Capítulo VIII

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Sofía

Los primeros meses fueron de ensueño, Eduardo y yo congeniábamos muy bien viviendo juntos. Había decidido dejarme amar por ese hombre impulsivo y que me llevaba frenéticamente más allá de lo que yo misma me había atrevido a ir. Empecé a amarlo porque era todo mi mundo allí donde estaba. Habíamos arrendado a duras penas un departamento pequeño que nos ofrecía las mínimas comodidades para estudiar. Tardé dos meses en acomodarme y en estar dedicada 100% a la universidad. Mi proyecto de investigación me tenía muy ocupada y la ciudad, fascinada.

En la medida que pasaron los meses, Eduardo comenzó a decirme que me estaba echando de menos. Que trabajaba mucho y que ya no teníamos tiempo de estar juntos. Lo encontré lo más romántico del mundo, por lo que empecé a pasar más tiempo en nuestro pequeño apartamento, a ser más hogareña, como él decía, preocuparme de las cosas de la casa y de él como mi marido. No sé cómo lo hice, pero lo logré: era una mujer dedicada al hogar a la vez que trabajaba sin parar para sacar adelante mis clases y el proyecto de tesis en el que estaba trabajando.

Eso no bastó para Eduardo. Empezó a preguntarme con quién salía y cómo se llamaban mis compañeros de trabajo. Las preguntas cada día se hacían más y más insistentes. Se me ocurrió que sería buena idea invitarlo a salir con mis colegas, así que un día después de las clases lo llamé para que se reuniera con nosotros en un bar.  Actuó huraño, me avergonzó ante todos cuando vilipendió mi tesis y se rio del "proyectito" en el que trabajaba. 

Recuerdo que cuando llegamos al apartamento no tenía ganas de hablar. Fue él quien inició la pelea.

- No quiero que te vuelvas a juntar con ellos. ¿Viste como Simón te miraba? Un descarado. Y esa tal Leyla es una zorra. No quiero que se te peguen esas costumbres - lo dijo mientras se desabotonaba el abrigo y se sacaba los guantes. Los colgó en el perchero y se fue al baño. Respiré hondo. No podía creer las palabras que salían de su boca.

- ¿Quién te crees que eres? - de mi boca salió un río de reproches sobre cómo se había comportado, sobre cómo me había mirado en menos frente a mis colegas. Recuerdo que terminé diciéndole que me había avergonzado y que esperaba que nunca más me acompañara en una salida con ellos.

Salió del baño como un torbellino, la mirada azul se le había transformado, con destellos de ira y oscuridad. Yo no había alcanzado ni siquiera a sacarme el abrigo, cuando él me tomó por los brazos y me empujó contra la puerta de llegada. Me dijo que podía hablarme como quería y prohibirme lo que a él le venía en gana, me dijo que era su esposa y que conmigo podía hacer lo que él quisiera. Susurré que me dolían los brazos de tan fuerte que me los estaba apretando. Él soltó uno de ellos para estrujarme el rostro, tan fuerte que me quedaron marcas. No me dijo nada. Me soltó después.

Esa fue la primera vez que develó su naturaleza. Yo estuve en shock por mucho rato. Cuando se fue al dormitorio, mi espalda resbaló por la puerta hasta quedar sentada en el suelo. Me abracé las rodillas y comencé a llorar silenciosamente. No sé cuánto tiempo pasó, pero recuerdo claramente que después de un rato él vino, se arrodilló frente a mí y lloró. Me pidió perdón y me abrazó.

Me besó las lágrimas y la boca, adentró su lengua y me exploró por completo. Recuerdo que me supo a amargura y miedo. Poco a poco empezó a desnudarme, yo me sentía como una muñeca de trapo, con demasiado miedo a negarme. Lo dejé hacer con mi cuerpo lo que él quisiera.

Al otro día fue como si hubiera despertado con un hombre nuevo. En los meses que siguieron a ese encuentro violento, Eduardo se comportó como el marido ideal. Volvimos a ser universitarios que follaban en todas partes. Yo necesitaba saber que el episodio había sido cosa de una sola vez, por lo que me esforcé en creer que todo había vuelto a ser como antes. Nunca más, me había dicho a mí misma. Las palabras de Eduardo para excusarse pasaban por mi cabeza una y otra vez: perdí los estribos, porque eres demasiado para mí, siempre lo he sabido, cualquier hombre querría tenerte a su lado.

Todo empezó a ir mal de nuevo cuando tuve feedback positivo de mi trabajo. Me ofrecieron un puesto de investigación en el centro de estudios de la universidad. Le conté muy emocionada y él me dijo que tuviera cuidado con mi jefe, seguro que él estaba apostando por recibir un pago de mí parte. La mirada azul se le transformó con esos tintes de oscuridad y locura. Pensé en que solo había sido un lapsus, pero al pasar los días comenzaron nuevamente los interrogatorios sobre mi jefe y mis compañeros de trabajo. Las peleas iniciaban y terminaban siempre cuando él me decía que no me creyera que me estaban contratando por nada más que para montarme.

Las peleas terminaron abruptamente cuando uno de esos días me sacudió fuerte hasta tirarme en la cama. Me rasgó los pantalones del pijama y trato de penetrarme mientras yo chillaba y gritaba que me soltara. Me zafé del abrazo aplastante de su cuerpo y caí al suelo semidesnuda. Eduardo me levantó del pelo y me golpeó en la cara. Mi ojo se hinchó tanto que no pude ir a trabajar en 3 días. Lo que siguió inmediatamente a ese golpe fue un Eduardo llorón pidiéndome disculpas y repitiéndome que no lo dejara, que no podía vivir sin mí y que la vida no tendría sentido. Volvió a ser un sol durante las próximas semanas.

Después del segundo episodio, ya no llevé la cuenta de las veces que se repitió el ciclo exacto de los golpes, la violación, el llanto de perdón y el esposo perfecto. Siempre se repetía de la misma forma, siempre me hacía sentir culpable, siempre me hacía sentir que era porque me amaba. Demás está decir que no tomé el trabajo que me habían ofrecido en el doctorado.

Solo salía de casa para hacer lo justo y lo necesario, para aprobar el programa y cumplir con las responsabilidades mínimas. Tenía miedo de cuando Eduardo hacía movimientos demasiado rápidos. Tenía miedo de decirle que no cuando él quería acostarse conmigo, tenía miedo de salir de casa mucho rato. Me decía a mí misma que esto iba a pasar cuando le lograra demostrar que yo era solo de él. El torbellino de oscuridad y violencia me había absorbido por completo, el resto de mi estadía en Londres fue un infierno. Me había perdido. 

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Hola hola! me costó escribir este capítulo. Me provocó muchísimos sentimientos amargos. ¿Qué les parece?

Ojalá sigan aquí!!

Gracias a todos los que siguen leyendo. Les recuerdo mi compromiso con todos ustedes y sus historias!! estoy muy dispuesta a leerlas, comentarlas y votarlas, la clave de este sitio es crear comunidad, así que nos vemos si o si  en estos comentarios o en los de sus historias.

Un abrazoteee!

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