2.

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Regresó una semana después.

Se quitó la capucha cuando entró, goteando agua de lluvia sobre el suelo de madera sin ninguna preocupación en el mundo. Xingchen no se sorprendió en lo más mínimo al saber que el muchacho era el tipo de persona absurda que renunciaba a un paraguas, como si llevar uno lo haría menos cool.

Xingchen, con los ojos fijos distraídamente en la puerta, asintió en agradecimiento a su cliente anterior. La chica tomó su Americano y se volvió para irse, pasando al joven mientras este se acercaba al mostrador. Caminaba con la misma gracia altiva que Xingchen recordaba tan vívidamente, pero esta vez, su chaqueta empapada y su cabello húmedo arruinaron el efecto fascinante. Solo un poco; aún era un espectáculo maravilloso para la vista.

—Hola de nuevo —dijo Xingchen.

El joven sonrió tensamente. Luego, en lugar de una respuesta, sorbió por la nariz, enrojecida por el frío. Eso hizo que algo doliera profundamente en el estómago de Xingchen, un instinto protector encendiéndose.

—¿Lo mismo de la otra vez? —preguntó.

El tipo se pasó la lengua por sus labios, ladeó la cabeza pensativo y miró directamente al alma de Xingchen. Xingchen, negándose a dejarse intimidar por alguien que preferiría arriesgarse a una neumonía que llevar un paraguas, le devolvió la mirada.

—¿Qué tal si esta vez intentamos vainilla?

Su voz, aunque ligeramente ronca, todavía tenía ese tono familiar de burla y diversión. Fue un acto al que se negó a renunciar, como si tuviera una reputación que defender, incluso cuando estaba empapado y visiblemente enfermo. Brevemente, Xingchen se preguntó qué estaba haciendo el tipo en su estado actual, dado el aguacero: a nadie le urgía tanto un café.

Xingchen asintió con la cabeza y marcó la cantidad correcta en la caja registradora, y el joven, sin preguntar, dejó un pequeño montón de monedas de veinticinco centavos en el mostrador para que Xingchen las tomara.

—¿Para llevar?

El muchacho alzó la mirada, parpadeó con una pizca de genuino desconcierto, como si no hubiera entendido la pregunta. Xingchen sospechaba que tenía fiebre. O estaba teniendo un mal día. O un poco de ambos. Razón de más para quedarse en la cama; no había nada lo suficientemente especial en el café de Xingchen para justificar el sacrificio.

—Deberías... puedes secarte antes de irte —le dijo Xingchen amablemente, y la mirada del joven se volvió más perpleja. Xingchen rápidamente se retractó—. Lo siento. A menos de que tengas prisa.

Xingchen sintió que su cerebro estaba fallando, gritando. ¿Por qué fue tan empeñado en hacer que el muchacho se quedara? ¿Tan desesperado en pedirle a él, un completo extraño, que se quedara? ¿Por qué, en nombre de todo lo sagrado, Xingchen no podía apartar la mirada de las mejillas frías y enrojecidas del tipo?

Después de un tenso momento de silencio llegó la decisión.

—Me parece bien. Digo, me quedaré. Me secaré.

Xingchen se permitió una pequeña sonrisa mientras tomaba las monedas. Se sentía mareado, lo cual era una locura. Quizás él también tenía fiebre. Dejó caer las monedas en la caja registradora y el recibo en la encimera a cambio. El joven aguardaba, jugueteando distraídamente con las mangas demasiado largas del suéter que llevaba debajo de la chaqueta empapada.

Hoy estaba más sosegado, más tranquilo, como retrayéndose, en lugar de mostrarse tan asertivo y directo. Xingchen consideró ofrecerle una aspirina, luego se dio cuenta de que eso también era una locura.

Piece by Piece | XueXiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora