Capítulo II

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—¡Me raptan! —intento zafarme— Gritaré bomba en el avión. ¿No me creen? Soy una psicópata en potencia, señores.

Estiro, de nuevo, mis brazos tratando de no soltar el cinturón mientras los guardias forcejean conmigo para sacarme del auto.

—¡Llévense a esa loca de mi auto! —Mi padre los alienta.

—¡Alex Blake, es tu hija! —grita mi madre reprendiendo a su esposo— Moriré joven, lo presiento.

Uno de los tipos sujeta mi mano para aflojar mi agarre. Tiran de mí y, de inmediato, estoy siendo llevada por cuatro tipos con el triple de mi altura.

—¡Por favor, no! Se los ruego, no estoy hecha para esto. ¿Quieren que accidentalmente intoxique al próximo rey de Francia? —Hago comillas con mis dedos enfatizando e ironizando la palabra accidentalmente.

Eso sí, esto no quiere decir que lo demás no fuera accidental.

—Bueno, me traes un recuerdo. Te amo, hija. —Se despide mi papá moviendo su mano como si esto lo hiciéramos cada semana.

¡Puaj!, me dices que soy tu princesa, pero te pasas, con esto te pasas.

Mis padres bajaron mis maletas y me acompañaron, junto con los guardias, hacia la sala de espera, los cuales eran peor que los buitres hurgando lo que van a comer. No se quienes estaba más nerviosos, mis padres esperando a que salga corriendo en cualquier minuto, los de seguridad mentalizándose para perseguirme por todo el aeropuerto o yo por no saber que hacer para evitar subirme a ese avión.

Ahora bien, mi plan es este: cuando aterrice, lo primero que debo hacer es comprarme un boleto de regreso y ¡listo! Mis padres no tendrán más opción que aceptarme, ¿o no? Dudo mucho de que vayan a mandarme de regreso. Mi plan B sería causar, lo más rápido que pueda, los accidentes que casualmente me ocurren... aunque esta vez no sería casualidad, además por el tipo de lugar al que me mandan, puedo apostar que no será tan difícil hacer que me expulsen, debo aprovechar esa ventaja.

La llamada de mi vuelo suena en los altavoces, y con un respingo me levanto del asiento con la intención de correr hacia la salida, ya no puedo más.

—Se caerá el avión. ¿Saben cuántos accidentes —iba a decir automovilísticos, pero me di cuenta de mi realidad— de aviones suceden al año? Yo no, pero seguros son demasiados, que te cuenten ellos — señaló a los guardias a nuestro lado.

—¡Raquel, escúchame! Quizá creas que hemos llegado a los extremos o que no lo hemos pensado muy bien, sin embargo, justamente porque queremos lo mejor para ti, es que tomamos esta decisión. ¡Trata!, yo sé que puedes, ya verás que no es tan malo.

Mi madre me abraza, con cada fibra de ella temblando por no romperse en llanto. Sé que debe mostrarse fuerte y aunque ella quisiese expresar todo lo que está reteniendo en su corazón, sé que no se dejara dominar por la chispa de debilidad en forma de lagrima avecindándose en sus ojitos. ¿Cómo podre alejarme tanto de ella si es parte de mi alma y consciencia?

Papá deja de envolverla en sus brazos para enredarlos fuertemente en mí. No puedo evitar soltar una lágrima al pensar que no estaré con él por un buen tiempo. Dejo todo lo que soy aquí con ellos.

—¡Nos veremos pronto, mi cielo! Diviértete, pero no mucho, ¿entendido? —Me da un beso en la frente y regresa junto a mamá. Sé que no quiere que lo vea llorar.

Los guardias me toman de los brazos y me escoltan hasta llegar a mi asiento. Los cuatro hombres robustos no se fueron hasta que mi cinturón estuvo abrochado y la azafata estuviera viéndome durante todo el despegue. Solo falta que al que tengo a la par sea el policía infiltrado de todos los aviones. ¿Y si grito bomba? Quizás, así, me saquen del avión o me impidan viajar.

La idea cruza por mi mente unos segundos hasta que veo, a lo lejos, a mis padres en el gran ventanal del aeropuerto. Esas dos manchitas borrosas a la distancia, seguramente lograrían de que me vaya en barco o a pie con tal de que yo aparezca allá. Me pregunto qué sería mejor: causar el mayor desastre de mi vida o no impedir que pase un accidente, con el cual tenga que regresar a casa, lejos de ese reformatorio real.

Darle una oportunidad o hacer lo que aparentemente me sale tan bien como respirar.

Recordé que tenía los folletos en los bolsillos de mis pantalones. Los saco para darle una ojeada a lo que será mi casa de hoy en adelante. ¿Por qué no me mandaron al ejército y ya? También pudieron instruirme en casa; eso hubiera sido perfecto.

Aunque estuvo en mi bolsillo, el papel no se había arrugado tanto: era algo duro y con una textura muy rara.

El color, del folleto, es azul oscuro, con detalles dorados por doquier y un símbolo raro en la parte superior izquierda... Todo lo que muestra a la vista es muy elegante y ostentoso. ¿Ese es el uniforme? ¡Por Dios!

¡No!, me rehusó a seguir viendo.

Si lo pienso bien, mi plan de comprar un boleto de regreso podría funcionar bien: quizá podría irme de vacaciones con mi abuelo Rubén, no sé qué haría para sobornarlo o convencerlo de mantenerme oculta pero no hay que perder las esperanzas. ¿Un internado real? ¡Ja!, no deberían aceptarme si ni descendientes con sangre noble he de tener.

Me acomodo en mi asiento, expectante a lo que ocurra cuando aterrice. Con planes dispersos en mi mente y dos elucubraciones muy claras: es un internamiento real y legítimo o, simplemente, mis padres me están tomando el pelo, y mi tío William me regresará a casa mientras dice: «Ojalá que hayas aprendido la lección, jovencita», y todo normal.

Pff, internado de princesas. Ya quisieras, madre. No duraré ni dos días. 

En una escuela de Princesas "Accidentalmente"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora