Carolina

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- ¡Ey, Carolina! –Algo me hace cosquillas en la mejilla.
–¿Qué? –refunfuño dormida.
–Tengo que irme. No saldrás corriendo, ¿verdad? Cuando vuelva esta noche, todavía estarás por aquí, ¿no?
Entreabro un poquito los ojos. Liam está sentado frente a mí, con traje y corbata, y acaricia mi mejilla.
–¿Quieres que me quede? –le pregunto.
–Sí, claro –me contesta Liam.
–Pues entonces me quedo.
Liam me regala una sonrisa:
–Me alegro. Esta noche hablaremos con Marcos de cuánto tiempo quieres y puedes quedarte, antes de ir a la fiesta, ¿de acuerdo?
–¿Qué fiesta? –pregunto alarmada. Con estos chicos, nunca se sabe.
–Una fiesta por un lanzamiento. Marcos también está invitado. ¿Por qué no te pones el vestido que compramos antes de ayer? Lo único que queda por decidir es
cómo te presentamos, igual como prima lejana o algo por el estilo.
–¿A las mujeres que conviven con vosotros, siempre os las lleváis a las fiestas? –le pregunto–. Pues entonces tenéis que tener muchas primas.
Liam se ríe.
–No, de hecho no lo hacemos nunca, pero a ti, tengo ganas de llevarte. De todas formas, contigo todo es diferente.
No estoy segura de si pretendía ser un cumplido. A mí me encantan las fiestas y tampoco me importa quedarme unos días más en esta fantástica vivienda. Además,
empiezo a acostumbrarme a estos inquilinos extravagantes.
–De acuerdo, pues nos veremos después. Que vaya bien la reunión –le digo.
–Gracias, te deseo un buen día. Y pórtate bien con Marcos.
–¿Cómo de bien quieres que me porte? –pregunto chula.
–Eso, lo decides tú. –Liam me guiña un ojo–. De todas formas, tan bien que luego no se me queje. ¿Te crees capaz?
Asiento con la cabeza:
–Creo que sí. –Liam se ríe, satisfecho. Me da un beso en la frente y desaparece.
En el fondo, Marcos es muy amable, me digo a mí misma. De acuerdo, tiene un problema de dominancia. Pero sabe bailar y cocinar. Y el beso tampoco fue nada mal,
y por lo demás…
Por vez primera me imagino los tres hombres juntos y a la vez en este piso. La idea me excita tanto que decido tomar una ducha fresca. En esta casa es imposible
pensar en otra cosa que no sea sexo.
Después de la ducha me siento lo suficientemente despierta para desayunar. Ayer tarde comí muy poco de lo que había preparado Marcos; estaba demasiado
distraída. Ahora mi estómago protesta con furia. Me preparo dos tostadas y abro la nevera para buscar un yogur. De Marcos, ni rastro. Probablemente esté durmiendo
todavía. Es un buen momento para navegar un poco en Internet. Puede que descubra más sobre Liam. Si realmente tiene tanto éxito en el ámbito económico tiene que
haber numerosos artículos sobre él. Busco mi bolso y saco mi móvil. No hay llamadas perdidas. Menos mal, esta vez, mi madre parece atenerse a mi petición de
dejarme en paz.
Me siento a la mesa del comedor con mi desayuno y aprieto el icono del navegador. En el buscador tecleo ‘Guillermo Aldeconde’ y me aparecen un sinfín de
resultados. Rastreo las páginas y leo un artículo sobre la familia de Liam. Después de la segunda guerra mundial, sus abuelos, muy hábiles para el comercio,
construyeron todo un imperio de empresas. El hijo, padre de Liam, se hizo cargo de la empresa que hoy en día lleva Liam. Parece no tener hermanos, al menos no
encuentro información al respecto. En otro artículo se destaca su compromiso con una organización para la ayuda a la infancia, para la que ha asumido el patrocinio.
Todos destacan su imagen de hombre rico y exitoso, pero con una acentuada vena social.
Sin embargo, sobre su vida privada no encuentro nada, absolutamente nada. Nada sobre ex novias, aficiones u otros intereses, nada de nada. En cuanto a su vida
privada, Liam parece un fantasma.
Suspiro, decepcionada. El buscador no me ha aportado nada.
–Hola, buenos días. ¿Qué haces? –La voz de Marcos me saca de mis pensamientos. Rápidamente cierro el navegador de mi móvil. No quiero que se de cuenta de que
estoy buscando información sobre la vida privada de Liam.
–Buenos días –le contesto, girándome hacia él–. Solo he mirado mis mails.

–¿Algo importante?–No, solo publicidad –le miento

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–¿Algo importante?
–No, solo publicidad –le miento. Me propongo controlar mis mails de verdad en cuanto tenga ocasión, aunque no cuento con recibir correos interesantes.
Normalmente, solo me llegan e-mails de publicidad.
Marcos se desplaza descalzo hacia la nevera y saca un yogur y un vaso de agua. En sus bóxers, su torso desnudo y el pelo rubio revuelto, es muy apetecible.
–¿Liam ya se ha ido? –quiere saber Marcos.
–Sí –le contesto, sonriéndole–. Me ha encargado que te trate bien.
Marcos dibuja una sonrisa:
–¡No lo lograrás nunca!
–Bueno, tengo todo el día para intentarlo.
–Me alegro de que te quedes un poquito más.
–¿Pues, entonces estás de acuerdo?
–Sí, pero entonces, tarde o temprano te tocará. Lo sabes, ¿verdad? Lo de ayer no vale –opina Marcos y se sienta a la mesa, a mi lado.
–¿Ah no? –pregunto, arqueando una ceja.
–No, claro que no, no me he acostado contigo.
–Vaya –rebato– ¿y por qué será? Ah sí, es verdad, te corriste demasiado pronto.
–Ves, no eres capaz de portarte bien conmigo ni cinco minutos –constata Marcos y sacude la cabeza, aparentando estar enfadado.
–¿Qué, te pones a llorar? –le pregunto insolente.
–No, pero tú sí –contesta Marcos. Agarra su vaso y me tira el agua a la cara, sin preaviso.
–¡Ey! –me quejo–. ¡Qué idiota eres! –El agua chorrea por mi cara, empapando mi prenda de arriba.
Marcos me observa, guasón.
–¡Oh, perdona! No quería. Es que el vaso se me cayó de la mano. ¡Lo siento!
Qué canalla, pienso para mí.
Por lo visto, no soy capaz de portarme bien con él. Tiene una manera de ser que me provoca.
–¿Quieres que te cuelgue tu camiseta en el baño? –pregunta Marcos, inocente–. Pero tendrás que desnudarte.
–¡Ya te gustaría, ya! –bufo.
–Ayer, cuando estabas estirada en esta mesa, con tus nalgas al aire, me gustabas más –rebate Marcos–. No estabas tan guerrera.
Noto como me sonrojo, sin embargo tengo una contestación para él:
–Y tú, también me gustaste más ayer en esta silla, tan amable y calladito.
–Touché –se ríe Marcos–. ¿Qué te parece si vamos al centro deportivo y medimos nuestras fuerzas jugando un partido de bádminton? ¿Tienes ropa deportiva en
tus cajas?
La idea no está mal. Quedarme todo el día con Marcos a solas en este piso, a la larga podría ser cansino. Y probablemente también peligroso.
Además, me gusta jugar al bádminton. En mi ciudad natal jugaba a menudo, y durante una época, hasta jugaba en un club deportivo.
–Muy buena idea –le contesto–. Vámonos. Dame el tiempo para buscar mi ropa deportiva y ponerme algo seco. Sabes, algún idiota me acaba de mojar.
–Qué bicho más insolente. Ya te dejaré más mojada jugando a bádminton.
¡Ya lo veremos!
A decir verdad, pensaba que Marcos saldría del garaje con un coche deportivo o tendría también un coche con chofer. Pero me quedo sorprendida al ver que se para
delante de un pequeño coche eléctrico.
–¿Este es tu coche? –pregunto asombrada.
–Sí, ¿algo en contra? Para la ciudad, me gusta más un coche eléctrico. Es más ecológico.
–Bien hecho –le comento y dejo mi bolsa de deporte en el maletero.
En general, Marcos parece ser mucho más abierto que Liam. Sé que baila bien, que le gusta cocinar y el deporte, y que se preocupa por el medio ambiente. Esto es
más de lo qué sé sobre Liam. Cierto, Marcos es un macho, pero no un libro con siete sellos como Liam. En cuanto se presente la ocasión, le preguntaré a qué se dedica.
–Maldita sea, no me has dicho nada de lo bien que juegas a bádminton –se queja Marcos hora y media más tarde, calmando su sed con un largo trago de su botella de
agua.
Me quito el sudor de la frente y sonrío, satisfecha. Marcos resultó ser un adversario difícil, pero al final, he ganado yo.
–Ah, ¿no te lo había comentado? –le rebato.
–Pues no, no me lo habías comentado. Además, no me gusta perder –gruñe Marcos.
–Lo siento, la verdad –le digo, tintineando con las pestañas–. Duchémonos y luego, como compensación, te invito a un café.
No puedo tirar el dinero sin más, pero creo que dos cafés, aún me los puedo permitir.

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