EMILY WILSON
El cumpleaños de Santiago estaba empezando a convertirse en una tortura para mí, pero él se veía más emocionado que nunca. Insistía en decir que yo era su mejor regalo y que se sentía feliz de poder compartir conmigo su gran día «¿Qué es de un hombre, si no hay una hermosa mujer sujetando su mano?... Emily, solo si tú estás, celebrar la vida tiene más sentido"», fueron sus palabras para hacerme saber que realmente agradecía que lo acompañara en su gran noche.
Santiago conmigo dejaba salir toda la ternura que ocultaba en los pasillos del instituto. Su prioridad siempre era hacerme feliz. No comprendía qué había sido lo que le atrajo de mí. No era la más romántica, tampoco la más atenta, y muchos menos la más bonita, pero yo era lo más importante para él, y para mí, lo eran mis estudios. Tener conocimiento de ello tampoco le molestaba. Me entendía. Era comprensivo y no le gustaban los conflictos ni el drama. Tampoco intentaba cambiarme o convertirme en lo que él quería que fuera.
En nuestra relación no había celos, posesión o control sobre lo que hacíamos o dejábamos de hacer. Nos salíamos del común de las relaciones y eso me gustaba. En mi opinión, y creo que Santiago compartía lo mismo, los celos y el querer controlar cada paso de la persona que está a tu lado, son un sentimiento tóxico que solo refleja la inseguridad de quien lo hace. Si logramos entender y aceptar que nada ni nadie nos pertenece, ni siquiera nuestra propia vida, comprendiendo que todo se nos ha sido prestado por un tiempo limitado. Si logramos aprender a vivir con el desapego, a no aferrarnos. Aceptando la idea de que nada es para siempre, que se cumple un rol de maestros fugaces, donde enseñamos y aprendemos, y una vez cumplida la misión debemos soltar y dejar ir, pudiésemos vivir y disfrutar de todo lo que se nos presenta, incluso de esos instantes que nuestro ego quisiera convertir en eterno. De esa forma habíamos mantenido una relación estable, en la cual muchos opinaban que nos encontrábamos en una relación con exceso de confianza o con evidente falta de interés. Pero la verdad, es que eso era algo que nunca me había cuestionado. Disfrutaba de su compañía tanto como disfrutaba de mi libertad.
Todo El Cumbres estaba en la fiesta. Tener a más de trescientos ojos puestos en mí, no era la definición que tenía de "pasar desapercibida", pero Santiago quería que ese día, fuera increíble. Inolvidable. Él mismo cuidó cada detalle. Lo del reflector, fue idea de la señora Helena, su madre. Me pareció exagerado, para no decir ridículo, y aunque intentamos oponernos, fue inútil. «Siéntanse grandes, y serán grandes», fue lo que dijo para convencer a Santi de hacer esa estúpida entrada.
Cuando sentí el gran reflector penetrar mis pupilas, y convertirme en el centro de atención a la misma velocidad de la luz que me impedía ver con claridad a la multitud que nos observaba, quería que la tierra se abriera y me tragara. Estaba muriendo de la vergüenza, pero el show había comenzado y debía continuar.
Me sujeté muy fuerte de su mano, rogando que mis pasos al bajar fueran firmes y así no tropezar, causando una humillación más grande que la que ya estaba protagonizando. Por suerte, todo pasó muy rápido y cuando pude darme cuenta, ya estaba abajo caminando en dirección a mis amigos que me esperaban con cierta gracia en sus rostros. No tardarían en hablar de nuestra gran entrada.
Como era de esperarse, Laura fue la primera. Estaba furiosa. Me reclamaba por no haberle advertido que vendría con vestido de gala a una fiesta de adolescentes, en la que lo único seguro era que todas las chicas terminarían con zapatos en manos, vomitando por los rincones de la gran mansión; y los chicos inconscientes, desnudos, tirados en alguna parte sin poder recordar las idioteces que habían hecho la noche anterior.
—Sí lo que querías era opacarnos, lo hiciste muy bien. Somos unas cucarachas aplastadas y el zapato en nuestras cabezas, es el tuyo —dijo Laura, enojada.
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El espacio entre tú y yo (Terminada)
Roman d'amourCuando las personas que más amas, te rompen, es difícil volver a unir esos pedazos. Victoria Brown, creía que cuando amas, la brecha para perderte a ti mismo es muy estrecha. Para Emily Wilson, el amor era un simple invento. Ella prefería lo estable...