9. NUEVO PROYECTO

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Tony adoptó un gesto de extrañeza ante la petición del chico.

—Ha sonado muy directo, ¿verdad? —le preguntó Tom, sintiéndose cohibido de repente—. Lo siento, Robert. No suelo tener mucha compañía, salvo la de mis compañeros y compañeras del local —Se mordió el labio inferior, dubitativo—. No sé... Pensé que estaría bien que... En fin, Robert, lo siento.

—No. No te disculpes —le tranquilizó él, posando la palma delicadamente en su hombro desnudo—. No tienes que disculparte por mendigar un poco de compañía, muchacho. Entiendo perfectamente cómo te sientes.

Dicho esto, se descalzó, tumbándose sobre el colchón y dedicándole una tranquilizadora y amigable sonrisa

—Durmamos.


○○○


La conversación que mantuvo con su jefe el lunes anterior, aquella que tanto interés había provocado en Stark, volvió a despuntar en protagonismo al hacerse realidad.

La empresa para la que trabajaba acababa de anexionarse con un laboratorio científico.
Stark abandonó su labor puntual de marketing para entrar de lleno en el nuevo laboratorio, asesorado en todo momento por un biólogo ya que, aunque tenía amplios conocimientos biológicos, no era su rama más fuerte dentro del mundo de la ciencia.

Sus nuevas tareas consistían en intentar hacer realidad el proyecto que su jefe y el jefe de la empresa científica compartían: conseguir desarrollar embriones que culminaran el proceso completo de gestación dentro de incubadoras que simulasen un vientre materno.
Una nueva forma de traer vida sin las posibles complicaciones que gestar un bebé dentro de alguien podía traer consigo, y también más seguras pues, durante dicho proceso, podrían hacer las modificaciones genéticas pertinentes para reducir al máximo la probabilidad de desarrollo de enfermedades genéticas o malformaciones.

Durante la reunión que estaban teniendo aquella mañana, los allí presentes (un selecto y reducido grupo) firmaron un acuerdo de confidencialidad, ya que los experimentos que iban a llevar a cabo (a espaldas del resto de organizaciones y, por supuesto, del propio Gobierno) eran de dudosa moralidad, y podrían desatar la furia de las ramas de la sociedad más conservadoras.

—No podemos recurrir a bancos de esperma o clínicas de fertilidad para solicitar espermatozoides y óvulos —les explicaba Marcus Alenko, el jefe de la empresa científica—, ya que nuestra investigación es altamente secreta, de manera que vamos a necesitar voluntarios para crear nuestro primer embrión.

La sala de reuniones quedó en silencio. Los trabajadores se miraron entre ellos.
Nadie había reparado en ese pequeño detalle.

—¿Nadie? —se impacientó Green, el jefe de la empresa de Stark, allí presente también.

—A ver... Estamos hablando de nuestros óvulos —se defendió una de las trabajadoras—. Llevan nuestro ADN, y nuestra intención es gestar un bebé desde la concepción hasta los nueve meses. Estamos creando una vida que necesitará que alguien cuide después. ¿Quién se va a encargar?

—Por no mencionar —añadió otro trabajador—que experimentaremos con él a lo largo de esos nueve meses, para añadir mejoras a su ADN e intentar aplacar las posibles complicaciones y malformaciones de origen genético o dentro de la propia gestación. Ese bebé puede acabar teniendo graves problemas. ¿Qué haremos entonces? ¿Lo abortamos? ¿Se lo daremos a quien haya puesto su ADN para que se haga cargo del estropicio?

Se oyó un murmullo de aceptación entre los allí presentes. Tony llevaba callado toda la reunión, escuchando atentamente a los empleados y jefes.

—Esas son cláusulas que dejaremos claras en los nuevos contratos, una vez encontremos donantes —les explicó Marcus—, pero no podemos hablar de ellas si antes no disponemos de voluntarios.

—Pero no vais a encontrar voluntarios si no nos especificáis esas cláusulas —replicó la trabajadora que había hablado antes.

Más murmullos.

—¡Vamos, equipo! —exhaló Green—. ¡Va a ser toda una revolución! Y, como toda nueva experimentación, hay un riesgo importante que correr. Neil Amstrong no habría pisado la Luna de haber puesto tantas pegas.

—¡Pero Amstrong no tenía que hacerse cargo de un posible hijo! —respondió otra trabajadora.

La sala se inundó de quejas y habladurías, pisándose unos a otros.

Entonces, Stark se levantó de su silla. Al hacerlo, todos callaron.
En aquellas dos empresas, ahora anexionadas en una sola, todos conocían quién era y lo que había hecho por el propio planeta, por lo que era más respetado, incluso, que los propios mandamases.

—Si tanta revolución supone esto, Leonard —le dijo a su jefe—, ¿por qué no te ofreces tú? Seguro que tu mujer estaría encantada—le sonrió con suficiencia.

—Eh... Bueno... —titubeó el hombre—. Mi mujer tiene casi sesenta años, Stark. Tenemos tres hijos mayores. Ya hemos cumplido con nuestro plan de vida, y no tenemos edad para criar a nadie más.

Tony quedó pensativo, dándole vueltas de nuevo a la idea que le cruzaba la mente desde que aquel proyecto no era más que una débil utopía en el imaginario de la empresa.

Él habría tenido un hijo de no ser porque Thanos, con su chasquido, le arrebató todos sus sueños y a sus seres queridos. Pepper llevaba dos meses de embarazo cuando se desvaneció.

Era una auténtica locura pensar en ofrecerse voluntario, ¿pero acaso había algo más interesante que aquello?

Lo había perdido todo, salvo un trabajo que le permitía pagar sus gastos y comer todos los días.
Se sentía solo en aquel mundo post apocalíptico. ¿Qué podía perder por intentarlo?

Traer una vida nueva, una vida que siguiese a la suya, alguien a quien enseñar lo que sabía y en quien depositar todos sus sueños rotos... No era una mala idea después de todo.

—Está bien. Me ofrezco voluntario —dijo finalmente tras los interminables segundos que permaneció callado.

Se oyó un gesto de asombro en la sala.

—¡Eso es estupendo, Stark! —lo felicitó Green, contento de que alguien diese un paso al frente—. ¡Sólo necesitamos el óvulo! ¿Quién se ofrece?

Miró a todas las mujeres de la reunión, pero estas desviaron la mirada.

—Me haré cargo completamente de ese bebé, en el caso de que llegue a convertirse en un ser vivo como tal —les dijo Tony, esperando que, así, alguna accediera.

—Seguiría teniendo nuestros genes —repuso una de ellas—. Paso de ver a un feto creciendo con mis rasgos, Stark. No quiero meterme en ese embrollo.

Otra información valiosa acudió a la cabeza de Tony, haciéndole dar un pequeño respingo.

¡Pepper! Ella había congelado sus óvulos años atrás, para recurrir a ellos si deseaban tener otro hijo más adelante.
Tony recordaba el nombre de la clínica, aunque dudaba de si seguirían conservando sus óvulos, puesto que ella estaba fallecida y no habían seguido pagando la mensualidad para su mantenimiento.
Ni siquiera sabía si la empresa seguiría en pie, pero debía intentarlo.

—Se hace tarde —les informó el Alenko—. Acabemos esta reunión, y mañana hablaremos sobre el tema. Os sugiero que lo penséis bien.

Los trabajadores parecían tener bastante prisa por salir de allí, puesto que abandonaron la sala en menos de un minuto.
No así Tony, que se había quedado de pie y con la mirada perdida en sus pensamientos.

Si encontrase los óvulos de Pepper... Si pudiera utilizarlos... Podría dar vida a alguien que le recordaría a ella.

Un hijo de ambos, como habían querido en su momento.

—Creo que puedo hacer algo, Green —le dijo a su jefe, y le contó lo que había estado pensando.

—Está bien, Tony —le dijo él, una vez acabó de explicarle—. Intenta localizar a la empresa. Como eres su viudo, no te harán muchas preguntas y podrás traerlos sin preocupaciones.

El chico del antifaz (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora