April

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Todos se me quedaron mirando, como a un bicho raro. ¿Tenía la obligación de ser amable? Tal vez no,  pero es horonable.
Precisamente, es lo que hace que la gente te deban su respeto y confianza. Eso y sobresalir del resto. Esto último creo que ya lo había logrado solo con poner un pie allí.

La mudanza fue agotadora.

Mi madre quería una nueva vida después del divorcio y yo tenía que someterme a sus órdenes aun que yo no tuviera ni el remoto deseo de obedecer.

Temporalmente.
Deseaba que cuando acabará mis dos últimos años de instituto, me devolvería a mí país y empezaría mi vida de cero.

El sabor de la libertad, era todo lo que anhelaba.

Salir del radar de mi familia.

Dejar de soportar a mi madre, a quien casi no veía, pero cuando estaba presente me culpaba de todo lo que pasaba.

No teníamos problema con el dinero, eso ya lo teníamos. Ella, cuando no estaba se dedicaba a buscabar a su príncipe azul, que la amara eternamente.

Una tontería.

Antes de mudarnos, casa era sinónimo de prisión.

Cuándo llegué aquí, salía a comprar comida y cosas necesarias, regresaba a casa, iba al instituto y paseaba por las calles.

Las reglas estaban vigente, pero, estaba harto de ser un pajarito enjaulado.

Así empecé, rompiendo cualquier tipo de reglas y que me importara un carajo si a mi madre le parecía bien o no.

Pasé de ser el hijo recatado y obediente a un jodido caos incontenible e incontrolable.

Y eso me gustaba.

Mantén a un ave en cautiverio con sus alas intactas, luego abre la rendija y descuidate, para cuando vuelvas a mirar ya no estará allí. 

Solo qué... esto no fue un simple descuido.

Odiaba lo monótono, y cuando la conocí a ella, supe que era el perfecto ejemplo de eso; no la detestaba, lo que en verdad me molestaba era el ambiente que traía con ella: Tristeza y los ánimos alicaídos, que si por desdicha fuera, que ella hubiese estado al lado de una planta, está se marchitaría a los minutos.

Era casi lúgubre.

No era difícil identificarla entre una multitud.

Las jovencitas en ese pueblo, llevaban el cabello suelto y peinado vestidas de colores pasteles o de colores alegres como lo dirían ellas.

Se veían relucientes, pero May era la excepción.

Tenía el cabello castaño, bastante largo, pero ella prefería llevarlo siempre en una cola mal hecha.

Ojos azules, un poco opacos y bajo estos una ligeras ojeras purpurienta.

Llevaba un suéter negro de manga larga, dos o tres tallas más grande, jeans holgados y botas para nieve.

Se veía cansada y angustiada. Parecía tener problemas constantes para conciliar el sueño.

Personalmente, prefería alejarme de personas así.  Sentía que su desdicha era contagiosa, y lo mío no era andar llorando y soltando moco por allí.

Ese día, a donde fuera la mirada de las personas seguían sobre mi, se estaba volviendo un fastidio.

En la oficina de administración del instituto, evitaban mirarme al dirigirme la palabra.

Los que esperaban detrás de mí, hablaban en voz baja y con los ojos apuñalaban mi espalda. Me dieron mi horario, y la lista de libros de texto que debía comprar.

Y al salir me encontré a todos paralizados y a esa chica, May. El pequeño saco de tristeza andante.

Para la casualidad y extrañeza mía su nombre coincidía con el mío.

Nombres de mes.

Me miraba con la sorpresa reflejando en sus ojos, como si me conocía y le costaba creer que estaba parado frente a ella; Cuando la realidad era que yo acababa de llegar a la ciudad por primera vez  y nunca la había visto en mi vida.

Las cosas no terminaron de ponerse raras.

La señorita después de un intercambio de palabras, entre sus tartamudeos,  salió corriendo de la nada dejando caer su chaqueta quiz que llevaba colgada en su antebrazo.

A todos allí les hacía falta una tuerca en la cabeza, decía yo.

Cuando iba en camino, hacía el instituto horas antes, el taxista me llamó H, luego rectificó su error, diciendo que le disculpara porque se había confundido.

La mirada de las personas, el  taxista, May.

Todo es extremadamente inusual a como pensé que sería el primer día. Incluso los profesores resultaban estar incómodos con mi presencia.

Pensé que ser el nuevo sería algo de todos los días: Llegar al instituto, conocer personas, dar clases, tener el de sobrenombre "El nuevo" hasta que llegara otro. Nada del otro mundo. Sin embargo las cosas no resultaron como yo las esperaba.

Al terminar la jornada de clases regresé a casa. Era prácticamente al otro lado de la ciudad, un poco lejos de la escuela. A unos minutos de la casa había un lago que estaba congelándose por el invierno.

Era una vista espléndida.

Algunos niños le mencionaban a sus padres sus ansias por patinar allí, y estos se negaban diciéndoles que aún el hielo era muy delgado para soportar su peso. 

Si algo podía decir de ese pequeño pueblo era que tanto sus áreas urbanas y rurales eran un completo espectáculo. Como si el mismísimo Dios se hubiera encargado de crear los planos y cada detalle con sumo cuidado adaptado a la época victoriana funcionado con el clásico estilo americano.

No tenía mucho que hacer, como no tenía oficio me propuse un objetivo: Entender en qué lugar me había metido. Era más con un pasatiempo, leer de historia y otras cosas.

Estaba fuera de mi comprensión, la razón del porqué mi madre se había encaprichado con salir de Gales y viajar al otro continente, a un pueblo que ni siquiera hallaba lugar en los mapas, ni formaba parte de un país.

Así que me senté en el escritorio sacando los libros que tomé prestados de la biblioteca y empecé a buscar.

No había mucha información más que su fundación, sus inicios, obras arquitectónicas más importantes, a que se debía su nombre y otras cosas a las que no le prestaba mucho interés, lo interesante era que su índice criminal era muy bajo, solo estaban registrados siete homicidios desde mil novecientos cincuenta, la última por lo que leí fue hace un mes.

Está gente era pacífica.

Decidí salir a la ciudad y caminar un poco, al tiempo que despejaba mi mente. En el centro de la ciudad había una avenida repleta de tiendas. Y al igual que en el colegio, la gente se me quedaba mirando, salían de los establecimientos para mirarme como si no pudieran creer que me estaban viendo.

—¿Es incómodo?

Me volteé y vi que un chico más o menos de mi edad que estaba siguiéndome el paso. Castaño, de ojos verdes y una actitud demasiado inquieta. Debía ser parte del equipo de algún deporte.

—¿A qué se debe la pregunta?

—Que todo el mundo te mire como a un prodigio o la verdad, no sé de qué tengas cara.—se encogió de hombros.
Seguí caminando, sin responder.

—¡Vaya ego! Debes ser un niño rico, no hay muchos de eso por aquí con tanta arrogancia. Soy Desmond voy en la misma escuela a la que vas.

—¿Necesitas algo?—Pregunté tajante.

Me alcanzó para caminar a mi lado y me puso  una mano sobre el hombro. Instintivamente me quité su   mano de encima con algo de enojo.

—Hazte un favor y aléjate, no lo volveré a mencionar.

Asintió y se alejó

El Precio de lo InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora