12. ENCUENTRO

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Fueron los cinco segundos más largos que Peter recordaba, durante los cuales, contempló como los ojos de Tony también se llenaban de lágrimas, al igual que los suyos.

El muchacho lloraba de vergüenza y miedo. ¿Qué era lo que había provocado deseos de hacerlo en el mayor?

—Nos vamos —dijo este, después de tragar saliva y secarse los ojos con las manos.

—Pero Tony...

—He dicho que nos vamos. Vístete y avisa a tu jefe. Invéntate lo que quieras.

—Pero...

—No hay discusión posible.

Tuvo que apelar a un desgarro anal producido durante el coito imaginario con Stark. Su jefe, que ya tenía a Tony como cliente especial, puesto que acudía una vez por semana y dejaba una buena suma, no puso reparos en permitir que el chico se fuera con él "al hospital" para recibir atención médica.

El trayecto en el coche de Tony, sin embargo, fue terriblemente silencioso.
Conducía callado, muy serio, mirando la carretera y empuñando el volante con tanta fuerza que se le blanqueaban los nudillos.

Peter apenas le miró, con la cabeza girada hacia la ventanilla bajada y el aire neoyorkino azotando su cabello.

No tardaron en llegar a una zona de apartamentos, muy cerca de la que fue, en su día, la Torre Stark y base de Los Vengadores.

En el ascensor, rumbo al ático, el mayor dedicó al chico una mirada inquisidora cargada también de reproche. Peter se encogió todo lo que pudo contra sí mismo, cual tortuga intentando esconderse en su caparazón.

Estaba viviendo un absoluto infierno, y sólo necesitaba que acabara, fuera como fuese, aunque su fin se diera mediante Tony lanzándolo desde la terraza del ático.

Abrió la puerta de la vivienda, que daba a un amplio recibidor que cruzaron hasta llegar a la sala de estar, recogida y minimalista.
Olía a ambientador cítrico. Peter cerró los ojos, parado en medio de la sala, y se perdió en tan rico olor hasta que sintió que le golpeaban con fuerza la nuca.

Tony acababa de darle una colleja.

—¡AU!

—Esto por echar a perder tu potencial y meterte en ese antro de mierda.

Temblaba de rabia, y sus ojos se habían teñido en un tono rojizo. Peter se tocó la zona golpeada, que había aumentado su temperatura por el golpe.

—Y esto —añadió Tony. Le temblaba la voz casi tanto como el cuerpo—para que entiendas lo mucho que me alegra que estés vivo.

Peter cerró los ojos y se cubrió la cabeza, esperando un segundo golpe.
Sin embargo, lo que recibió en su lugar fue un abrazo. Un sentido abrazo que acabó con toda su tensión y le hizo descargar la misma en forma de llanto.
No estaba solo. Tony también sollozaba, en silencio, mientras acariciaba su espalda y le besaba la sien, una y otra vez.

—Peter... —gimió, separándose lo justo para que pudieran mirarse a los ojos—. Dios, Peter...

La atracción, dentro de su congoja, fue instantánea.

Como si hubiesen pensado lo mismo, ambos unieron sus labios en un beso tan frenético como lo eran sus lágrimas.
Peter retrocedió hasta una de las paredes, su cabeza chocando contra un marco que se desprendió y cayó estrepitosamente al suelo.
Mas Tony no reaccionó ante el sonido del cristal protector haciéndose añicos. Arrinconándole contra la pared, siguió besando los labios del más joven mientras sus alientos se fusionaban y sus manos buscaban el cuerpo ajeno con desesperación.

No tardó en tomar a Peter bajo las axilas y alzarlo en el aire, enganchándolo a sus caderas cual koala y desbotonándole la camisa elegante que llevaba para dejar libre su pecho, ese pecho que tan bien conocía y cuyos abdominales se había aprendido de memoria.

Sus labios viajaron por el pecho, su lengua lamió los pezones y sus dientes mordisquearon la piel, que ayudó a enjugar las lágrimas que aún caían por sus mejillas.

No aguantaron demasiado allí. Apenas un minuto después, se dirigieron de la mano hacia la habitación, donde más prendas cayeron poco a poco para dejarles completamente desnudos al momento de llegar a la cama.

—Tony... Tú... —jadeó. El mayor le había tumbado sobre el lecho y marcaba un camino de besos hacia su pelvis—. Eres demisexual...

—¿Por qué crees que quiero hacerlo contigo?

No le dejó responder, ya que sus labios comenzaron a surcar el miembro del chico, que ya se encontraba en ristre debido a la tensión sexual vivida minutos atrás.

Peter tironeó del cabello de quien fuera su mentor hacía unos años, aún sin poder asimilar que lo que estaba sucediendo entre ambos era real.
Siempre le había admirado, y debía admitir que también deseado cuando lo sentía demasiado lejano.

Tony introdujo su sexo en la boca, y el castaño dejó los ojos en blanco al sentir el calor de la misma y la rugosa y caliente lengua dándole toques certeros de placer a medida que saboreaba su glande.

Fueron cinco largos minutos en los que Stark se dedicó expresamente a degustar su miembro sin detenerse, moviendo la cabeza en un hipnótico vaivén, que sólo detenía para sacársela de la boca, masturbarla con la mano y darle un largo repaso con la lengua antes de devolverla a su cavidad.

Peter no estaba acostumbrado a semejantes atenciones. En su trabajo, no solía alcanzar el clímax a menos que le tocase algún cliente empático, cosa que rara vez sucedía.

Los orgasmos que tenía solía ofrecérselos él mismo, con su propia mano, en la soledad de su apartamento.

Ver a Tony tan desatado, esforzándose en darle el mayor placer posible, le llevó ante las puertas del orgasmo por el camino más corto y placentero posible.

Tiró del cabello del mayor, hacia atrás, sacándosela de la boca justo a tiempo para que su eyaculación salpicara la cama y parte de su propio pecho.

Tony abrió el cajón de la mesilla de noche, sacando un preservativo, y se lo dejó puesto antes de colocarse sobre Peter y llenarle el rostro de besos, acabando en sus labios y jadeando contra estos.

—Hazlo ya —suplicó el chico, desesperado por sentirle dentro.

—¿No quieres que te prepare primero?

El chico puso los ojos en blanco, pero seguidamente se rió.

—Tony, soy prostituto. No necesito ninguna dilatación previa.

Aprovechando la postura en la que se encontraban, Peter levantó las piernas, enroscándolas a la cintura del mayor, y Tony lo penetró lentamente.

No tenía, en absoluto, nada que ver con las relaciones sexuales que mantenía por dinero. Tony le miraba mientras lo hacía, besaba su mejilla, labios y frente, se movía despacio como si no deseara lastimarle... y poco a poco empezó a mover la pelvis con más energía, taladrando su punto G y haciéndole gritar de puro placer.

Cuando Tony acabó, volvió a plantar varios besos en su rostro y se tumbó a su lado, atrapando su cuerpo entre los brazos.

—Te quiero, muchacho.

—Yo también... señor Stark.

El chico del antifaz (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora