Me revolví en mi cama, sonriendo porque al día siguiente era domingo.
En la cama de al lado, mi hermana intentaba vestirse sin hacer ruido. Para cualquier persona normal, estaba teniendo éxito. Conmigo era un poco más difícil. Alba solía bromear con que tenía un oído demasiado fino para mi propio bien.
—Deberías probar usar audífonos —me volvió a decir aquella noche—, te destrozarán el tímpano lentamente hasta que seas capaz de oír como cualquier adolescente normal.
Se puso en pie y le sonreí a través de la habitación.
—Linda —comenté.
Para entonces, ya se me habían acabado los adjetivos para describirla cuando salía de fiesta.
—Gracias.
Ese día llevaba un polo negro, una cadena plateada, mallas y sus botas negras preferidas. Todavía no se había atado el cabello en una cola y parecía llevar un despeinado casual que cualquiera envidiaría. Se apeó a la ventana y la oí saltar hacia la escalera. Me di vuelta en la cama, intentando dormir.
Me levanté la mañana siguiente y comprobé que Alba aún no regresaba. El reloj indicaba las nueve, así que mi madre debía seguir en su cama.
Solo por si acaso, me levanté en silencio y busqué a Alba por la casa a pesar de que sabía que era imposible que hubiera regresado sin despertarme.
Nada. Su cama seguía tendida y sobre su mesa estaba su laptop pero no podía tocarla porque estaba protegida por contraseña y mis conocimientos de hacker no llegaban tan lejos. No le di importancia: cuando se hacía tarde significaba que llegaría para el almuerzo y que yo debía cubrirla con mamá inventando alguna excusa. Por supuesto, eso fue lo que hice. Sin embargo, al regresar del trabajo a las cuatro de la tarde, Alba aún no estaba de vuelta. Intenté recordar si tenía turno en el trabajo y comprobé aliviada que tenía el de la tarde. Me pasé limpiando la casa nuevamente, solo para que a mi madre no le diera un ataque. Sin embargo, cuando llegó, a pesar de mi insistencia, volvió a limpiar todo antes de encerrarse a dormir.
No me fijé en el reloj hasta después de cenar, cuando mi madre me preguntó por Alba.
—Pero nunca se queda hasta tan tarde —insistió cuando le dije que probablemente estaba en el trabajo.
—Tal vez tuvo algún problema o se quedaron celebrando el cumpleaños de algún trabajador —añadí inspirada.
Mi madre bufó y negó con la cabeza.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan estúpidamente inocente? —me soltó—, no sabes todo lo que podría pasarle a tu hermana allá afuera.
Quise decirle que veía televisión y tenía perfecta idea de las posibilidades; que, de todos modos, ella nos las repetía cada semana, que dejara de tratarme como idiota, y mil cosas más. Pero mi madre no es el tipo de persona a la que le replicas y sales inmune, por lo que me mordí la lengua y murmuré:
—Lo siento mamá. Buenas noches.
Salí de vuelta a mi cuarto y cerré la puerta. Si mi hermana regresaba iba a ser por la ventana, estaba segura. Incluso si venía por la puerta principal, podía tocar y me despertaría al instante.
Sin embargo, a la mañana siguiente, me levanté gracias al despertador y me alisté para el trabajo sin que Alba diera señales de haber pasado la noche en casa. Mi madre ya se había ido y dejé una nota sobre la cabecera de su cama.
“Alba, donde sea que hayas estado, la próxima vez avísame para estar preparada sobre la excusa que debo darle a mamá.”
Cerré la puerta con llave, en caso de que mi madre decidiera entrar.
El señor Hudson estaba de un especial mal humor aquel día, por lo que me volqué de lleno al trabajo para no disgustarlo aún más. Era un inglés regordete, con una brillante calva y un bigote profuso que solía atusarse cuando estaba ansioso. Cuando terminé, me soltó una disculpa por su carácter y me dio saludos para mi madre y Alba en una frase de no más de diez palabras.
De vuelta, me entretuve en La Boquería, con sus miles de sabores y colores, dejando volar mi imaginación e intentando relajarme, perdida entre el mar de gente mientras la música de mi reproductor sonaba a todo volumen.
Al regresar a casa, comprobé que no había nadie y me pasé cantando en voz baja durante horas. El ipod terminó por descargarse y, mientras lo enchufaba, tocaron el timbre. Por la forma en que sonaba, supe que era mi madre. Solo entonces me di cuenta que ya era lunes. Habían pasado dos días sin que supiera nada de Alba.
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La ciudad de la luz (Profecías Supremas #1)
FantasyYa es lo suficientemente jodido tener el sueño más liviano del planeta, pero ¿que tu hermana desaparezca sin aviso (y con un poco de mascarilla para el cutis), tu madre quede mágicamente demente y el mundo tal y como lo conocías vaya cayendo lentame...