Capítulo III

53 24 32
                                    


"te quiero" – lo susurró como un reproche – "te quiero y tú eres un cobarde"

Esas fueron las últimas palabras que me dijo. Después de ese encuentro no la volví a ver hasta hace unas semanas. Cuatro años después. Gonzalo y yo seguimos compartiendo departamento. Ella había terminado su doctorado en el extranjero y había vuelto a casa sin marido. Según escuché, Sofía la había pasado mal con Eduardo. Nadie sabía exactamente por qué.

Habían pasado años y ella seguía provocándome las mismas cosas que me provocó besarla a escondidas en su habitación. Ella no estaba nada contenta de verme. La oí cuando el primer día, luego de saludarme muy incómoda, le preguntaba a Gonzalo "¿No se te ocurrió decirme que Ale estaba aquí?" la discusión siguió dentro de la habitación, pero imagino que él la convenció de quedarse, porque sus cosas terminaron instaladas en la pieza de invitados.

En los últimos días con ella me di cuenta de que su mirada alegre había desaparecido. Se había escondido bajo una mirada de falso agrado. No era algo que cualquiera pudiera notar, pero yo, que había estudiado cada gesto y cada mirada que me había dado en la vida, me daba cuenta de que, detrás de la tranquilidad aparente, estaba la oscuridad de quién carga con una pesada mochila. Había venido a vivir con nosotros mientras buscaba un trabajo y lograba recomponer su vida.

Ella pasaba la mayor parte del tiempo en la casa. Cuando yo llegaba, ella enterraba la cabeza en el computador y subía el volumen de la música para evitar cualquier indicio de conversación. Aun así, la cabeza me bailaba con los aromas de ella saliendo de la ducha, de ella cocinando, de ella moviéndose, de ella sentada en la sala de estar. Cualquier roce de ella, por muy minúsculo que fuera hacía que se me erizara la piel.

Nada estaba olvidado entre nosotros. A la semana de compartir el mismo techo, me había dado cuenta de que tenía ganas de plantarle cara al te quiero que me había dicho hace cuatro años atrás. Clavar un beso y apretarla contra mi cuerpo como la noche en que la besé en su habitación, cuando apenas éramos unos niños.

Era entrada la noche y yo no podía conciliar el sueño. Un encuentro fortuito justo antes de dormir me hacía rodar de un lado al otro. El departamento tenía dos baños, uno para uso de Gonzalo y otro para mí. Sofía había estado compartiendo el baño con su hermano, por lo que no me había preocupado de tocar la puerta de la habitación que usualmente estaba destinada solo para mis necesidades. Grande fue mi sorpresa cuando al entrar a lavarme los dientes, la encontré a ella secándose el cabello en un pijama bastante revelador. Los factores de recién salida de la ducha, intoxicante olor a shampoo, junto a la visión de una camiseta que se apegaba a sus pechos sin sostén y un pantalón que apenas cubría su trasero, me dejó pasmado. Mi mirada fue desde sus pezones erectos en el espejo hasta sus largas piernas.

- ¿Qué? - dijo ella. Claramente estaba fingiendo demencia, mis ojos la estaban recorriendo con un hambre negra. Tragué saliva.

- quería lavarme los dientes - dije con un tono de voz que intentó no revelar mis verdaderas intenciones.

- Gonzalo había ocupado el baño, me dijo que estaba bien ocupar este. Salgo en un par de minutos - yo asentí con la cabeza y me devolví a mi pieza. Al cerrar la puerta oí un resoplido y un "si será cara de ...". Me quedé sentado a la orilla de la cama hasta que oí que ella salía del baño. Fui a lavarme los dientes. Todo lo que encontré ahí era erótico. En todas partes estaba su olor intoxicante, rastros de que había estado en mi ducha y, en una esquina del baño estaba su ropa interior. La tomé y era minúscula. Solo imaginármela con esa pequeña tela me ponía duro. Me miré al espejo y se dibujaba claramente el bulto entre mis pantalones de pijama. Me lavé la cara, me lavé los dientes y me fui a mi pieza tan duro como cuando entré al baño.

Una vez me encargué del bulto entre mis piernas, me levanté de la cama y fui a la cocina a buscar un poco de agua. Mientras sacaba un vaso la vislumbré en la terraza. Estaba cubierta con una manta, encogida en uno de los asientos.

-¿Qué haces?- ya tenía mi vaso de agua en la mano cuando asomé mi cabeza por el ventanal. Ella se removió un poco en su asiento. No se sobresaltó, porque seguro que ya me había visto ir a la cocina. Salí a la terraza, me apoyé en la baranda del balcón y me quedé esperando respuesta.

- nada - la respuesta vino después del silencio, cuando asumió que no me iría sin una conversación. Sorbí mi vaso de agua mientras me acomodaba a esperar a que dijera algo más- no puedo dormir

- ¿Te preparaste un té? - su madre siempre nos decía que si no había sueño, era cosa de prepararse una agüita caliente para calentar el estómago, luego de eso nos mandaba a dormir. Ella esbozó una sonrisa. Debió recordar, como yo, el cálido el afecto con que nos preparaba el té con canela.

- Ya me tomé un par de agüitas calientes, pero resultaron inservibles- me miró con la sonrisa del recuerdo en la cara. Yo se la devolví. Me fui a sentar en el sillón que ella estaba ocupando, procuré mantener la distancia y sorber el vaso con agua. Nos quedamos contemplando la vista de la ciudad. Teníamos un buen departamento, mejor ahora que la incluía a ella, pensé.

- ¿en qué estás trabajando, Ale? - me preguntó con la mirada curiosa. Agradecía que hubiera detalles de la vida que fueran lo suficientemente irrelevantes para iniciar la conversación entre nosotros. La charla se extendió por horas. Esa capacidad instalada de conversación fluida y fácil que nunca se había ido por completo, resurgía en los momentos menos esperados. Disfruté mucho su cercanía. Entrada la noche habíamos ido por cervezas al refrigerador y ya íbamos por la tercera. La noche era tibia, no había frío. Ella comenzaba a relajarse y la manta comenzaba a cubrir menos de ella. El movimiento airado de sus manos mientras iba explicando su proyecto de tesis, empezaba a dejar al descubierto la misma camiseta suelta que había visto en el baño.

Poco a poco se nos acabaron las ganas de seguir hablando sobre cosas triviales. Tampoco había ganas de profundizar. Comenzamos a quedarnos en silencio y la brisa de la madrugada nos erizó la piel. Ella comenzó a taparse nuevamente con la manta y nos quedamos así un rato más. Se apretaba más y más la manta al cuerpo. Comenzaba a helar, pero ninguno tenía ganas de entrar. Impulsivamente me acerqué a ella y le pasé un brazo por la espalda, la empujé suavemente para que se recargara en mí. Ella no se resistió. Apoyó su cabeza en mi pecho y se durmió. 

___

¿Cómo están? Espero que de lo más bien

Les dejo el tercer capítulo esperando que comenten y dejen su voto por este lugar. 

¿Qué les parece la historia? ¿Muy largo los capítulos? 

Un abrazo a todxs!!

FragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora