6. Lo que calla la sangre

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Lo que calla la sangre

Me quedé a cenar en la casa de Luca y me costó muchísimo disimular que no había estado llorando y que, en realidad, no habíamos discutido un rato antes

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Me quedé a cenar en la casa de Luca y me costó muchísimo disimular que no había estado llorando y que, en realidad, no habíamos discutido un rato antes. Sin embargo, sus padres no hicieron ningún comentario al respecto y trataron de mostrarse amigables conmigo, como si no se hubieran dado cuenta de la tensión remanente.

Su mamá me dio finalmente el regalo que me trajo, que resultó ser una bonita pulsera de plata. Me dijo que apenas la vio pensó en mi y yo automáticamente pensé que esa pobre mujer llevaría tiempo sin comprar un regalo para una chica, desde la muerte de su hija. Me dieron muchísimas gracias de abrazarla, pero no podía hacerlo por encima de la mesa.

Así que solo agradecí un millón de veces por el cariño y contesté las preguntas que me hicieron sobre mi abuela y los días que pasamos en Santo Thomas con mi familia.

—Es un lugar muy bonito —respondí, sin hacer menciones de ninguna muerte trágica.

La mamá de Luc, siempre sonriente, me comentó que no lo conocía y que le encantaría visitarlo el próximo año.

—Si mi abuela se enterara no tendría problema alguno de recibirlos en su casa —contesté, esbozando una sonrisa leve.

La abuela daría cualquier cosa por conocer a la familia de mi novio, pero la verdad es que no me imaginaba a mis padres y a los suyos todos ahí, metidos en la cabañita. En realidad, no me imaginaba mucho a mi papá y al papá de Luc compartiendo un ambiente.

Terminamos la cena y chequeé mi celular para ver si tenía algún mensaje de papá, pero en el fondo también buscaba uno de Nora. No tenía nada en mis notificaciones y torcí el gesto mientras levantaban la mesa.

De pronto, Luca me puso una mano en el hombro.

—¿No quieres quedarte a dormir? —me preguntó.

Me tensé de pronto, porque su padre se estaba llevando los vasos a la cocina y nos estaba viendo. Ni siquiera le había preguntado si me podía quedar, no le habían dado permiso alguno.

—¿Que...darme? —repetí, con un hilo de voz.

Miré a sus padres y los dos hicieron como si nada, como si existiese el problema. Dudé, pero Luca volvió a llamar mi atención.

—Es que ya es tarde y de paso podemos ver unas pelis —me dijo.

Yo sabía que no se refería a eso. Los besos que nos habíamos dado antes de la cena no alcanzaban para cubrir lo que yo necesitaba de energía Luca me pedía que me quedara para que tuviésemos sexo y aunque se me antojaba muchísimo, me moría de vergüenza el pensar que sus padres podrían darse cuenta.

Y ni hablar de los míos cuando les preguntara.

—Está bien —repliqué, con tono bajo.

Él me dedicó una sonrisa y se levantó para ayudar a limpiar la cocina. Me dejó sola en la mesa intentando decidir cómo iba a proponérselo a mis progenitores de la forma más inocentemente posible.

Sueños enterrados (Suspiros Robados 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora