CAP. 23 - NADIE PUEDE SALVARTE, SOLO TÚ -

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VICTORIA BROWN

Nunca he necesitado de alguien para encontrarle el sentido a la vida. Jamás me gustó poner mi felicidad en las manos de otra persona como mecanismo para vivir y aunque les confieso que odiaba estar sintiendo esa codependencia con Emily, cuando sabía de ella, todo dejaba de importar.

Los días en el instituto se hacían cada vez más pesados desde que Emily dejó de asistir. No tenía ganas de nada y me costaba concentrarme. Era como estar sobrellevando una ruptura, con la diferencia de que ella y yo, no teníamos una relación.

No sabía qué era peor... si estar convirtiéndome en lo que siempre critiqué de las personas enamoradas. La ausencia de Emily, o tener que soportar las miradas e indirectas de Santiago. Estaba siendo una maldita tortura, pero aunque me costaba admitirlo, lo único que necesitaba para estar bien, era a ella.

―¡Es normal Hamilton! En esta etapa de la vida es normal ―dijo Santiago, que se encontraba en el final de las escaleras del instituto, haciendo girar un juego de llaves en su dedo y ni siquiera volteó a verme cuando habló.

―¿Qué se supone que es normal? A ver... ―respondí, poniendo los ojos para arriba, mientras me paraba frente a él.

―Lo que Emily tiene contigo. Todas las mujeres a esa edad, quieren experimentar ―expresó, y no sé por qué la sonrisa que tenía me daba ganas de querer golpearlo―. La conozco mejor que nadie. Ella no es lesb... eso ―Le costó completar la palabra.

―¡A ver! Dame un momento. Es que hay algo que no estoy entendiendo... ¿Ese es el monólogo que te dices para que tu hombría se mantenga intacta o es lo que le dices a tu ego cuando te recuerda que tu novia estuvo con una mujer? ―solté, y vi su sonrisa esfumarse a la velocidad de la luz.

―Te lo advierto Hamilton... ¡Aléjate de nosotros! ―respondió, parándose de forma amenazante frente a mí.

―¿O sino qué? ―lo reté, y vi como con su mano derecha apretó las llaves que segundos antes hacía girar en sus dedos.

Las lanzó al aire y las sujetó otra vez, recuperando la sonrisa de imbécil que tenía y pude ver que la mano le sangraba, pero nunca mostró molestia o dolor. Su objetivo era infundirme miedo. Lo que no sabía, es que nadie generaba eso en mí, y mucho menos lo haría un niño fresa con el ego lastimado.

Después de mi encuentro con Santiago y de llevar varios días sin ver a Emily, decidí ir al hospital. No con la intención de hablar de nosotras o de aclarar lo que había pasado con Nico. No era el momento. Solo necesitaba saber cómo estaba ella, pero lo que pasó, no lo habría imaginado ni en mis peores pesadillas, aunque la protagonista de todas ellas siempre ha sido Eleanor Hamilton, y esa vez no sería la excepción.

Desde que salí para el hospital, observé una moto seguirme. En ella iban dos personas vestidas con ropa de cuero y cascos con dibujos fluorescentes. Era tanto lo que tenía en mi cabeza, que no les presté atención. Hasta que escuché los disparos y me percaté de que era la misma moto.

Cuando logré que Emily se calmara, revisé mi celular. Tenía dieciséis llamadas perdidas de esa mujer. Eleanor Hamilton, mi madre. Salí para llamarla a ver si ella tenía una respuesta para todo lo que le había pasado a Santiago. Deseando que no fuera lo que estaba pensando.

―Victoria, tengo todo el puto día llamándote ―dijo, en el momento que contestó mi llamada―: Si te llamo reiteradas veces, no es porque quiera saber qué desayunaste o si ya sacaste al perro a pasear. Eso ya deberías saberlo ―Y así era ella, cero remordimiento o sutileza.

―Dime que no tienes nada que ver con esos tipos ―pregunté sin titubear.

―¿Te hicieron algo? ―preguntó, y no imaginen la voz de una madre preocupada, porque no es mi caso. Ella solo quería saber si estaba bien para que no me sumara a uno de sus problemas.

El espacio entre tú y yo (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora