Capítulo VII

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Sofía

Nos despertamos tarde, pasado las 11 de la mañana del sábado. Ale me tenía agarrada por la cintura, bien cerca suyo. Aspiré el aroma de ambos y me revolví contra él, sentí su erección sobre mí. Fue todo lo que necesité para que el cosquilleo se instalara en mi entrepierna. Su respiración era acompasada, aun dormía.

Me quedé en su abrazo recordando lo que había pasado. ¿Hace cuánto tiempo que no sentía algo como esto? Su piel contra la mía, su respiración en mi oreja, su aroma agradable y envolvente. Cerré los ojos mientras una punzada de culpa me recorrió el pecho, recordando el momento en que desvié mi boca de la suya. Me sentí culpable por estar en su cama, por sentirme segura a su lado.

Las imágenes de mis pesadillas acapararon mi mente. Era terriblemente vívida, la sensación sofocante y aplastante de su cuerpo sobre el mío, la saliva ajena por toda mi boca. Me mordí el labio, nerviosa, tratando de controlar la ansiedad de mis pensamientos y mi respiración. Alejandro me apretó contra él todavía dormido y me distraje con su cuerpo tibio.

No entiendo como su toque aún puede significar tanto para mí. Tampoco cómo en una semana habíamos recuperado toda la intimidad que habíamos perdido hace 10 años, ni cómo se había colado en las defensas que había levantado. Los viejos hábitos de rehuirle, de ser distante, de mostrarme antipática ya no estaban. Quizás se habían muerto con la Sofía que murió en Londres, quizás se habían debilitado porque necesitaba urgente algo en lo que sostenerme.

Ahora que lo pensaba, siempre estuve en la búsqueda de alguien que me hiciera sentir tan bien como lo hizo Ale esa vez en mi habitación. Me encontré con algunos que lo hacían más que bien, que sabían tocarme hasta darme escalofríos, pero siempre topaba en la intimidad truncada. Cuando llegaba la hora de conectar, de abrirse, me volvía hermética. Me daba terror involucrarme tanto con alguien como cuando confié en Alejandro. Que me volvieran a romper en mil pedacitos.

Hasta que llegó Eduardo. Me topé con él en una fiesta. Un muchacho alto, de ojos azules y el pelo rubio. Era el típico chico salido de una familia acomodada, ese que usa buena ropa, que tiene la prepotencia en su andar y una sonrisa de infarto. Me miró fijo cuando me advirtió y no perdió el tiempo en abordarme y decirme rápido lo mucho que le había gustado. Fue una atracción magnética y fatal. Esa misma noche follamos en el baño de la casa donde estábamos de fiesta, la excitación que me provocó con esa actitud de caza y conquista me calentó.

Pensé que no iba a verlo más después del encuentro en el baño, pero al otro día llamó. Me dijo que se había conseguido mi número de teléfono con una amiga. Me invitó a salir un montón de veces, yo siempre terminaba las citas sin ropa interior. Recuerdo que no buscaba nada serio, que solo me divertía mucho salir con ese hombre impulsivo, encantador y seguro.

La atracción magnética que teníamos me empujó a un torbellino frenético de experiencias sexuales que muy sutilmente se combinaban con demostraciones de poder. A los meses de salir con él estaba totalmente embelesada. No hacíamos nada que él no aprobara. Salir con mis amigas o quedarme en casa no estaban dentro de esas opciones. Lo que más admiraba de él era su mente ágil, su boca aguda y cómo me hacía suya cuando nadie nos veía. No lo amaba, pero toda su energía llenaba los vacíos que habían dejado otros.

No me di cuenta cuando él empezó a dirigir mi vida. Todas las sutiles cosas que me fue diciendo, los susurros de cama que iban presionando botones inconscientes que dolían, que decían que debíamos hacer todo juntos y todo lo que él quisiera. Tampoco me di cuenta de cómo sus "bromas" en público sobre que me vestía como una puta o sobre que acostarse conmigo había sido más fácil que respirar, iban minando mi confianza y mi dignidad.

En casa las cosas se me hacían insoportables. Mi madre vivía en su propio mundo, uno de soledad, angustia y tristeza. Mi padre se ocupaba de trabajar, viajar y nunca llegar a casa. Mi hermano era otra historia, me había dejado tan sola como todos los demás. Andaba con Ale para todos lados, por lo tanto, yo no podía siquiera concebir estar cerca de él.

Decidí -o así me había hecho creer Eduardo- que quería ir al extranjero. No le había dicho a nadie, pero estábamos postulando a diferentes universidades hacer un doctorado. Me propuso matrimonio y yo decidí amarlo. Me fui y no miré atrás durante los años que siguieron.

Llegué a Londres, pero fue como llegar al infierno.

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Capítulo corto, peeeeero actualizaré enseguida el que viene de esto.

Ahora Sofía cuenta su historia, ¿Qué les parece la narración?

Un abrazote a todos, no olviden dejar sus votos y comentarios!! quiero saber si les gustó este capítulo!

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