Ālātus: el titán de las estrellas por @Leonorox

267 13 5
                                    

Una historia de Leonorox

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una historia de Leonorox

«Una aventura sin las habilidades extraordinarias de atravesar paredes, manipular el clima, poseer fuerza sobrehumana y velocidad extrema, no es aventura

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

«Una aventura sin las habilidades extraordinarias de atravesar paredes, manipular el clima, poseer fuerza sobrehumana y velocidad extrema, no es aventura. Siéntete dichoso que eres de aquellos, y no un simple vigilante escondido bajo la noche o gracias a un antifaz"; pero recuerda, hijo mío... En esto hay procesos y retrocesos. Es la manera de comenzar. Es la manera de comprender, y tú no eres aquello para lo que te hicieron. Tú eres algo más. Eres lo que decidas ser. No lo olvides, hijo de Eolo».

Cuatro paredes blancas eran las que me acompañaban en ese cuarto. Por más que mis extremidades permanecieran inmóviles, mis funciones mentales estaban intactas. Podía percibir cada partícula suspendida en el aire. El llanto de mi madre se sentía como una garra que me arrancaba el último aliento contenido en mis pulmones. La noticia del médico había sido devastadora.

—Su capacidad pulmonar está considerablemente reducida. La obstrucción es persistente —mencionó el médico, quitándose las gafas, apesadumbrado—. Lo lamento, señora Abades.

Yo, con apenas veintiún años, me estaba muriendo. No lo entendía, porque, a pesar de tener mis pulmones colapsados, existía una fuerza que me impulsaba a seguir. Y esas voces; en especial la de ese hombre, esa que me mantenía despierto ante el sopor mundano, me alentaba a no subyugar ante el dictamen como el conocimiento humano.

—Él no sufre, ¿verdad? —dijo ella, tragando apenas, tratando de espantar el llanto.

—No, está sedado, pierda cuidado.

El galeno la había convencido de firmar la ONR, garantizando que, ante cualquier nuevo episodio, mi corazón no aguantaría, en consecuencia, que era mejor dejarme partir. La orden de no resucitación estaba hecha.

Sentí una lágrima caer sobre mi mejilla izquierda, como si ese pequeño lamento gritara implorando por piedad.

«Aférrate, hijo del vendaval, respira», susurró aquella voz.

De pronto, mis pulmones como si hubieran sido globos se expandieron, provocando que aspirara agresivo para luego expulsar el oxígeno obtenido. Tanto mi madre, el médico como la enfermera que estaba a mi cuidado, giraron para observarme.

Antología Genoma Heroico: BiohéroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora