1..

72 7 2
                                    

  El invierno llegó pintando las calles con la fría y blancuzca nieve, dejando atrás al otoño y con ello todo lo que sucedió.

Por las calles la gente seguía con total normalidad, riendo con armonía.

Caminaban por esa calle como si nunca hubiera sido bañada con la sangre de un inocente, se apoyaban de aquel árbol que había sido testigo de algo que nunca debió haber ocurrido y en el colegio, todos actuaban como si nadie faltara.

Parecía que todos habían olvidado lo que pasó o simplemente fingían que nada trágico había ocurrido.

Le restaron importancia y la sumaron a una de las escasas muertes a mano criminal que ocurrieron en el pueblo de Emerald Hill.

La séptima y última hasta la fecha.

Emerald Hill, un pequeño pueblo que no dependía de una nación. El cual subsistía entre dos grandes naciones: Canadá y Estados Unidos.

Lo único que hacía valiosas estas tierras eran las minas de abundantes piedras preciosas color verde. Algo inusual, pues no era común encontrar esmeraldas en las tierras de América del Norte.

Un pueblo el cual no tenía marca en los mapas. Desconocidos por el mundo y conocidos por los que tuvieron tanta ambición y codicia para comprar una gran cantidad de esmeraldas.

Siendo esto así, lo crímenes eran muy escasos. Habían pasado quince años desde el último homicidio.

No comprendo cómo lo lograron sobrellevarlo tan bien, tan fácil que podría tratarse de nada.

Yo no pude.

Para mí era más que algo. Era un alguien.

No podía dejar ir el hecho de perder a alguien tan cercano, con quién compartí tantas cosas.

Dicen que mientras recuerdes a una persona esta sigue viva en mente y corazón. No estaba conforme con eso, eso no lograba llenar lo que ya no tenía. Yo lo quería de vuelta.

No en recuerdos que resultaban dolorosos, que me hacían desear lo imposible. No quedaba nada más que fotos, conversaciones viejas por mensajes de texto que me negaba a borrar. Nada tendría sentido. Sentarme en el banco de esa tienda de accesorios vintage no sería lo mismo.

Faltaban unos minutos para dar por concluída la clase de historia. No recuerdo con claridad de qué trataba o a ser sincera, ni siquiera se de qué tema hablaba la profesora con tanto entusiasmo.

Algunos de mis compañeros prestaban atención a la clase, otros optaban por distraerse con cualquier cosa que no fuera ver a la profesora haciendo ademanes y centrarse en su chillona voz. Y yo solo imaginaba estar en un mundo en donde él siguiera vivo.

Donde la voz y el cálido abrazo de un amigo que no volvería jamás siguiera allí sin extinguirse entre silencios. Que ayudara a calmar ese sentimiento agobiante de vacío volviéndose más hondo en mi interior, el mismo que me hacía despertar en las frías madrugadas creyendo que todo había sido un mal sueño. Era allí cuando tomaba mi móvil y le escribía.
Volviendo a chocar con la realidad al recordar que no era un sueño, sino mi pesadilla en carne y hueso, en la que nunca volvería a ver a Haden.

Estaba en la sala de clase y a la vez no estaba.

Divagaba entre diversos escenarios que ocurrieron y otros que nunca llegaron a ocurrir. Solo eran productos de mi imaginación. A veces solía mantenerme mirando la silla que estaba al frente de la mía.

Vacía.

Trataba de engañarme, imaginando que estaba sentado allí y que voltería para decirme que prestará atención a la clase, sin embargo la realidad era lo único que se ponía contra mí y mi único deseo al recordar el día en el que me dieron la noticia: -May, cariño, será difícil para ti. Solo trata de llevarlo con calma, debes ser fuerte ante lo que te voy a decir. Sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa, Cielo... Hubo un accidente con Haden, intentó ayudar a un señor de edad avanzada a quien asaltaban, salió mal.- Mi madre tomó mi mano y me miró a los ojos.-May, le dispararon han disparado y no lo ha logrado.

El Precio de lo InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora