Piece by Piece | XueXiao

1.

Parte 1: tener

Sólo bastó un suave bufido y una pregunta divertida —¿No eres un poco mayor para estar detrás del mostrador?—, para que la vida de Xiao Xingchen comenzara una espiral constante hacia lo desconocido.

Alzó la vista. Había un muchacho esperando para ordenar, con una sonrisa afilada como un cuchillo. Xingchen no lo había oído entrar.

—¿Disculpe?

El joven inclinó la cabeza, evaluándolo. Sus ojos oscuros se encontraron con los de Xingchen, luego bajaron, hasta sus manos, luego lentamente volvieron a subir, a sus labios, a sus ojos. Parecía como si una risa se hubiera congelado en su rostro, sonriendo permanentemente, los ojos brillando. Xingchen no pudo evitar sentirse nervioso, observado, como un postre que el muchacho no podía esperar para probar. La forma en que se comportaba se sentía como una amenaza, como si el mundo fuera un tablero de ajedrez y él pudiera hacer lo que quisiera con las piezas. Sin embargo, Xingchen no se atrevió a apartar la mirada.

—No es como que no te veas joven para tu edad, —el joven continuó. Sus labios se curvaron, crítico—. Pero, ¿un trabajo de salario mínimo? ¿En serio?

Xingchen abrió la boca para decir algo y no dijo nada. Había tenido gente que venía antes, exigía usar su horno, preguntaba qué crema hidratante usaba, preguntaba si quería unirse a su culto, sugería que renovara el piso porque no les gustaba su estética. Sin embargo, este chico, esta interacción, era de alguna manera la más extraña de todas. Estaba tratando de entablar una conversación informal, usando insultos apenas velados para hacerlo, y Xingchen estaba desesperada e inexplicablemente fascinado. Entonces, no dijo nada; en cambio, se quedó mirando. El muchacho parecía tener su edad, quizás más joven. Más bajo que Xingchen. Vestido de negro de pies a cabeza. Tenía esa cualidad en él que sugería que tenía la costumbre de aparentar ser más amenazante de lo que realmente era. En resumen, un idiota arrogante, pero, sin lugar a duda, con un toque de algo más. Una capa oculta que Xingchen quiso desentrañar de inmediato. Tenía ambas manos apoyadas contra el mostrador, esperando con impaciencia a que Xingchen lo entretuviera, tamborileando con los dedos. Nueve dedos.

Xingchen parpadeó.

—Soy el dueño —dijo finalmente, regresando a la realidad de golpe. Las palabras se le escaparon espontáneamente; no sabía por qué se había sentido obligado a darle explicaciones a un completo extraño con un evidente problema de actitud.

El joven arqueó las cejas con leve sorpresa. Hizo una mueca —ya fuera de admiración o de burla, Xingchen no estaba seguro— y tarareó, contemplativo, reflexionando sobre esta información aparentemente valiosa. Su mirada no se apartó de la de Xingchen. Su expresión divertida se mantuvo intacta. Xingchen sintió una repentina y extraña necesidad de saltarse el mostrador y agarrar al muchacho por los hombros, sacudirlo, exigir saber a qué estaba jugando. La violencia de sus propios pensamientos lo sorprendió.

En ese momento, nada le habría encantado más que desplegar la infalible excusa de que estás reteniendo la línea, aunque solo fuera para ganar algo de tiempo, descubrir qué diablos estaba pasando. Desgraciadamente, no fue posible. La cafetería estaba fuera del campus, escondida entre una librería de segunda mano y una pizzería en ruinas que Xingchen sospechaba que era una fachada para algo ilícito. Los clientes eran escasos a esa hora de la mañana. Los habituales de Xingchen eran principalmente estudiantes y dichos tenían clases a las que asistir. No había prisa, ni fila, nadie que lo salvara del hombre al otro lado del mostrador.