LIBRO SEGUNDO

54 1 0
                                    

CAPÍTULO 11

Robert Crowther, el corredor de bienes raíces de Bryant & Crowther, abrió la puerta con un floreo y anunció:
-Y aquí está la terraza. Desde aquí se puede contemplar Coit Tower.
Observó cómo el joven matrimonio salía y se acercaba a la balaustrada. Desde allí la vista era magnífica: la ciudad de San Francisco se desplegaba allá abajo en un panorama espectacular. Robert Crowther vio que la pareja intercambiaba una mirada y una sonrisa disimulada, y eso lo divirtió. Trataban de ocultar su entusiasmo. Siempre sucedía lo mismo: los futuros compradores creían que si demostraban demasiado interés, el precio subiría.
Para este penthouse en duplex pensó Crowther, el precio ya es suficientemente alto. Le preocupaba la posibilidad de que la pareja no pudiera pagarlo. El hombre era abogado y los jóvenes abogados no suelen ganar tanto.
Formaban una pareja atractiva y era obvio que estaban muy enamorados. David Singer tenía poco más de treinta años, era rubio y de aspecto inteligente y su actitud tenía algo de adolescente. Su esposa Sandra era preciosa y cálida.
Robert Crowther había notado el tamaño de su vientre y había dicho:
-El segundo dormitorio de huéspedes sería perfecto como cuarto de los niños. A una cuadra de aquí hay una plaza para juegos y en el vecindario hay dos escuelas. -Y había vuelto a verlos intercambiar esa sonrisa cómplice.
El penthouse en duplex consistía en un dormitorio principal con baño y un cuarto de huéspedes en el piso superior. El piso de abajo constaba de living amplio, comedor, estudio y cocina, un segundo cuarto de huéspedes y dos baños. Casi todas las habitaciones tenían una buena vista de la ciudad.
Robert observó a los dos recorrer de nuevo el departamento, detenerse en un rincón y ponerse a cuchichear.
-Me encanta -le estaba diciendo Sandra a David-. Y sería fantástico para el bebé. Pero, querido, ¿podemos pagarlo? ¡Cuesta seiscientos mil dólares!
-Además de los gastos de mantenimiento -agregó David-. La mala noticia es que hoy no podríamos comprarlo. La buena noticia es que a partir del lunes podremos hacerlo. Un genio brotará de su botella mágica y en nuestras vidas se operará un cambio radical.
-Ya lo sé -dijo ella, muy contenta-. ¿No es maravilloso?
-¿Entonces crees que debemos seguir adelante con la operación?
Sandra hizo una inspiración profunda.
-Sí, hagámoslo.
David sonrió, movió una mano y dijo:
-Bienvenida a casa, señora Singer.
Tomados del brazo, se acercaron al lugar donde Robert Crowther los esperaba.
-Lo compraremos -le dijo David.
-Felicitaciones. Es una de las mejores residencias de San Francisco. Serán muy felices aquí.
-Estoy seguro de que sí. -David vaciló un momento. -Imagino que el precio es inamovible, ¿no?
-Lo es, y vale cada centavo, señor Singer. Es usted muy afortunado. Debo decirle que hay otras personas muy interesadas.
-¿Cuánto pago a cuenta quiere?
-Un depósito de diez mil dólares ahora bastará. Haré preparar los papeles. Cuando usted firme le pediremos otros sesenta mil dólares. Su banco puede preparar un plan de pagos mensuales sobre una hipoteca a veinte o treinta años.
David miró a Sandra.
-De acuerdo.
-Haré preparar los papeles.
-¿Podemos recorrerlo una vez más? -preguntó Sandra con ansiedad.
Crowther sonrió con benevolencia.
-Tómese todo el tiempo que quiera, señora Singer. El departamento es suyo.

-Parece un sueño maravilloso, David. No puedo creer que realmente esté sucediendo.
-Sí, está sucediendo. -David la abrazó. -Quiero hacer realidad todos tus sueños.
-Ya lo haces, mi amor.
Habían estado viviendo en un departamento pequeño de dos dormitorios en el Marina District, pero con la llegada del bebé les quedaría chico. Hasta ese momento no podrían haber estado en condiciones de comprar el dúplex de Nob Hill, pero el lunes era el Día de Elección de Nuevos Socios en el estudio jurídico Kincaid, Turner, Rose & Ripley, donde David trabajaba. Entre veinticinco candidatos se elegirían seis para ingresar como socios de la firma, y todos estaban de acuerdo en que David sería uno de los seleccionados. Kincaid, Turner, Rose & Ripley, con oficinas en San Francisco, Nueva York, Londres, París y Tokio, era una de las firmas legales más prestigiosas del mundo y era también la meta de los graduados de las principales facultades de derecho.
La firma solía emplear la vieja técnica de la vara y la zanahoria en sus nuevos asociados. Los socios antiguos se aprovechaban cruelmente de ellos, no respetaban sus horarios ni sus enfermedades y les encomendaban los trabajos pesados que ellos no querían tomar. Implicaba una gran presión y trabajar veinticuatro horas diarias. Ésa era la vara. Los que perseveraban lo hacían por la zanahoria. La zanahoria era la promesa de convertirlos en socios de la firma. Llegar a ser socio significaba un mayor sueldo, un trozo de la enorme torta de ganancias de la corporación, una oficina amplia con buena vista, cuarto de baño privado, trabajos en el extranjero y una media docena de ventajas más.
David trabajaba con Kincaid, Turner, Rose & Ripley desde hacía seis años, y en parte había sido una bendición. Los horarios eran horrorosos y el estrés, enorme, pero David no aflojó e hizo un trabajo brillante, decidido a llegar a ser socio de la firma. Y ahora, faltaba poco para ese día.

"Cuéntame tus sueños" Sidney Sheldon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora