Capítulo 1 - 1ª Parte

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Odio los aviones con toda mi putísima alma.

Bueno, en realidad no son los aviones lo que odio, son los viajes tan largos que te hacen sentir que saludas a la vida mientras pasa delante de ti descojonándose, pero claro, cualquiera odiaría un avión después de pasarse las últimas 18 horas metida dentro.

Caminé por el aeropuerto de Narita con la mochila al hombro, frotándome el culo adormecido y busqué dónde podía ir a por el resto de mi equipaje. En cuanto recogí la funda de la cinta la dejé en el suelo y revisé que todo estaba en su sitio. La antigua guitarra estaba perfecta, parece que el estuche rígido que me recomendó el de la tienda era tan bueno como decía y menos mal, porque me costó una pasta.

Cuando pasé por el último control antes de salir del aeropuerto, una chica perfectamente uniformada sacada de un anuncio revisó que todo estaba en orden mientras miraba mi pasaporte. Me preguntó en inglés por qué había venido a Japón y después intentó pronunciar mi apellido sin mucho éxito. Lo intentó de verdad la pobre, pero solo le salían cosas como Gurao, Gurau o Garao, al final me dio pena y le contesté en japonés para su sorpresa.

— Grau. Ona Grau. Mi madre vive aquí y he venido a vivir con ella — aclaré. Le mostré una media sonrisa y ella me devolvió mi pasaporte mientras me deseaba un feliz día con una ligera reverencia.

Fue mi padre quien me puso ese nombre, decía que era fácil de pronunciar en casi cualquier idioma y lo suficiente corto como para que no pudieran llamarme con diminutivos, aunque mi abuela solía llamarme Onita cuando estaba cabreada. Solo con oírlo ya sabía que la había liado. Ona significa Ola, como las de mar, mi abuelo siempre decía que era un nombre hecho a mi medida porque era incontrolable e impredecible. Vamos, que soy un puñetero desastre con patas.

Al llegar a la salida vi a un hombre vestido de traje y muy serio buscando con la mirada entre la multitud mientras sostenía un cartel donde se podía leer Ona Daiko. Genial, hoy me llevaba a casa el hombre de negro. No pude evitar cabrearme un poco, no esperaba que mi madre viniera a por mí y ya sabía que en cuanto llegara a este país mi apellido sería el de mi nuevo padrastro, pero eso no lo hacía más fácil. El chófer se ofreció a llevar mi funda, pero negué con la cabeza y la guardé en el maletero del coche yo misma, me acomodé en los asientos de detrás colocándome los cascos de música que llevaba al cuello y dejé que las notas me envolvieran mientras veía las luces de la ciudad pasar. Supe exactamente cuando estábamos llegando porque ya no nos rodeaban altos edificios, sino que casas cada vez más grandes y elitistas formaban el entorno. Estaba claro con qué clase de hombre se había casado mamá.

Mi madre era la jefa de programación de una de las empresas más grandes de robótica de Japón. Le llevó años pelear por ese puesto con sudor y sangre, no es fácil ser mujer en una industria donde todo el mundo piensa que para hacer bien tu trabajo tienes que tener un pene colgando entre las piernas y mucho menos que te pongan al mando de algún equipo. En realidad la respetaba por ello, pero esa clase de éxito tenía un precio, y el precio a pagar es que apenas conocía a mi madre. No voy a negar que le guardaba algo de resentimiento por ello, llamar a tu hija una vez a la semana durante unos minutos no te convertía en la mejor madre del mundo, ni acortaba los más de diez mil kilómetros que había entre nosotras.

Mi padrastro era el dueño de la empresa en la que trabaja mamá, así se conocieron y hace unos meses se casaron. Yo no fui a la boda.

Paramos delante de una casa enorme y me apresuré a salir antes de que el chófer diera la vuelta para abrirme la puerta. Que soy mayorcita y no le pasa nada a mi mano. El coche se alejó calle abajo mientras yo me quedaba parada delante de la verja, ya era de noche y solo podía ver una ligera luz dentro. La casa tenía un estilo parecido a las construcciones clásicas japonesas, pero con un aspecto mucho más moderno y la rodeaba un alto muro de piedra que no dejaba ver mucho. Aquí todas las casas olían a dinero que asustaba. Crucé el jardín sin prestar mucha atención y entré al pequeño recibidor que daba directamente al salón con la llave que me envió mi madre junto al billete de avión.

Entre vosotros y yo (En Hiatus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora