4.

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Xingchen llegaba al trabajo a las siete. Limpiaba, aceptaba entregas, se afanaba por hacer que todo estuviera perfecto, luego abría a las ocho y no cerraba hasta las siete de la noche. Era una jornada laboral de doce horas. Era agotador a más no poder.

Cuando llegaba el momento de cerrar, estaba muerto en vida. Sus últimos clientes del día parecían entender, charlando con simpatía y comprando pasteles de última hora para llevar a casa con sus hijos.

Faltaban cuatro minutos para las siete cuando la puerta se abrió de nuevo y, si Xingchen hubiera tenido la capacidad de ser agresivo, les habría dicho que se fueran a la mierda.

Pero era Xue Yang quien se acercó al mostrador. Xingchen se enderezó y levantó una mano a modo de saludo. Sin embargo, a medida que se acercaba, Xingchen pudo ver que algo andaba mal: la sonrisa de Xue Yang era forzada, sus ojos estaban enrojecidos, como si no hubiera dormido bien en días.

Xingchen se preocupó de inmediato. Encendió el instinto protector que sentía cada vez que Xue Yang no estaba siendo su yo habitual.

—¿Puedo... —comenzó.

Xingchen lo interrumpió.

—No te voy a dar café a esta hora. ¿Qué tipo de té te gusta?

—El té es demasiado amargo.

—Seguro lo haces mal —dijo Xingchen—. Siéntate. Te lo traeré.

Xue Yang sorbió por la nariz.

—¿Cuánto cuesta?

—No te preocupes por eso. Siéntate.

Xingchen escogió algo dulce y afrutado, lo dejó caer en una taza grande y lo puso en una bandeja con una cuchara y montones de paquetes de azúcar.

Xue Yang lo miró mientras se acercaba.

—Deberías haberlo puesto para llevar. Solo tengo... —hizo una pausa, sacó su teléfono para mirar la hora—, menos de un minuto para tomármelo.

—Bebe tu té —dijo Xingchen simplemente.

Cuando el reloj marcó las siete, cruzó al frente y cerró la puerta con llave, giró el letrero de abierto a cerrado. Apagó las luces, dejando solo las de la trastienda y las del mostrador.

Se quitó el delantal y lo arrojó sobre una de las mesas, luego lanzó una mirada a Xue Yang. Sus cejas estaban fruncidas en inocente confusión, sus ojos muy abiertos y desenfocados. Maldición.

—Vuelvo enseguida. Tengo que limpiar.

Se apresuró a revisar la lista de cierre, luego se metió en el baño para lavarse las manos, para mirarse en el espejo por unos buenos dos minutos, preguntándose si había perdido la cabeza. ¿Era esto algo normal que hacían los amigos —pasar el rato en cafés a oscuras después del cierre?

Parte de él esperaba que Xue Yang se hubiera ido antes de que él regresara, pero ahí estaba, mirando su taza con ambas manos envueltas con fuerza alrededor de esta.

Xingchen se acercó lentamente a donde estaba sentado. No quería asustarlo. Sabía que Xue Yang siempre estaba nervioso, y que su estado de ánimo podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Ya parecía estar teniendo un día bastante malo.

Xingchen se sentó frente a él.

—No está amargo —confirmó Xue Yang en voz baja.

—Te lo dije.

Esperó el mayor tiempo humanamente posible, apretando los dientes para evitar que las palabras salieran de su boca.

Pero él era débil, y Xue Yang estaba angustiado, así que Xingchen cedió y le hizo la pregunta más estúpida que existe —¿Estás bien?—, como el idiota que era.

Piece by Piece | XueXiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora