Capítulo IX

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Sofía

El día que defendí mi tesis, era uno de los "buenos". Eduardo decía que estaba orgulloso, aunque percibía todo lo que le costaba parecer entusiasmado por mi logro. Cenamos en casa a modo de celebración. Hubo vino y comida deliciosa. Casi todo se desperdició. Hace tiempo que mi cuerpo se rehusaba a recibir alimento. Había perdido el apetito completamente, el nudo de mi estómago nunca me abandonaba. Con esto se cerraba un ciclo para mí. ¿Qué venía ahora? Él intentó ser romántico, casi me recordó a cuando recién estábamos saliendo. Era encantador cuando quería serlo. Me besó en la boca varias veces y yo me dejé llevar. Más por miedo que por ganas.

Cuando nos cayó la noche y dormimos, tuve un sueño muy placentero. Soñé que volvía a la casa de mis padres, cuando Gonzalo, Ale y yo éramos adolescentes. Jugábamos, reíamos y hablábamos de cómo serían nuestras vidas de más grandes. En una nebulosa onírica, el escenario cambió y vi a Ale como la última vez. Él se estaba riendo, con esa sonrisa suya pintada en toda la cara, que siempre era difícil de ver. Me tomaba de la mano y me conducía hasta un baúl. Me fijé en sus ojos negros que me pedían que lo abriera. Obediente y embobada hice caso y en el momento en que lo abrí, el escenario volvió a cambiar. Mi cuerpo se llenó de sensaciones que me había obligado a olvidar hace años. Era la noche en que se había colado por mi puerta para besarme. Como si miráramos una película vi sus besos en mi cuerpo. Ale susurró en mi oído "Así se siente el amor".

Me desperté con el nombre de Ale en la boca. No sé cuánto tiempo estuve llamándolo entre sueños, pero Eduardo se había despertado con el llamado. Entró en cólera. Se paró de la cama y empezó a caminar gritándome que era una zorra, que si acaso había sido él todo este tiempo. De un salto me agazapé en un rincón de la pieza. Ya sabía cómo continuaban los ataques de cólera. Se acercó peligrosamente a mí mientras gritaba quién sabe qué. Yo había dejado de escuchar. Me agarró de los brazos y me incorporó violentamente. Me zamarreó fuertemente, me azotó contra el closet y yo le rogué que parara. Él me dijo que las zorras tenían que aprender a comportarse.

Me tiró del pelo y comenzó a besarme. No tenía voluntad para pelear. Yo desvié mi cara y le rogué nuevamente que parara. Él me tiró al suelo mientras yo lloraba. Me quedé ahí suplicando porque hubiera terminado. Pero no, volvió a levantarme del pelo mientras yo trataba de sujetar mi cuero cabelludo para que no doliera tanto. "Ahora zorra, ahora vas a aprender". Me entró mucho miedo y traté de resistirme. Fue en vano. Volvió a besarme mientras inmovilizaba mis manos. Me pegó en las piernas. Volvió a besarme. Me resistí y volvió a pegarme en las piernas. Esto se repitió lo que a mí me pareció una eternidad. Su boca atrapaba la mía, me dejaba llena de saliva toda la cara. Me mordió las mejillas y los labios una y otra vez, murmurando que era solo suya.

Eduardo por fin me soltó. A esas alturas ya no me quedaban fuerzas. Por un breve momento pensé que había terminado, hasta que lo vi quitarse los pantalones. Mis sollozos se hacían incontenibles. Nunca voy a entender que estuviera tan excitado con la humillación y el dolor que me causaba. Mientras pensaba sobre eso me sobrevino una angustia terrible, de esas que te piden que hagas algo antes de que pase aquello que ya pasó. Sin embargo, no pude moverme. Así como antes estaba temblando de miedo y angustia, cuando Eduardo abrió mis piernas ya no estaba en la habitación. Era como si la consciencia me hubiera abandonado y me mirara de lejos, en un rincón oscuro de la habitación. Me penetró como si se lo metiera a una muerta. Así me sentía. Como si con ese último acto se llevara consigo la fuerza y la vida. Y el amor. Todo el amor que le había tenido alguna vez a él y a mí misma.

Acabó pronto de tan excitado que estaba, aunque no podría determinar con claridad cuánto tiempo fue. Me besó en la frente como si aún fuéramos dos enamorados, como si nada hubiera pasado. Me pidió que lo perdonara, pero que había muerto de celos cuando había escuchado su nombre en mis labios. ¿No te das cuenta de que la muerta soy yo?

Quedé tendida en la cama sin moverme. La consciencia me había vuelto al cuerpo, pero con ella había vuelto el miedo y el horror de la situación me golpeaba el alma. Me quedé inmóvil hasta que se acostó al lado mío y se durmió. Cuando no hubo peligro, agarré lo poco que era mío y me fui.

Llamé a Gonzalo cuando estaba en un taxi al aeropuerto.

-Alo, ¿sofi? ¿¡Cómo estás hermanita!? Qué gusto saber de ti. ¿Qué hora es allá como la 1 de la mañana, ¿no?- Respondió alegre y eso me dio más pena. Recordar lo buena que había sido mi vida con él. Solo lloré por teléfono mientras el taxista me miraba por el retrovisor con curiosidad. Le dije que me volvía a Chile. El escuchó atentamente mi pena. No pude decirle nada. Me preguntó si ya tenía el vuelo comprado. Le dije que no, que era algo de última hora. Me preguntó si venía Eduardo. Solo hubo llanto para su respuesta. Me preguntó si necesitaba dinero. Le dije que no. Me preguntó si necesitaba donde quedarme. Le dije que sí. Me dijo que le comunicara la hora de llegada, él iría por mí. Cuando corté el taxista me habló.

-Hace bien en dejarlo, señorita, no la conozco, pero nadie merece que la traten así- Mierda, pensé, no me miré antes de salir. Cuando llegué al aeropuerto, fui al baño corriendo. En el espejo había una extraña me devolvía la mirada. Vi los rasguños y magulladuras que había en mi cara. Mi boca estaba hinchada y rota por los asquerosos mordiscos que me había dado. Tenía sangre seca alrededor de los labios y tenía horribles moratones en las mejillas, donde también me había mordido. Las lágrimas resbalaron por mí rostro. Había tocado fondo. Compré un vuelo al primer destino que saliera. No volvería a casa con esas marcas. Le avisé a Gonzalo que iría en unas semanas. 

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Sé que he estado demasiado ausente de esta red!! espero que aún sigan ahí...

Besos y abrazos!! ojalá les guste

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⏰ Última actualización: Oct 19, 2020 ⏰

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