablemente tampoco.» Pero eso es lo
que pienso, no se lo digo.
–¿Y entonces, qué es lo que te pasa? –le pregunto.
–Nada, a dormir–. Liam se da la vuelta y me envuelve con sus brazos–. Menudo bichito –murmura, besándome la nuca–. A dormir.
Poco después oigo la respiración tranquila y regular de Liam, se acaba de dormir. A pesar de todos los acontecimientos excitantes no estoy cansada. Tengo
demasiados pensamientos dando vueltas en mi cabeza. ¿Con qué tipos más extraños y misteriosos he ido a parar?.

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