CEL 20

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Y así me uní al CEL, las siglas de una frase que en lidhanita significaba: “lugar de reunión y apoyo” o algo parecido, porque la traducción dejaba cortos los sentimientos que transmitían las palabras, como amistad y sacrificio. Sakie, voluntariamente me dio un tour durante una semana, presentándome a casi todos los miembros jóvenes y hablándome de los mayores que se encontraban en misiones.

Pasaba por corredores, y más chicos me saludaban de manera distante, empezando a murmurar cuando me alejaba. Sabía que era por Alba, pero me molestaba un poco. A pesar de ello, todos eran muy amables e hice amigos más rápidamente de lo que era habitual en mí. O tal vez fuera cosa de Sakie y su interminable simpatía. O quizás todos pensaban que era como Alba, mi hermana perfectamente sociable.

Dheliab y Goruen fueron de los que me hice amiga casi al instante de conocerlos. Aunque Sakie me comentó que Dheliab no era parte del CEL 20. Como su número lo indicaba, el CEL había sido el vigésimo en crearse, cuando algunos miembros de otros CEL decidieron ir a una nueva ciudad e instalarse. Había alrededor de treinta en el mundo, perfectamente camuflados y en constante interacción con los demás. Dheliab tenía veinte años y su habilidad era “del cuerpo”. Podía coger objetos pesados como si se tratara de juguetes. Y lo mismo pasaba con su novio, Goruen, quien podía alzar pesas de cincuenta kilos por pura diversión. Él me contó que sus padres habían muerto cuando era pequeño y lo había criado una tía suya, del CEL 19. Aunque unos años después, Goruen pasó al CEL 20, iba a visitarla muy seguido y era evidente que adoraba a la anciana. Dheliab, en realidad, pertenecía al CEL 18, pero estaba tan apegada a Goruen que se pasaba casi todo el año en el CEL 20.

Otro de los que me agradaba era Iskander. Era un muchacho de dieciséis años extremadamente sonriente. Siempre llevaba consigo un trozo de alambre que transformaba continuamente en diversas figuras. Según me dijo Sakie, era gran amigo de Andrew y conversar con ellos era asegurarse una tarde llena de risas.

—Me recuerdas a alguien, solo que no recuerdo a quien —le solté al día siguiente de conocerlo.

Andrew, que acababa de llegar, se echó a reír a carcajadas y pude ver que bajo su piel cobriza, Iskander se había ruborizado.

—¿Qué pasa?

—Otra vez le van a decir que es clavado a Aladino ¿a que sí?

Ahora la que se sonrojó fui yo. Andrew había acertado. Si no fuera porque era más antigua, diría que Disney copió a Iskander para dibujar a Aladino en la película.

—¡Dejen de mirarme así los dos!

Andrew volvió a partirse de risa.

—Lo siento tío, ya deberías aceptarlo —dijo dándole una palmada en la espalda—si quieres puedo regalarte un mono con chaleco para que te sientas mejor —añadió antes de salir corriendo, perseguido por Iskander.

Y eso me dejaba alguien más: Andrew. Era fácil adaptarse a él, dado que intentaba que todos fueran felices a su alrededor. Se comportaba divertido y tonto algunas veces, pero siempre me trataba como si fuéramos amigos de toda la vida. Era imposible sentirme nerviosa delante de él, como me pasaba con muchos de los miembros del CEL, sobre todo con Eric. Respecto a este último, pronto comprendí que era un chico extremadamente reservado. Me enseñó rápidamente teoría de las runas pero no avanzamos más en el tema porque no estaba seguro de que fuera mi don. Se inclinó por la lucha y cómo combatir a un hechicero.

—Cada don tiene sus ventajas —solía decirme—; no hay dones estúpidos, solo estúpidos que no saben usar su don.

Yo asentía, atenta a todo lo que decía y mirando con envidia cómo entrenaba con las runas mientras yo debía practicar patadas o alguna cosa parecida.

—Es tan emocionante —le comenté una vez—, no solo las runas, todo.

 —Claro, no te preocupes. Aquí te ahorramos el meterte al Campeonato Mundial de Fórmula 1 en busca de adrenalina. El negocio no anda muy bien, ya ves, pero nos divertimos. Y pronto podrás hacerlo también. Ahora deberías empezar, no somos como los daluths que tienen, todos, el don de las runas. Sigue entrenando o nunca llegarás a la primera vuelta del circuito.

Ese era el mantra de Eric: entrenar, entrenar y entrenar.

Había mucha gente más, por supuesto, y me cruzaba con ellos continuamente en los corredores.

Aleia, por ejemplo, era una chica de unos veinte años, divertida y perspicaz, de carácter resuelto. Era otra de las que no habían sabido que pertenecían a los lidhanitas hasta que los pudieron encontrar, aunque todos me aseguraban que eran casos rarísimos. Su madre había sido una lidhanita que murió antes de poder contarle mucho sobre el CEL, pero Aleia siempre supo que no era normal. Cuando su padre, un humano, se volvió a casar, Aleia escapó de casa y los buscó. Era una de las pocas que mantenía un contacto activo con el mundo real. Trabajaba en una pizzería, frecuentaba a sus amigas y su novio siempre venía a visitarla. Como trabajaba de repartidor en la misma pizzería que ella, era el que traía las pizzas para el almuerzo. Su don era físico, relacionado al lanzamiento de dagas y tenía una puntería realmente escalofriante.

Después estaba Orlenka cuya habilidad era mental.

—Es la cosa más jodida del mundo —decía siempre—. Desarrollar una habilidad mental es muy complicado. Con tener un don físico te basta entrenar. Dime, ¿qué harías tú con mi don?

La comprendía perfectamente. Su don era detectar daluths a grandes distancias, y yo no tenía idea de qué podría hacer para mejorarlo ni cómo entrenar. Ella solo suspiraba y decía: “me las ingenio bien, algún día te contaré”.

Finalmente, estaban los supervisores: Bonnie, Eiger, Alnabys y algunos otros, pero solo Feried se ocupaba muy de vez en cuando de venir a ver cómo estaba todo.

En realidad, empezaba a cansarme de entrenar a ciegas, aprendiendo a luchar con dagas, arcos, espadas y cuerpo a cuerpo sin saber más, pero ese problema pronto se solucionó de forma inesperada, que es como en gran medida se descubren los dones.

La ciudad de la luz (Profecías Supremas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora