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Fué una catástrofe.

Un desastre que explotó, frente a mis ojos en cuestión de horas.

Los padres de Haden fueron a mi casa. Llamaron a la puerta como si quisiesen derribarla.
Mis padres se alarmaron, más yo les pedí que se mantuvieran dentro, pues yo saldría a atenderlos.

No estaban de acuerdo, sin embargo aceptaron.

Al salir vi a su madre, con el sudor corriendo por toda su cara, mezclándose con sus lágrimas.
Estaba perdiendo la cordura; Pasándose las manos por el cabello varias veces y mordiéndose las uñas. Era notable que se había vuelto completamente inestable.

Estaba tan roja que podía ser comparada con un tomate. Tan devastada y confundida, por su aspecto.
Me lo preguntaron, con esa chispa de acusación. Como si desearan sacar de mi verdades, que ni siquiera yo encontraba. Como si estuviesen seguros de que yo sabía algo de lo que había pasado con su hijo, que ellos no.
Había algo de lo que no estaba segura si tenía que ver con él o lo que haya sucedido.

Pero sin importar nada, no iba a hablar sobre April, para añadir más dolor de lo que ellos ya tenían.

No pude decir nada. No quería mentir. Preferí quedarme callada ante algo que no entendía, sin inventar cuentos o teorías. Los estimaba y habían sufrido mucho.

Anteriormente intenté buscar al menos una respuesta: redes sociales, herederos de empresarios.

No encontré nada, más que una familia del apellido Fairchild.
Eran empresarios en el área de floristería, su especialidad eran los lirios blancos.
Pero habían pasado dos décadas desde su quiebra.

En sus ojos encontraba la mezcla de dolor, furia, confusión y tal vez esperanza.

¿Cómo no sentirse así?,

¿Cómo no caer al borde de la locura si tú único hijo muere, lo vez cuando cubren su ataúd con tierra y derrepente lo encuentras en la calle?

Como si nada hubiese pasado.

Que no te reconozca y te tome por loca.

Juro que por la forma en la que ella me miraba, parecía que maldecía a toda la generación que descendiera de mi. Así que mis hijos, nietos y demás tal vez estaban cargando una maldición, solo porque yo no pude abrir la boca.

—No necesitas mentir. Dinos la verdad.— insistió el padre de mi amigo, acercándose más a mi.

¿Verdad?

¿Cuál verdad?

Una palabra que en situaciones como está, no tenía valor ni sentido.

Eso era lo que todos tenían la necesidad de buscar, mientras yo trataba de evitarla, hundiéndome en mi propio hoyo, ahogandome en el mar de mis pensamientos, tratando de entender si realmente estaba delirando o en verdad estaba pasando.

La verdad no era algo que me emocionará. La verdad podía destruir emociones y todo rastro de esperanza.
No obstante, la verdad es mejor que una mentira.

Todo sale a la luz”

Con todo mi ser deseaba haberme golpeado la cabeza, que estuviese en coma y todo fuese producto de mi imaginación.

Los simples susurros de la Señora Blair, pasaron a ser gritos y lágrimas. No podía evitar sentirme culpable.

Mis padres salieron y les pidieron que se marcharan. Se opusieron por un momento, pero luego se fueron con la advertencia de llamar a la comisaría.

Sabía que todo esto podía pasar. Su madre estaba devastada. Su padre trataba de sobrellevarlo, para darle fuerzas a su esposa, pero en su mirada se veía acumulado el dolor.
Muchas veces quise comparar mi tristeza con la de ella. Sentir que era peor para mí de lo qué podía serlo para ella, sin embargo, era su hijo:

El Precio de lo InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora