Me pregunté si mi madre estaba consciente de que cantar el "feliz cumpleaños" a un cuerpo inerte no era tan diferente a cantarlo frente a una sepultura.
Me pregunté si podía seguir ocultando las lágrimas que ardían en mis ojos por retenerlas tanto tiempo. Me pregunté si era egoísta de mi parte llorar en su lugar, mamá no lloraba, eso me asustó más.
Cientos de veces me imaginé el inició de este verso, jamás pensé que sería así. Viéndote desde mi altura, al lado de tu cama, con tus ojos perdidos en la nada, tu boca chorreando saliva, tus huesos tiesos en la cama, incapaz de moverte y yo llorando mientras seguía cantando algo que parecía absurdo.
Me pregunté si te dolía estar así, si al menos reconocías un poco de los rostros, de las voces, de las personas que te acompañábamos y mis memorias... se fueron hace un año.
Recuerdo bastante bien cómo me gustaba oírte hablar. La gente siempre me pregunta cómo descubrí que me gustaba contar historias y yo siempre les respondía sobre los libros de la infancia y cómo puedo recitar diez títulos en un minuto pero... nada de eso es verdad, comencé amar las palabras el día en el que te escuché a ti.
Ahora, mirándote ahí recostada, me envuelve la melancolía de esos días en los que me contabas tu vida como si fueran cuentos. Recuerdo que sólo a ti tenía el valor de decirte que me gustaba escribir, recuerdo que la primera vez en mi vida que leía algo mío frente a alguien, fue a ti.
Te dije; qué algún día, más valiente, más madura te escribiría un libro.
Me sonreíste como sólo las abuelas saben sonreír y me dijiste que antes de que perdieras la memoria, escribiría tu vida. Me pareció lindo que me considerarás buena cuando todo el mundo me apuntaba con sus dedos a traición y recuerdo que entre letras y sueños me contabas todo con pasión.
A veces me siento como un fantasma entre tantos recuerdos, me acorralan en los buenos y malos tiempos, pero ahora lo agradezco. Te agradezco que vuelvas incluso cómo sombra o cómo sueño.
Ojalá estuvieras aquí, la mujer de esperanzas infinitas, la que no me soltaba la mano. La que me enseñó a remar contra corriente.
La gente dice que soy buena soportando, me creen guerrera ante todo. Pero cómo decirles que no soy ni la cuarta parte tuya, la de escudos y armas interminables, la que le hecha a ganas aún cuando perdió la capacidad de manejar su cuerpo, la que se enojaba si no recordaba cosas y la que se esforzaba en hablar aunque doliera.
Tú me dueles en todas partes, tengo tanto remordimiento porque se supone que uno estudia salvar vidas. ¿De que sirve entonces si no pude hacer nada para salvarte a ti?
Pero pienso, pienso tanto en lo que me dirías.
Qué está bien, que las cosas pasan por algo, que me perdonas aunque yo no lo hago, que siga adelante como siempre me enseñaste ha hacerlo, que tu ausencia o no es ausencia, son recuerdos y que no tenga miedo, por que el día que me toque partir, estarás también ahí.