5.

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Xingchen estaba sobrecargado de trabajo. Se tomó un día libre, un viernes, permitiéndose un fin de semana largo. Había sido idea de los estudiantes; no tenían clases y, aparentemente, Xingchen parecía estar a un solo día de trabajo de colapsar completamente. "Además", había dicho uno de ellos, "nos vendrían bien las horas extra".

Esa mañana durmió hasta tarde. Permaneció bajo el chorro de agua caliente de la ducha más de lo habitual y se tomó su tiempo para preparar el desayuno después. Estaba bien. No se podía quejar. En serio lo merecía.

Entonces, la inquietud se apoderó de él. Los sábados eran para hacer recados, los domingos para limpiar y descansar, los días de semana dejarse la piel en el trabajo y quedar inconsciente en el momento en que llegaba a casa. Ahora, todo este tiempo extra, ese día libre de cualquier compromiso, lo ponía ansioso.

Song Lan estaba en el trabajo, pero Xingchen lo llamó de todos modos. Le explicó la situación, con cuidado de no parecer ingrato. Se suponía que debería estar tomándose el tiempo para relajarse. El hecho de que no pudiera hacerlo era culpa suya. Hicieron planes para esa tarde, ver una película y, después, ir a cenar.

Las horas transcurrieron con lentitud. Xingchen se pasó el día deambulando por su pequeño apartamento como un fantasma desorientado, sin hacer nada de importancia, quitando el polvo de las estanterías, navegando sin entusiasmo por Internet.

Ahora, estaba sentado en el vestíbulo del cine, con el incómodo respaldo de la silla de plástico clavándose en la parte inferior de la columna. Incapaz de pasar otro segundo encerrado en casa, Xingchen había llegado temprano. Su amigo iba a llegar tarde, enfrascado en sus responsabilidades. Ociosamente, Xingchen esperó, dejando que sus ojos vagaran por el lugar. Tenía la costumbre de observar en silencio a las personas que lo rodeaban, para aprender sobre ellas, cómo trabajaban. Descubrió que con cada sonrisa, cada ceño que veía, la imagen se volvía un poco más clara.

Cuando vio a Xue Yang cruzando el vestíbulo hacia la salida, inicialmente pensó que lo había imaginado; aunque era cierto que Xingchen pasaba una cantidad desproporcionada de tiempo pensando en él. Pero, como si sintiera los ojos puestos en él, Xue Yang se volvió, vio a Xingchen con una sonrisa teñida de sorpresa y se dirigió hacia él.

Había pasado un tiempo desde la última vez que Xingchen lo había visto. Seis días, para ser exactos, pero no admitiría haberlos contado. Aunque últimamente, Xue Yang se había hecho la costumbre de pasarse por el café cada pocos días, así que seis días sin señal de él habían agitado a Xingchen más de lo que quería admitir. Xue Yang solía quedarse cerca del mostrador cuando no había nadie allí, charlando con Xingchen sobre nada en particular, aparentemente tan desesperado por la compañía de Xingchen como Xingchen por la suya. A veces ordenaba y a veces todo lo que hacía era fastidiar a Xingchen. Xingchen, inexplicablemente, lo disfrutaba inmensamente. Atesoraba tanto la compañía de Xue Yang que lo asustaba.

Xue Yang se dejó caer en el asiento junto a Xingchen con una comentario cruel en lugar de un saludo.

—Quién lo diría. El hombre tiene vida social.

Xingchen no señaló que, de hecho, estaba sentado solo en el vestíbulo de un cine, retorciéndose las manos. En cambio, la pregunta surgió de él antes de que pudiera pensarlo mejor: —¿Dónde has estado?

Xue Yang frunció el ceño, desconcertado, como si no hubiera esperado que Xingchen notara su ausencia. Segundos después, la expresión volvió a su habitual alegría.

—Estuve fuera de la ciudad. Pero iba a ir a verte el lunes. Lo juro. Por el meñique.

Xingchen esbozó una sonrisa ante la broma gastada.

Piece by Piece | XueXiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora