5

104 13 3
                                    

Alguien había puesto música, (seguramente un disc-jockey contratado por su eficiente mujercita). Sonaba la voz del pelirrojo británico Ed Sheeran con su "Thinking out loud". Eleazar no entendía la letra pero sin duda era algo hermoso. Asió a Cristina por la cintura y comenzó a moverse cadencioso al ritmo de la suave melodía.

- Esta canción es ideal para bailarla pegados.

- ¿Cómo lo sabes, Eleazar?

- La música solo hay que sentirla. No es necesario entenderla.

Ella se dejó llevar por los hábiles pies de su jinete. Era un bailarín magnífico con cualquier ritmo. Eleazar Montero y la música eran pura simbiosis. Lo llevaba en la sangre. - ¡Es cierto! - Le contestó con la cabeza apoyada sobre su pecho recio. Las palpitaciones de su corazón eran rítmicas y fuertes como todo él. Levantó la mirada para decirle.

- ¿Quieres saber que dice?

Él movió la cabeza en un gesto asertivo. Le miró fijamente a los ojos para recitarle parte de la letra.

- Estoy pensando en como las personas se enamoran de formas misteriosas. Tal vez solamente con el roce de una mano. –Acarició con las pequeñas yemas de sus dedos el dorso de su mano entrelazando sus dedos con los de él. Aquel sencillo gesto erizó todo su vello. Ajena o sumergida tal vez en las mismas sensaciones prosiguió recitándole. - Yo me enamoro de ti todos los días y simplemente quiero decirte; que estoy enamorada. Así que cariño ahora, acógeme entre tus brazos amorosos. Bésame bajo la luz de miles de estrellas. –Recordó mientras la estrechaba aquella primera noche en el Rocío contemplando el cielo estrellado y oyó las últimas frases como una letanía. - Coloca tu cabeza sobre mi latente corazón. Estoy pensando en voz alta. Quizás hallamos el amor justo en donde estamos.

La besó apasionado allí mismo. Sin importar quienes les rodearan. Al fin y al cabo era su esposa. Toda ella era suya. Cuando se apartó casi sin aliento le susurró.

- Fue un misterio maravilloso. Que repetiría una y otra vez, morenita. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho, mucho tiempo.

Aquella noche estaba especialmente atento, Don Dulce resplandecía en todo su magnificencia. Ella solo sonrió, aún intentaba recuperarse del arrobador beso recibido en mitad de un local atestado. Su sobrina andaría por ahí cerca con su novio; también Alberto. Pero lo que más le preocupaba eran los paparazzis quizá hubiera más de uno oculto en las esquinas a la caza de una imagen. Con un movimiento de cabeza trató de apartar esos ridículos pensamientos de su cerebro. Estaban casados. Todo el mundo lo sabía. ¡Al diablo los periodistas! Dejó la timidez a un lado, y poniéndose de puntillas ratificó. - Tú también eres lo mejor que me ha pasado. –Y le plantó un sonoro beso en la boca.

De repente la magia se diluyó con la llegada de un tornado; alguien se abalanzó sobre ella por la espalda abrazándola y le gritó.

- ¡Tía! ¿Sabes que eres increíble?

Se giró sorprendida para descubrir a Sira y le contestó. - Bueno... he hecho lo que he podido. –Y le devolvió el abrazo.

- Pues es mucho, ¿Sabes?

- ¡Sí! - Contestó la voz inconfundible de Alberto como si fuera su siamés surgiendo por detrás de la muchacha. - Ya quisieran muchos decoradores de alto standing haber hecho esto. ¡Enhorabuena, nenita! –Se acercó a ella entretanto miraba de soslayo a Eleazar y le dio un beso en la mejilla. Iba a intentar la misma jugada con el jinete pero éste, hábil, interpuso su mano entre ambos. El peluquero hizo un mohín de disgusto aunque enseguida se dibujó una sonrisa traviesa en su rostro. Sin ningún recato acercó la cara al oído de su amiga y le susurró.

Para siempre Dulce y Amargo. (Henry Cavill)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora