5. DESDE CERO

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El equipo del hospital se portó demasiado bien con él. Nada más firmar el alta, cada uno de los empleados que le había cuidado le donó una buena cantidad de dinero, que le sirvió para comprarse algo de ropa, pagarse un hostal en la ciudad y solicitar la prueba de ADN.

El proceso le llevó un par de días, en los que tenía que continuar lidiando con las miradas de susto y lástima de los viandantes, pero finalmente le dieron la razón: era Tony Stark.

Necesitó unos días más para volver a sacarse la documentación y reabrir su antigua cuenta bancaria. Al tener la confirmación de su identidad, y siendo Tony Stark, el proceso burocrático fue bastante rápido, y en poco menos de una semana ya tenía todo lo necesario para viajar a Nueva York y reclamar lo poco que le pertenecía.

Imaginó, mediante el escaso ego que le quedaba tras todo lo sufrido, que la noticia de su regreso traería consigo a centenares de periodistas corriendo tras él y acosándolo a preguntas, y rematándolo con un merecido homenaje.

Nada más lejos de la realidad. El mundo, tres años después, prácticamente le había olvidado. Nadie se asombraba de que Tony Stark fuera aquel hombre con un rostro completamente distinto, salvo una de las azafatas de vuelo, que le pidió tímidamente un autógrafo para uno de sus hijos, ya que el otro falleció por el chasquido.

Cuando aterrizó en Nueva York, tomó el metro sin perder más tiempo, y se dirigió a Manhattan, en busca de su preciada Torre Stark.

Su desdicha llegó cuando, al vislumbrar el edificio a lo lejos, no vio rastro de la A enorme de los Vengadores.

Con el corazón en un puño, echó a correr, cruzando las carreteras casi sin mirar, hasta que llegó a los pies de la misma y entró en recepción.

—Disculpe —le dijo a la recepcionista—. ¿Qué ha pasado con la Torre Stark? Esta era la sede de Los Vengadores.

La mujer le sonrió amablemente, aunque no pudo disimular su pequeño respingo de susto al levantar la mirada y ver su cara.

—¿Nuevo en la ciudad, señor? Tanto Stark como los Vengadores desaparecieron con el chasquido. Este es, ahora, un complejo de oficinas de telefonía.

Tenía su DNI a mano. Podía demostrar quién era pero, ¿de qué serviría? Llevaba muerto tres años. Era demasiado tarde para recuperar sus cosas.

—Bien. Gracias.

Salió de la torre y comenzó a caminar sin rumbo, con las manos en los bolsillos de la gabardina gris de segunda mano que se compró en Los Ángeles.

Sujetó el ala de su sombrero y la empujó hacia abajo, intentando ocultar todo lo posible su rostro, pues continuaba sintiéndose observado.
Sacó, del bolsillo interno de la gabardina, unas gafas de sol compradas en un bazar, para intentar cubrir lo máximo su desagradable apariencia.

Apenas le quedaba dinero de todo el que el personal del hospital le había proporcionado desinteresadamente, pero sabía que tenía una oportunidad de conseguir algo de capital: sus trajes, expuestos en un museo y que, según tenía entendido, aún figuraban a su nombre.

Pero había algo que necesitaba hacer antes de restaurar su estatus y necesidades básicas.

Tomó el metro en dirección a Queens. Que Peter no hubiera dado señales de vida, no implicaba que necesariamente tuviera que estar muerto.

El traje que le diseñó era a prueba de colisiones, y además el paracaídas era impecable, y contaba con otro de seguridad en caso de rotura del primero.

Tenía que estar vivo. Necesitaba que lo estuviera.

Empezaba a anochecer cuando salió de la boca de metro.

El chico del antifaz (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora