2. La ansiada paz

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La ansiada paz

Observé el paisaje rumbo a Santo Thomas por la ventana del auto de papá

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Observé el paisaje rumbo a Santo Thomas por la ventana del auto de papá. Siempre me había gustado el aire místico que flotaba entre sus bosques de pinos, sus sierras rocosas y la neblina que aparecía cada mañana. No había cambiado nada en los últimos tres años, desde la última vez que estuvimos ahí para visitar a la abuela, pero yo sí había cambiado mucho y la única razón de la que estuviese ahí dentro era porque me había obligado a descansar.

No me hacía gracia pasar dos semanas en medio de un pueblo pequeño, alejada de mis investigaciones sobre mi círculo de sangre. Tampoco me hacía gracia porque Luca volvería de sus vacaciones al final de la semana y yo no estaría ahí. Sumaríamos siete días más a nuestra separación y eso me ponía de los nervios.

Pero, de nuevo, me había obligado a descansar.

Cuando me di cuenta de que estaba detonada, de que los pensamientos me quemaban por dentro y de que alimentaba pesadillas sin sentido, papá regresó a casa diciendo que le habían autorizado finalmente las vacaciones y que podía pasarle sus clientes a su compañero de trabajo. Mamá arregló todo a último momento y yo no me negué. Si las invocaciones no funcionaban y los rastrillajes no daban resultado, me quedaba sin opciones para continuar.

En realidad, no tenía más opción que esa. Estaba orillada a apartarme de todo.

—La abuela se pondrá muy feliz de verte —dijo mamá, cuando pasamos el enorme cartel al ingreso de Santo Thomas—. Nos hará bien pasar tiempo de calidad en familia sin...

Cerró la boca cuando papá la miró de reojo. Podía notarlo desde el asiento de atrás y me mantuve en silencio cuando cruzaron expresiones de cautela. Preferí fingir que no lo había notado, porque la verdad también hacia eso por ellos. Quería darles la ilusión de estar haciéndome un bien.

La casa de la abuela estaba a las afueras del pueblo, en las laderas de una de las sierras del valle de Santo Thoma. Tenía una entrada de grava que iba colina arriba y los enormes pinos coronaban los tejados con sus ramas.

Se había mudado allí luego de que el abuelo falleciera, diez años atrás. Yo era muy pequeña para recordarlo bien, pero ella decía que ese era su lugar en el mundo, pues con mi abuelo habían deseado tener una casa en Santo Thomas. Las enfermedades que lo aquejaron por décadas no lo hicieron posible y, antes de morir, me contaron que le hizo prometer a su esposa que finalmente comprarían el hogar de sus sueños.

La historia siempre me pareció emocionante, al punto de darme escalofríos. No tenía muchas memorias de mi abuelo, pero sí tenía presente todos sus cuentos, que usualmente tenían bosques como los de ese valle entre las sierras. Entonces, era como si él estuviese ahí, flotando con la neblina, susurrando con el viento a través de las ramas de las coníferas, acompañando a la abuela después de su muerte.

Ahora que yo misma veía a la muerte de una forma distinta, no percibía la historia de la misma manera. Si me agradaba que la abuela fuera feliz, honrando el sueño que compartió con el amor de su vida, pero ya no creía que el abuelo estuviese por ahí. Era más, sabía que no estaba por ahí.

Sueños enterrados (Suspiros Robados 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora