3.

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La próxima vez que Xingchen vio a Xue Yang no fue en el trabajo.

Era temprano en la mañana, un sábado lamentablemente sombrío. El frío de la noche se había quedado en el ambiente, envolviendo todo en una bruma plateada. El pronóstico para el día había predicho nieve. Xingchen esperaba que no fuera así.

Había salido a comprar comestibles con la intención de hacer sus recados a primera hora, para tener libre el resto del día. Ya no trabajaba los fines de semana. Cuando comenzó su negocio, quería que todo estuviera bajo su estricto control: las entregas, las recetas, los patrones en la porcelana, incluso la limpieza de los baños, todo tenía que ser perfecto. Ahora, dos días a la semana, delegaba sus deberes a un cuarteto de estudiantes que había contratado: chicos confiables recomendados por un conocido de confianza. Aun así, había sido una decisión difícil de tomar meses atrás; correr ese riesgo de dejar el trabajo de su vida en manos de unos chiquillos. Afortunadamente, no lo decepcionaron.

En pocas palabras, Xingchen necesitaba un descanso desesperadamente. Necesitaba respirar. Amaba su trabajo, pero se extrañaba el lujo de acurrucarse en la cama un poco más, dormir hasta las siete, ver el sol entrar por las ventanas y pintar su habitación de oro. Esa mañana, se había permitido ese pequeño capricho.

Ahora, en la tienda, se tomó su tiempo para seleccionar productos frescos y entablar una pequeña charla con una anciana que le había pedido que le leyera una etiqueta. Cuando recogió todo lo que necesitaba, se dirigió al siguiente pasillo y se quedó helado.

Xue Yang —qué emocionante, había recordado su nombre—, estaba en el extremo opuesto, canasta en mano. Estaba mirando la caja de cereal que sostenía, con la frente arrugada, el labio inferior entre los dientes; Xingchen asumió que estaba debatiendo si dicho contenía suficiente azúcar para su gusto. Tal como la vez anterior, tenía el pelo en la cara, mechones escapando de los crueles confines de su coleta, y Xingchen sintió que algo se agitaba en su pecho. Irracionalmente, estúpidamente, quiso caminar hacia él y empujar los mechones detrás de su oreja. Quizás dejar que sus dedos se quedaran allí por un momento. Tal vez-

Tal vez debería ir a saludar. O quizás, pensó, debería dejar al muchacho en paz. Xingchen se dio cuenta, tardíamente, de que prepararle café a alguien dos veces no lo convertía automáticamente en su amigo. Apenas y los hacía conocidos. Xue Yang no le debía nada, ni su tiempo ni su atención. Lo más probable es que Xue Yang ni siquiera lo fuera a reconocer fuera del entorno habitual.

Con eso en mente, Xingchen de repente se sintió fuera de lugar: vulnerable, sin su delantal, sin su uniforme, como un caballero sin su armadura.

Aturdido, se quedó inmóvil, mirando a Xue Yang poner la caja en el estante y tomar otra. Era una persona completamente diferente cuando no había nadie con quien pavonearse. Vestido con jeans oscuros de cuero, tenía una pinta intimidante, pero sus movimientos carecían del aire de arrogancia a la que Xingchen se había acostumbrado.

Un momento después, Xue Yang miró hacia arriba abruptamente, como si hubiera sentido la presencia de Xingchen. Miró en dirección a Xingchen; antes de que lo reconociera, Xingchen vio que sus ojos también parecían diferentes: desenfocados, indiferentes, casi tristes.

Luego, Xue Yang inclinó la cabeza hacia un lado y su expresión se suavizó por un segundo antes de sonreír. Fue como si se hubiera accionado un interruptor. Dejó caer la caja con indiferencia en su canasta y se dirigió hacia Xingchen, balanceando los brazos como un niño alegre.

—Qué gusto verte por aquí —saludó.

Sin el mostrador entre ellos, se sentía como si algo se hubiera movido, un delicado equilibrio perdiéndose. Ya no había abismo metafórico, nada que designara una línea infranqueable.

Piece by Piece | XueXiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora