Capítulo 11 - Una conversación madura

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–¡Ey! Ya basta Berenice. –Mi voz se escuchaba casi gritando. Me había puesto un poco nervioso.

–Ya. No era mi intención molestarte. Es más, tú deja de gritarme –Se dio la media vuelta, y comenzó a alejarse.

No me había dado cuenta, pero la última semana había estado muy irritable, y me desquitaba con Berenice. Terminaba haciendo lo que nunca creí, gritar como mi padre, a todas horas y a quien menos se lo merecía.

Apresuré mis pasos para alcanzarla, le debía una disculpa sincera. Podía escuchar cómo callaba su ira contra mí. Berenice siempre había sido así, predispuesta al perdón, no importaba lo que le hicieran, ella siempre olvidaba y perdonaba. Era auténtica, sincera y por sobre todo bondadosa y benigna. Debía aprender más de Berenice. Pero por ahora, tendría que disculparme con ella. Por mi culpa, en tres ocasiones, en lo que iba de esta semana su madre y la ama Astrid nos habían regañado, y todo por mi pésima actitud.

Cuando estaba por alcanzarla en el camino, ella giró a su derecha y pasó bajo el árbol de cerezos, haciendo que el cerífralo que tenía sobre la cabeza quedará atorada en una de las ramas. Su apuro era tal que no lo notó y siguió caminando.

–Espera pollo despeinado, dejaste tu cerífralo ofrendado al cerezo.

–Pues haz algo en forma y recupéralo, ocupa tu mente en realizar una buena acción, príncipe gruñón.

Dijo lo último secamente, realmente estaba enojada.

–Lo siento, Berenice. Lo siento, no volveré a gritarte. Lo prometo. Es mi palabra de honor. Y no te lo da cualquiera, es la palabra del que será tu próximo rey. –Ahora, el que bromeaba con eso era yo. Siempre que ella tocaba el tema yo la reprendía, pero esta vez, quería que ella viera que estaba arrepentido por gritarle tan seguido.

Ella era la única, a parte de la ama Astrid, la que sabía mi verdad. Sus padres no sospechaban nada, es más, ellos, igual que todo el pueblo creyeron en lo que mi padre había dicho, creían que yo estaba muerto.

–Ahora, sí bromeas. Pues, ya es tarde. Una simple campesina, no acepta tus disculpas. –Lo dijo de forma tan severa, que casi termino creyéndole. Si no fuera por mi dichoso don, estaría tratando de digerir su engaño, pero en contrapartida reaccioné de otra forma.

–¡Ja, ja, ja! ­–Se escuchaba el estruendo de mi horrible risa. No me hagas llorar de tanto reír Berenice. Escucho lo que callas, y sé que al dar tu décimo tercer paso, ya me perdonaste. Deja de hacerte la regia. Eres un fraude intentando engañarme.

–Lo que me faltaba, a parte de necio, burlón y bufón. Ya déjame Blazh, que hasta que madures no quiero volver a ser tu amiga. Ve si tus amadas mascotitas te aprecian como yo, y si logran hacerte forjar tu carácter, como yo tengo la habilidad de hacerlo. Sabes que no hay nadie igual a mi en estas tierras, así que cuida como me tratas. –¡Buuhh! Hizo de nuevo ese sonido, y me arqueó las cejas de forma recriminatoria.

–¿Qué tienen de malo Zanah y Remo? No los metas en esto. –Trate de sonar lo más ofendido posible. "Zanah" era el diminutivo de "Zanahoria" y "Remo" el diminutivo de "Remolacha", el par de ejemplares eran mis más preciadas mascotitas, estaban pasando por un proceso de domesticación, y claro que si la ama Astrid me dejara conservarlos sería un final feliz. Pero ellos eran igual de prácticos para escuchar como yo. Eran las ratitas más hermosas que podía tener de mascotas.

–Bueno, olvídate de esas ratas, que hasta les has puesto nombre y sabes que en cualquier momento se irán. Mejor escúchame Blazh, te voy a contar una fábula, y veremos que aprendes, haber si te haces más erudito. -Cuando Berenice empezaba a hablar, no había quien la callara, pero esto era bueno para mí, con las fábulas uno aprendía.

MUCHO ANTES DE NACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora