Capítulo II

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Lo que siguió en nuestra historia fueron apenas retazos de vida. Aprendí que ella no era para mí y aprendí también a correr la mirada de sus ojos. En casa, las risas, las conversaciones y los juegos no continuaron. Sofía se separó de nosotros y Gonzalo dejó que así fuera. Siempre se sintió en deuda por lo que implícitamente me había pedido, lo que lo hizo seguirme a los lugares más lúgubres de mi existencia.

Me siguió cuando quise irme de farra hasta quedar inconsciente y olvidado en algún bar de mala muerte. Me siguió cuando me expuse una y otra vez al peligro y la muerte. Siempre estuvo ahí y solo por la lealtad e incondicionalidad que él me ofrecía, aprendí y viví lo que eran.

Ella miró de lejos mi desfile interminable de mujeres. Yo la vi con sus brillantes novios. Al principio, me deleitaba con la mirada dolida que me echaba cuando llevaba alguna chica a casa. Mi corazón saltaba sintiendo que todavía le importaba. A medida que pasó el tiempo, tuve que acostumbrarme a la indiferencia y las miradas heladas.

Cuando ya estábamos en la universidad apareció Eduardo, un pololo arrogante y snoby que había traído de clases. Que se enamorara de él dio paso a un dolor nuevo. La vi embelesada y soñadora mirando la figura de un hombre que no le llegaba ni a los talones. Fue solo gracias a eso que nuestra relación se relajó. Ahora que amaba a otro, ella había vuelto a hablar conmigo, podíamos estar en la misma habitación y el mundo no ardía.

Podía notar que a nadie en la familia le gustaba ese tal Eduardo, a mí menos que nadie, pero lo aceptaban porque ella estaba deslumbrada. Su mirada alegre y juguetona brillaba cuando él aparecía. Cien puñales caían sobre mi pecho cuando eso pasaba.

Ya estábamos en último año cuando decidí independizarme definitivamente. Si bien siempre traté de no depender descaradamente de la familia, es decir, siempre trabajé medio tiempo y me pagué la universidad a punta de deudas y créditos, no podía negar que el techo y la comida no eran míos. No había tenido nada que me perteneciera y sentía que quería vivir bajo mis reglas. Francamente, ya no soportaba la cercanía con ella. Era más fácil cuando me odiaba, así podía vivir tranquilo porque tenía la convicción de que el odio traía más de amor que de desagrado. Sin embargo, la indiferencia que manifestaba abiertamente conmigo, la pseudo cercanía que se había vuelto a instalar entre nosotros y las visitas del imbécil del novio me estaban volviendo loco.

Gonzalo me siguió y se independizó conmigo. Ambos estábamos a punto de graduarnos y ya habíamos conseguido trabajo. Él en el negocio de su padre y yo en el proyecto de mi profesor de tesis. La situación se dio y nos fuimos. La sorpresa vino cuando un fin de semana volvimos a casa para estar en familia y la noticia del casamiento me golpeó en la cara de manera estrepitosa.

Ella y su novio no solo iban a casarse, sino que también se iban del país para que pudieran estudiar en el extranjero. Las entrañas se me revolvieron y solo un codazo me devolvió la compostura. Gonzalo había notado que la vida se me había ido. También recuerdo todo de ese día. Nadie estaba muy contento.

La cena fue incómoda. Todos la felicitaron. Yo no. Sentí como la ira subía por las entrañas y se asomaba por mi garganta. Quería gritarle que él no la merecía, que era un imbécil, egocéntrico, que no se daba cuenta de lo que tenía a su lado. Pero ella había decidido. Había mostrado el anillo con tanta soltura y felicidad, que todos mis sentimientos de rabia recularon y dejaron a fuego vivo la tristeza. En ese momento entendí que no era nadie para opinar ni decir nada. Yo la había dejado.

Esa noche me dediqué a beber. Mientras toda la familia conversaba, yo bebí. Gonzalo vino un par de veces a decirme que ya estaba bueno, que ella se iba a dar cuenta. Esta vez no me pudo persuadir. El noviecito se fue a su casa y nosotros nos quedamos a pasar la noche. Sofía se fue a despedirlo y Gonzalo me ayudó a llegar al viejo cuarto donde dormíamos. A penas puse la cabeza en la almohada me dormí. Desperté unas horas después con la garganta seca y dolor de cabeza. Recuerdo haberme levantado mareado para dirigirme a la cocina.

Escuché sollozos y me acerqué a su habitación. Recordé la vez que me colé por su puerta. Lo hice de nuevo. En la oscuridad, ella distinguió mi silueta. Dijo que estaba bien, me pidió que me fuera. No lo hice. Me senté al final de la cama. Esperaba brindarle algo de compañía, por lo que fuera por lo que estaba llorando.

-Estoy bien- repitió sin mirarme a la cara

-por qué lloras entonces - pregunté. Recuerdo el silencio que se hizo con esa pregunta y oír el roce de su cuerpo con la ropa de cama cuando se desenredó de ella para sentarse a mi lado. Recuerdo su olor y que me golpeó la nariz y el estómago. Recuerdo lo cálida que se sentía, incluso sin ningún roce. 

-porque vienes a mi casa, dices cosas sobre mi relación, murmuras borracho garabatos sobre mi novio y ni siquiera eres capaz de una palabra agradable cuando me voy a casar. Me pregunto una y otra vez por qué eres capaz de actuar así, por qué me dejaste en primer lugar, por qué actúas como si te importara si salgo o no con alguien, por qué todo este tiempo has intentado alejarte, pero a la vez parece que buscaras ocasiones para encontrarte a solas conmigo. Y me respondo que no me quieres, que no te importo. Pero vienes con tu sonrisa tonta a decir algo agradable de repente, y no entiendo. No entiendo por qué te acercas y cuando yo me acerco, como si mi roce ardiera, te alejas de nuevo – recuerdo las lágrimas en su cara y el movimiento airado de sus manos– Entonces, comienzo a salir con otra persona y te empiezas a acercar como cachorro triste que necesita algo de mí. Pero ya no puedo dártelo, porque se lo di a él. Quiero que entiendas que ya no hay vuelta atrás. Necesito irme, necesito componer los pedacitos rotos que dejaste ese día en el patio. Encontré un hombre que puede amarme, a pesar de mis heridas. Que quiere estar conmigo completo, no a medias. Necesito enterrarte"

Lo que más recuerdo de ese día es el silencio cargado de tristeza que había en la habitación, el dolor de cabeza palpitante y la sed. Era sed de ella, de su olor y de sus palabras. Hasta ese momento no había dimensionado el dolor que había causado. Quería seguir escuchándola solo porque sabía que después de esa conversación no había vuelta entre nosotros. Me quedé ahí sentado y dije aquello que me resonaba.

-No puedo quererte- recuerdo que la respiración se le fue acompasando y las lágrimas se detuvieron.

-te quiero– lo susurró como un reproche – "te quiero y tú eres un cobarde"


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Holaaaa! ojalá haya alguien ahí leyendo este segundo capítulo. 

Esta historia vino a mi cabeza hace mucho tiempo y, solo recientemente, he agarrado valor para escribirla. 

Espero que les guste y todos sus comentarios para mejorar.

¿Les gusta cómo va?

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