Primer Capítulo. Un triste comienzo.

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  Todo comenzó una noche fría de invierno, ese día, supe que para bien o para mal, mi vida cambiaría. Estaba en el pequeño porche de mi abuela, se notaba el frío en las mejillas, la helada pared en los dedos los cuales estaban posados ligeramente en ella, tenía los labios secos y agrietados... Pero... ¿Por qué no entraba a la cálida casa? ¿Por qué no le pedía a mi abuela una taza de chocolate bien caliente? ¿Por qué no iba a jugar a las cartas con mi abuelo frente a la chimenea?. Mi madre se acercó, con los ojos rojos, con la mirada llena de lágrimas, pero sacó fuerza de donde no las tenía, y me abrazó, me besó la frente con sus tiernos y húmedos labios. A continuación me dijo la frase que me dejaría helada. Me aparté de la pared, empezaba a preocuparme. Con la voz ronca, comenzó a contarme que mi abuelo había estado enfermo, pero que ya estaba bien, que se había ido al cielo, donde no existe el dolor.

En ese momento no reaccioné, no lloré, no contesté al abrazo tan necesitado de mi madre, estaba perdida, una persona tan importante se fue de mi vida sin quererlo en un solo instante. Nunca se está preparado para perder un pilar fundamental en tu vida. Lo único que salió por mi boca en ese momento fue un "Bueno, ya está todo bien". Mi madre me dedicó una leve sonrisa y entró dentro de la casa, en el momento en el que yo me sentaba en el primer de los tres escalones de la entrada, salió mi padre, se sentó al lado mía y pasó su cálido brazo por encima de mi hombro, no necesitó decirme nada para que yo empezara a llorar, los ojos me habían estado escociendo con las lágrimas contenidas, picándome más allá del lagrimal para, en ese instante, consolarme rodando por mis mejillas. Me abrazó lo más fuerte que pudo hasta que salió mi madre y le dijo algo que no alcancé a oír. Al parecer quería apartarme de ese triste escenario. Mi padre se levantó y me ofreció su mano, yo la cogí agradecida y me llevó hasta casa, allí me bebí un tazón de leche con galletas y de seguido, me acosté. Mi padre, estuvo a mi lado hasta que finalmente me dormí, supongo, que si no llega a ser por él, esa soledad, me habría envuelto, su compañía hizo que me olvidara un poco de lo que había ocurrido.

Meses después se acercaba mi cumpleaños, aún se me hacía raro ver a mi abuela de negro, la misma mujer que me decía que la alegría de un niño se expresaba en el montón de colores que le rodeaba. La misma que después de reñirme por alguna travesura, me daba una tierna y cariñosa sonrisa.

Cada vez que la veía, lucía pálida y de luto, aunque lo que yo más temía eran las visitas y las llamadas, odiaba a la gente que le daba el pésame, siempre ella acababa llorando. Nunca había visto así de frágil a mi abuela...

Esa tarde que estábamos de visita allí, mi abuela me ofreció galletas, sus fantásticas galletas de chocolate, yo las comía con gusto mientras ella y mis padres hablaban de cosas de mayores, algo de un viaje, algo que no me paré a escuchar, yo prefería investigar la casa de mi abuela, ese patio inmenso lleno de objetos viejos y oxidados, esas flores de mil colores... Cada vez que iba, encontraba algo nuevo, ya fuera de la casa, de la vida de mis abuelos o la de mi madre, que curiosamente tenía un hermano del cual apenas se hablaba, no sé bien la razón. Por las pocas fotos que vi parecía simpático y amable, pero al parecer un día desapareció sin dejar rastro.

Ya quedaba menos de una semana para mi cumpleaños, me hacía mucha ilusión, iba a estar con mi abuela, mis padres, mi tía Luz y mi tío Ángel, y por supuesto mi pequeña prima de apenas un año llamada María. Me hubiera gustado tener amigos, pero vivía lejos de la ciudad y aunque en el pueblo había niños de mi edad, era demasiado tímida para acercarme a ellos, digamos que nunca he sido buena haciendo amigos... Pero no importaba, tenía a mi familia cerca, aunque mi abuelo se hubiera ido, mi prima había venido, y me hacía mucha ilusión verla. Cuando apenas quedaban dos días para la gran fiesta, mis padres se tenían que ir, ¿dónde? no lo sé, pero por el trabajo, se tenían que ir, y no me podían llevar. Se tenían que ir por un tiempo indefinido, ellos siempre dijeron que volverían pronto, pero aquí estoy, apunto de celebrar mi 16 años y aún no han vuelto.

Hoy en la mañana estuve leyendo las 5 cartas de mis padres, cada carta por cada cumpleaños en el que ellos no estuvieron, las había leído ya tantas veces... Pero cada vez me gustaban más, e incluso, ya estaba ahorrando para ir a visitarlos al siguiente año a Londres. Hablaban de lo ocupados que estaban, de lo ajetreada que siempre estaba la oficina y de lo que les estaba costando aprender inglés. Yo también les contestaba, les hablaba de todo lo que encontraba por casa de mi abuela, de los libros que había leído a lo largo del año, de lo empeñada que estaba mi abuela en que aprendiera a coser, de lo mucho que los quería y los extrañaba, incluso les mandaba fotos y dulces como ellos hacían.

Aquel año, fue diferente, hubo muchas casualidades en un mismo día, nunca he odiado tanto a las casualidades como lo hice aquel día. Llegó la carta felicitando mis 16 años por parte de mis padres, la estaba leyendo con mi familia cuando llamaron por teléfono, tenía la esperanza de que fueran mis padres, pero no, era la policía, al parecer, mis padres tuvieron un accidente, y fallecieron en el acto, venían de visita sorpresa, pero no llegaron. Definitivamente, no podré volver a verlos. De nuevo, la muerte se ha interpuesto en mi camino.

Si me olvidáis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora