Un inocente sueño que se convertira en una pesadilla.
La realidad detras de un deseo infantil les mostrara que se debe de luchar contra todo para conseguirlo.
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La noche había llegado tan rápido que apenas pude darme cuenta.
Igual no es como si estuviera tan pendiente de la hora, mi mente estaba tan nublada que era lo menos importante en ese momento.
—Izuku, ¿Estás bien?.— Pregunto mi madre sobresaliendo en aquel silencio. —No has tocado tu comida para nada.—
Naturalmente cualquier madre sentiría algo de preocupación al ver como su hijo está a punto de fusionarse con su plato de Katsudon mientras parece estar buscando el origen de la vida en el.
Pero en ese momento no estaba de humor para lanzar una mentira lo suficientemente elaborada como para tranquilizarla.
—No es nada, solamente estoy cansado, hoy fue un día muy pesado.— Respondí intentando por lo menos darle una sonrisa cálida, no es necesario decir que no lo conseguí.
Fue sin duda la cena mas incomoda de mi vida.
Una vez termine mi plato, abandone la sala, no quería incomodar mas a mi madre o peor aún, preocuparla.
Tras la excusa de que tenía que terminar mis deberes, subí hasta llegar a mi habitación y al momento de cerrar mi puerta, deje caer aquella mascara de falsedad.
Mi vida era miserable y aquellas cuatro paredes eran el único lugar donde podía sincerarme, mirarme al espejo reflejando mi rostro manchado de lagrimas y con un nudo en la garganta intentar sonreír para volver aquella imagen a un mas patética.
Después de terminar ese ritual me dirigí a mi escritorio, tome aquella pequeña libreta que celosamente guardaba o mejor dicho escondía como si en el estuvieran los más oscuros secretos del gobierno.
La hojeé lentamente leyendo algunas anotaciones que brotaron difuminando el resto del escrito.
Lunes 22 de septiembre.
Es la tercera vez que intento terminar con mi vida, de nuevo Kacchan me detuvo justo antes de caer.
Martes 23 de septiembre.
Kacchan dice que tengo un problema y que debería de buscar ayuda profesional.
Miércoles 24 de septiembre.
Kacchan me llevo a la fuerza a un Psicólogo, dice que no le importa si lo odio, que esto es por mi bien.
En aquellas hojas ya manchadas por el grafito, se podía ver claramente el avance de mi depresión y como Kacchan siempre estuvo ahí para salvarme.