9. Sacrificio

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Sacrificio

No sabía por dónde empezar

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No sabía por dónde empezar.

La mañana siguiente me quedé sentada en la cama, mirando el bosque que rodeaba la casa de la abuela. Apenas si había podido dormir y me sentía tan devastada que no podía ordenar mis ideas, porque principalmente no tenía ni una pista.

A menos que... considerara al cuervo como una pista.

Me vestí rápidamente y bajé a encontrarme con la abuela, que estaba preparando unas tostadas para el desayuno. No me hizo ningún comentario sobre mis peculiaridades, más bien prefirió preguntarme por cómo había pasado la noche y sí había tenido calor.

Comí sin preguntarle también qué pensaba de todo lo que le conté, pero al final me animé a inquirir si se había comunicado con mis padres. Por las dudas, claro.

La abuela me miró de reojo.

—Me dijiste que no lo hiciera, ¿crees que soy tan mala abuela? —replicó, poniéndole kilos de mermelada a una tostada nueva y dándomela antes de que me terminara la mía—. ¿Qué vas a hacer ahora, entonces?

Apreté los labios y giré la cabeza hacia la ventana, hacia el bosque de nuevo.

—No sé. No me... voy a quedar mucho acá tampoco. Puedes rastrearme fácil. Seguro van a pensar que es el primer lugar al que vendría después de investigar un poco.

Durante un instante, la abuela se quedó callada. Después, sacó un fajo de plata de su bolsillo, tan grande como el que me había dado mamá. Me lo puso junto a la taza de té y me hizo un gestito con la cabeza. Yo solo la observé con la boca abierta.

—¿Estás loca, abuela? —susurré, observando la cantidad de billetes de 1000 pesos que había en el fajo. Con solo mirarlo me daba cuenta de que era más dinero del que me dio mi madre.

—Me insultas, Serena —replicó ella—. Lo vas a necesitar.

—No puedes darme todos tus ahorros.

—¿Tu crees que en serio esos son todos mis ahorros? —bufó, agitando la mano—. Y, además, ¿qué gastos crees que tengo yo, una vieja viuda? La mayoría de mi dinero lo guardo para mis nietos. Y en este momento tu eres quien más lo necesita.

Mi moral me decía que no debía hacerlo, pero mi lógica y mi necesidad de supervivencia me hicieron tomar el paquete igual. Me sentí un poco cohibida, pero la abuela me sonrió y se estiró para darme una palmadita en el brazo.

—Gracias —respondí.

—Sé que es probable que no te quedes mucho tiempo aquí. Así que vas a necesitar dinero para moverte y esconderte.

Le sonreí también y asentí con la cabeza.

—Gracias, abue, no sabes lo bien que me va a venir.

Sueños enterrados (Suspiros Robados 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora