6. AQUELLA SONRISA

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Recibió muchos aplausos y halagos cuando terminaron la reunión mensual de ese mes.

Las ventas estaban por las nubes y su plan de marketing había sido todo un éxito.

Podía decirse que Tony Stark era el ojito derecho del jefe en aquella empresa de tecnología.

—¡Esto tenemos que celebrarlo! —exclamó el dueño de la empresa, un señor de unos sesenta años, mientras todos se levantaban para salir de la sala de reuniones—. Cena y fiesta con el departamento tecnológico y su dirigente —Señaló al hombre—. El jodido Tony Stark.

—Exageras, Green —respondió él, sonriendo y haciendo un aspaviento.

—Cena y fiesta. No hay más que hablar —sentenció el jefe—. Os quiero a todos esta noche, a las ocho, en la puerta de la empresa.

Recibiendo algunas palmadas en la espalda, Tony recogió su maletín, entre sonrisas, y finalizó su jornada de trabajo aquel día.

Habían pasado dos años desde que despertó del coma. Si bien no había podido recuperar su estatus y su renombre, sí que había conseguido reconstruir su rostro, gracias al dinero que obtuvo al vender sus armaduras.
No había quedado exactamente igual al que tenía antes del accidente, pero se acercaba bastante a su antigua apariencia, y eso era más que suficiente.

Debido a que tuvo que gastar casi toda su pequeña fortuna en decenas de operaciones de reconstrucción, había buscado trabajo por cuenta ajena (no disponía de capital suficiente como para abrir su propia empresa) y encontrado trabajo en una empresa tecnológica que le procuraba un buen sueldo.

Vivía en un ático en Manhattan, desde cuyo balcón podía vislumbrar la antigua Torre Stark, su torre, convertida en un edificio de oficinas.

Quería tener presente el recuerdo de un pasado donde, casi sin ser consciente, había sido feliz.

Durante su recuperación, había intentado localizar a sus antiguos compañeros y amigos, pero todos parecían haber desaparecido del mapa.

Aunque le costó horrores, acabó aceptando que su vida tendría que transcurrir sin sus seres queridos, y el trabajo en aquella empresa le sirvió para mantenerse ocupado, así como recuperar su autoestima al ser felicitado constantemente por el equipo.

No tardó en escalar posiciones en la empresa, hasta alcanzar (por el momento) el cargo de jefe de departamento tecnológico, realizando a su vez algunas campañas de marketing.

No había tenido mucho tiempo ni ganas de hacer amigos. Quedaba de vez en cuando con compañeros de trabajo, y había tenido alguna que otra cita que no había acabado muy bien, pues no se veía preparado para iniciar ningún tipo de relación sentimental.

Todo lo que supusiera desarrollar apego era automáticamente descartado por su traumatizada cabeza.

Amar significaba tener algo que proteger. Y esa necesidad de protección le producía miedo. Le hacía vulnerable.
Había perdido una vez, y no quería perder de nuevo.

Si se centraba sólo en quererse a sí mismo, todos sus miedos radicarían en morir, pues era la única manera de perderse.


○○○


Le gustaban las cenas de celebración. Leonard Green era un jefe generoso y agradecido, y siempre los llevaba a sitios lujosos donde servían comida de primerísima calidad.

Tony agradecía esas cenas, ya que él no podía permitirse a menudo derrochar en semejantes manjares. Para ser sinceros, él siempre había sido un gran fan de la comida basura, pero también echaba mucho de menos sus lujosos platos gourmet.

Después del atracón, Leonard pidió dos taxis para los seis empleados del departamento tecnológico, ya que quería llevarlos a un local a tomar unas copas.

Nada más poner un pie allí dentro, Tony supo que no se trataba de un local cualquiera.

Las luces de neón, la música ambiental, hombres y mujeres paseándose semidesnudos por el lugar, un par de barras de strip tease...

—Green... ¿Esto es un puticlub? —preguntó uno de los empleados mientras entraban.

—Club de alterne, Houston, club de alterne —le corrigió el hombre, sonriendo—. No seas tan bruto.

Tomaron asiento en una mesa redonda, y una camarera pechugona, que portaba pezoneras rojas y antifaz a juego, les tomó nota amablemente de las bebidas.

—Es el mejor de toda Nueva York —les dijo el jefe, que parecía encontrarse en su salsa—. Mirad, elegid y disfrutad. Hoy pago yo.

Tony no se sentía del todo cómodo en aquel sitio. Nunca había visitado un prostíbulo. No lo había necesitado precisamente.

Sus compañeros, algo tímidos al principio, se fueron soltando cuando comenzaron a ingerir las bebidas, y acabaron eligiendo a varias chicas y chicos para irse a la zona privada.

Sólo quedaban Tony y su jefe.

—¿No te animas, Stark? —le preguntó él—. Vamos, quítate esa cara de sieso y disfruta. ¿Ves a ese muchacho?

Señaló entonces a un chico que se encontraba en la barra, hablando con la chica que servía las bebidas.

—¿Qué le pasa? —preguntó.

—Es de lo mejorcito que hay aquí dentro —le dijo con una sonrisa socarrona—. Pruébalo. Te va a gustar.

Parecía demasiado joven, y su jefe... En fin. Era demasiado mayor.
La sola idea de imaginar lo que sugerían las palabras de Leonard le provocaba arcadas.

—Green, yo... Lo agradezco, pero no...

—¡Chico!

Antes de que pudiera evitarlo, el muchacho se había acercado a ellos.
Tenía el pelo corto y castaño. Iba vestido con tan sólo un tanga gris y un antifaz del mismo color. En su vientre lucían unos perfectos y sensuales abdominales, y sus nalgas redondas parecían suaves al tacto.

—Este hombre tan apuesto de aquí precisa tus servicios —le explicó el jefe.

—Green, de verdad, yo...

Pero este ya le había abierto la mano a Tony y dejado un billete de los grandes sobre la palma.

El chico, sonriente, sujetó la otra mano de Tony y tiró con delicadeza de él, haciendo que se levantase.

—Yo debería... —se excusó, intentando escaquearse.

¡No pensaba acostarse con un jovencillo!

—Ya está pagado —sentenció Green—. Ve y disfruta.

Quería marcharse de allí. Soltar aquella suave y cálida mano y volver a su casa. Pero miró aquellos ojos que se percibían a través del par de agujeros de la elegante máscara, que se achinaban mientras su boca esbozaba una sonrisa.

Le era terriblemente familiar, pero no encontraba ningún recuerdo en su cabeza que asociar con aquel momento.

—Vamos —le dijo con voz dulce—. Lo pasaremos bien.

Y se dejó arrastrar.

No podía decir que no a aquella sonrisa.

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He decidido actualizar casi seguido para compensar la ausencia durante las últimas semanas.

Espero que os esté gustando

Se os quiere!

Eider

El chico del antifaz (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora