Carolina

13 1 0
                                    

Estoy recogiendo mis cosas tras la segunda ducha del día, cuando oigo un pitido de mi teléfono. La pantalla me informa de un mensaje nuevo; le doy al icono.

¿Y qué? ¿Seguís vivos u os habéis matado ya?

El SMS de Liam me hace sonreír. La pregunta es más que fundada. Le contesto rápido:

Yo sigo viva. Pero acabo de rematar a Marcos jugando al bádminton.

Oh, no le sentará bien. No le gusta perder.

Ya me he dado cuenta. ;-) ¿Cuándo vuelves?

Alrededor de las 16h. Mientras tanto, podrías acostarte con Marcos, así volverá a estar contento.

¿Lo dices en serio?

¡Sí, disfruta! Luego esta noche me toca a mí ;-)))

¡Ya veremos!

Claro que sí ;-), no puedes resistirte. Hasta ahora, angelito.

Vuelvo a guardar el móvil, algo perpleja. Que el hombre con quien me acuesto no tenga nada en contra de que lo haga también con otros, es algo a lo que me tengo
que acostumbrar todavía.
Me quedo pensativa: ¿Sería diferente si Liam y yo fuéramos pareja? Tal vez haya compartido también sus parejas con Marcos y Álex o tal vez no haya tenido
nunca una pareja hasta ahora.
No puedo negar que me guste Liam. Es más, me gusta mucho. Pero no puede ser más que esto: ‘gustar mucho’. De momento, no es cuestión de tener una relación.
La separación de Tobías es aún muy reciente y aunque me empeñe en odiarle, no lo logro siempre. A parte de esto, Liam no parece estar interesado en una relación, en
absoluto. Por eso creo que no está mal si me ocupo un poco de Marcos. Ensimismada, me pongo mis zapatos, empuño mi bolsa y busco a Marcos.
Marcos está sentado en un sofá acogedor en la entrada y está hojeando un magazín para hombres. Al acercarme, levanta la mirada:
–¿Lista?
Asiento con la cabeza.
–¿Conoces una cafetería que esté bien por aquí cerca?
–¿Realmente quieres pagar un café al perdedor? –pregunta, guardando la revista y levantándose del sofá.
–Si te apetece. A no ser que no te queden fuerzas para mantener una taza –le provoco. Me encanta tomarle el pelo, tanto, que me es difícil parar. Y creo que esta
manera de tratarnos también le gusta a él.
–Qué mala eres –me contesta, dándome un empujoncito. De golpe, dibuja una sonrisa–. Tengo una idea mucho mejor de lo que podemos hacer ahora.
–Déjame adivinar: ¿quieres sexo?
–No. –Marcos sacude la cabeza, riéndose–. Aunque estoy dispuesto casi siempre a ello, hay una cosa que es tan buena como el sexo.
–Que sería…
–No te lo voy a decir. Ya lo verás. Tengo curiosidad por ver si luego todavía sigues siendo una bocazas.
Miro a mi alrededor, asombrada. Mientras tanto, hemos salido de la ciudad y seguimos un camino de bosque, rodeado de viejos robles gruesos. La carretera es
estrecha y mal reforzada.
«Espero que el coche eléctrico lo aguante, me digo a mí misma. Y sobre todo espero que llegue la electricidad.»
Imaginarme sola con Marcos, tirada en medio del bosque, me espanta un poco. De repente entro en pánico. No sé nada de este hombre, todavía no he tenido tiempo
de preguntarle nada personal. ¡¿Tal vez sea un asesino en serie y yo, su próxima víctima?!
Desde siempre tengo una fantasía exuberante, pero ahora me está jugando una mala pasada proyectándome las imágenes más atroces. ¿Tal vez sea mejor saltar del coche, aunque esté en marcha?.
–Ey, ¿Cómo es que de repente estás tan calladita? ¿Tienes miedo de los árboles? –me pregunta Marcos y me mira de reojo, desconcertado–. ¿O crees que te llevo al
bosque para matarte?
Miércoles, ¿por qué es tan fácil leerme el pensamiento?
–Me estaba preguntando adónde me llevas –contesto con una voz lo más inmutable de la que soy capaz.
–No te preocupes, no tenía pensado enterrarte en el bosque. Me perdería lo mejor –me guiña un ojo–. Casi estamos. Este camino es un poco más pesado, pero
mucho más corto del que hubiera sido seguir la carretera.
El bosque se aclara y se nos va abriendo la vista a una explanada. Marcos conduce el coche directamente a la llanura, en cuyo lado derecho se entreven algunos
aviones.
Un aeródromo. Espero que Marcos no quiera llevarme a dar una vuelta en avión.
No me gusta nada volar, tengo mucho miedo a las alturas. Y si no me queda otra, desde luego no con una de estas avionetas, son las que se estrellan continuamente.
–¿Qué hacemos aquí? –pregunto cautelosa–. ¿Es que tienes un avión y me quieres impresionar con tus dotes de piloto?
–No –Marcos sacude la cabeza–. No tengo carné de piloto. ¡Haremos otra cosa mucho mejor!
–¿O sea?
–¡Saltar en paracaídas!
–¡No! –dejo escapar un grito, horrorizada–. ¡Olvídate, yo no salto de un avión!
–Venga, no seas gallina. Yo salto contigo. Tengo la formación de paracaidismo, tú estarás unida a mí. No te pasará absolutamente nada. Créeme, es lo que te da el chute definitivo, es casi tan bueno como el sexo.
–Pero es que tengo miedo de altura. –contesto con voz aguda.
–¡Ya lo sabía! –Marcos me mira despectivo–. ¡Mucho ruido y pocas nueces!
Touché. No es que no quiera ceder a la primera, pero saltar de un avión, eso es pedir demasiado.
–Venga Caro, nos cambiamos y subimos. Y si luego no quieres, no saltamos. –Me intenta convencer Marcos.
Intentar convencerme poco a poco, para que luego haga algo que en mi vida haría, parece ser una constante en la táctica de los chicos. De la misma manera me ha
intentado engatusar Liam.
He hecho ya tantas cosas en los últimos días que nunca hubiera pensado hacer, que subir a una avioneta de éstas no será gran cosa, ¿verdad?
Una vez en el aire, me arrepentiré seguro, pero por lo menos lo quiero intentar.
¡La nueva Carolina ya no se esconde detrás de sus miedos!
–De acuerdo, pero si finalmente no quiero, volvemos a aterrizar –le contesto.
Marcos asiente con la cabeza.
–Ningún problema. ¡Me encanta que lo quieras probar!
«Dios mío, ¿qué estoy haciendo?» me digo a mí misma cuando el avión de hélice despega poco después. A pesar de llevar un traje de paracaidismo encima de mi
ropa, de repente me entra frío. Noto como me vence el pánico.
–Carolina, mírame. No tengas miedo. Concéntrate en tu respiración. ¡Tienes que inspirar y espirar hondo! –me grita Marcos, intentando vencer el ruido del avión.
–¿Qué eres? –grito a mi vez, intentando suprimir el miedo que empieza a brotar–. ¿Un maldito coach personal, o qué?
Marcos no contesta, sino que me levanta del suelo y engancha mis arreos a los suyos, luego abre la escotilla del avión.
Me atrevo a dar un vistazo, pero me agarro a mi cinturón, en pánico.
–No –grito–. ¡Para! ¡No quiero!
Sin embargo, Marcos continúa empujándome hacia la escotilla. Con todo su peso se deja caer encima de mí, arrastrándome al vació, dejando atrás el avión seguro.
–¡Noooooo!
«Maldito cabrón», es lo que aún puedo pensar antes de que me invada un chute de adrenalina que, de haber estado de pie, me hubiera hecho caer en redondo.
Marcos me coge de las manos y abre mis brazos, luego tira del primer paracaídas.
Dios mío, estoy volando.
No sé si reírme o llorar.
En mi vida lo hubiera hecho voluntariamente, pero tengo que darle la razón a Marcos, ¡es la locura más absoluta!
–¡Cabrón! ¡Canalla! ¡Idiota! –le espeto, tamborileando airada sobre su pecho. Menos mal que hemos aterrizado bien, me acaba de liberar de los cinturones–. Me
prometiste que no saltaríamos si no quería.
–¿Ah, pero no querías?
–No, no quería.
–¿Y porqué no me dijiste nada? –me pregunta Marcos, guasón.
–¡La verdad es que eres un cabronazo!
–Gracias por el cumplido. Venga, ¿eso es fantástico o no? A veces hay que superarse para poder experimentar cosas nuevas.
Mis piernas son como de gelatina y mis manos tiemblan, pero me siento bien. De alguna forma, viva y dinámica. Sé lo que quiso decirme Marcos con esta actuación,
pero tampoco hacía falta que fuera tan contundente. En los últimos días he hecho muchas más cosas de las que nunca hubiera imaginado. Y sí, me ha gustado. Hasta ahora no hay nada que no me haya gustado de lo que he hecho con Liam o Marcos. Y estoy segura de que Álex también tiene algunas cosas que ofrecer.
–Me lo pensaré –le comento.
–¿De qué hablas? –pregunta Marcos.
–¿Esta fue la razón de todo eso, no? Quieres que me supere, que entre a vivir al piso y firme vuestro extraño contrato.
–No sé de qué me hablas…–dice Marcos, haciéndose el inocente.
–Y sí, el salto me ha gustado, aunque al principio pensaba que me iba a morir –continúo.
–¿Ves? ¡Ya lo sabía! ¡Creo que me he ganado un beso!
–¡Olvídate! ¿Qué te crees, que voy a besar a alguien que me acaba de tirar de un avión?
–¡Por supuesto! Es exactamente lo que harás –rebate Marcos, coge mi cara entre sus manos y me regala un beso. No me resisto, sino que se lo devuelvo. Nos
besamos hasta que nos desprendemos uno de otro, jadeando.
–Vamos a casa, rápido. ¡Te quiero desnuda! –gruñe Marcos.
Nada más entrar en el piso, nos lanzamos a abrazarnos. Marcos ha sido capaz de que me olvide de Liam. En este momento solo le quiero a él, solo a él. El pequeño
juego de poder es lo que más me excita. El aire entre nosotros es pura energía.
Mi nivel de adrenalina sigue tan alto que estoy flotando. Beso a Marcos, mordiéndole levemente los labios.

Los Caballeros del Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora