Una nueva generación de autores heroicos se ha levantado en el mundo naranja. La agencia wattpader G.E.N.O.M.A. ha sometido a los sujetos a una serie de pruebas experimentales para probar su fuerza, agilidad y registrar su crecimiento.
Al día de hoy...
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El reloj pregonaba la medianoche cuando Simón Sandoval despertó sobresaltado.
Los nefastos ataques que le aquejaban resultaban cada vez más constantes y dolorosos. Era como si su mente captara una señal críptica, horrísona y vertiginosa de algún lugar del vasto universo. Seguido de un terrible hormigueo que recorría cada milímetro de su frente. Las migrañas solo eran el preludio de algo ignoto, incomprendido y singular. Aquellos dolores severos provocaban que Simón desatara un poder inexplicable para él.
Cuando abrió los ojos, se vio suspendido en el aire. La pequeña habitación lucía lúgubre pero a través de la ventana, impetuoso, resplandeciente y estático, yacía aquel anómalo cometa. El intenso fulgor cerúleo que emanaba, iluminaba la noche opacando las tímidas estrellas en el horizonte infinito. La aparición inusual del gigante rocoso había desatado mil y una devastaciones; primero fue el resplandor, luego los terremotos y al final, tan improbable e inexplicable, los padecimientos del joven Simón Sandoval. Al principio los médicos quedaban desconcertados por la inexistencia de algún umbrío tumor u otro padecimiento médico que explicara sus síntomas. Su problema iba más allá del entendimiento humano, creando un miedo horrible y aterrador, un dantesco monstruo al cual no quería enfrentarse. Por lo que no demoró en aplacar los embates mentales con píldoras que le mantenían en un estado de laxitud temporal.
Un tenebroso crujido se dejó oír como un eco espectral por toda la vieja casa. Cada objeto abandonaba su condición inerte para levitar en la oscuridad. Doblegado por aquella fuerza etérea que surgía de su mente, Simón apretó sus puños tratando de controlar aquel pandemónium onírico que le invadía. Las vigas del techo habían empezado a protestar la quimérica fuerza invisible que le azotaba. Las paredes no tardaron en doblegarse mostrando monstruosas estrías que zigzagueaban hasta perderse.
Mientras se encontraba suspendido, Simón recordó los días de su infancia. Los lunes de pizza y viernes de pesca con su tío Morgan. Pero también evocó escenas desagradables, como el fallecimiento de sus padres. Y por un segundo, se vio de nuevo en la escuela, específicamente en las clases de dibujo. Él recordaba aquel niño de octavo grado que le molestaba hasta el cansancio con sus tóxicos insultos, por el hecho de poseer un talento sobresaliente. Mientras que Eric dibujaba cohetes, Simón pintaba el Monte Titano con la más absoluta perfección posible.