4..

29 4 27
                                    

Estaba más que consciente de que  todo ese plan mental que me armé en unos pocos minutos, de investigar a un muchacho como April era parte de todo lo que no debía hacer.

No era inteligente de mi parte, pero deseaba hacerlo.

Jugaba a orillas de ese terreno, fantaseando con hacerlo, pero no podía.

La pesadumbre era lo que me mantenían al margen, atada de manos y pies.

Sin duda, no habría algo que quisiera más, que todas las respuestas a mis preguntas. Algo que le diera un poco de sentido a mi esperanza. Había algo más, que "podría ser". Ansiaba tanto saber que ocurría, porque yo solo sabía un cuarto de lo que realmente sucedía.

No podía quitarle los ojos de encima; en cómo se le formaban ondas en el cabello, sus hoyuelos al sonreír, era impresionante e inquietante su similitud.

Pero en cuanto a actitud, era como comparar a un águila con un ruiseñor.

Dos personas diferentes, de dos mundos diferentes.
Quería aferrarme a la idea de que él era mi mejor amigo.

No estaba segura.

No tenía intención de seguirlo después de clases, sin embargo el momento perfecto se dió, y mis pies  se movieron antes de que pudiera pensar en las consecuencias.

April bloqueaba la puerta con su cuerpo.
Estaba atrapada. La luz no tenía lugar, mas se filtraba por las ranuras de la puerta.

Estábamos a oscuras, no podía divisar su rostro, pero asumí que tenía la misma mirada que Haden hacía cuando exigía una explicación.
Yo solo pensaba en la excusa que no tenía para darle.  A  pesar de su diferencia de personalidad y actitud, me hacía sentir que si olvidaba algunos detalles podía estar mejor conmigo misma, sin importar que eso significara engañarme.

Llevaba mucho tiempo incómoda con todo lo que ocurría. Quería huir lejos y en ese momento quería hacerlo porque no soportaba mirarlo o escucharlo, pero lo hacía.

Era una tortura no hablar de lo que pasaba, sacarlo todo del fondo, de ese rincón interno donde guardas las cosas que duelen, porque el mío estaba apunto de estallar y desequilibrarme por completo.

No me pude contenerme y lo abracé. Su perfume era sofisticado, con un olor tan peculiar que lo distinguía a la perfección con la palabra poder o incluso dominio.

Tan profunda e inconfundible.
Debía ser muy caro. Pues nunca antes había sentido una fragancia que hiciera que deseara quedarme allí.
Era nuevo.
Tal vez era el hecho de que me convencía a que abrazaba a alguien quien en realidad no era quien estaba pensando, pero eso no lo sabía.

April me despegó de él.

—¿De qué es tu perfume?

—Primero dices que no me estás acosando y ahora me persigues y me abrazas. ¿A qué juegas May?

—Estoy interesada en tu perfume, no en ti.—Mentí.

— No lo creo, hay algo más ¿Qué es lo que me vez todo el tiempo? Creo que soy de lo más normal y corriente.—suspiró como lo haría quien le fastidia algo— La force du changement". Marca Rubí

—Los rubíes no tienen olor.

—¿Quieres que te dé una caja?—se apartó de la puerta— Lo traeré mañana. Sal de aquí Andrews.

Me quedé en silencio un momento.

—¿Sabes caminar, no? —bufó— me miras como si hubiese matado a alguien, soy una persona normal.

—No, primero no eres normal, aquí eres el nuevo. Segundo, no eres corriente si hablamos de tu cabeza de zanahoria. Además es raro encontrar a un pelirrojo en esta ciudad. Tercero, Fuerza del cambio, son lirios.—zanjé.

Sentí que se  acercaba a pasó lento y calculado.

—Te subestimé.— Se detuvo y volvió a hablar—¿Tu eres normal? Porque veo a todas las chicas aquí radiantes y a ti solo te falta una nubecilla negra   flotando sobre tu cabeza y que tengas grabada en la frente la palabra desgracia.

—No todos la pasan de maravilla, ni tienen una vida extraordinaria como si nada malo pasará a su alrededor. A diario pierdes cosas...— Dejo de hablar al darme cuenta de que estoy haciendo de más.

—¿Y qué perdiste, May?

—¿Porqué haces tantas preguntas?

—Puedo decir lo mismo de ti. Eres confianzuda.

—A mí me parece que no

—Entonces... ¿ Por qué abrazar a un extraño? ¿Te conozco? Porque yo creo que no, me lo dejaste claro en clase de química. Te contradices.

No tenía como responder a eso.

—No necesito tu perfume.

A partir de allí, todo se volvió patas arriba.

El Precio de lo InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora