1.- Amigo

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Leorio es el mejor amigo de Kurapika, naturalmente. Ellos se conocen desde el instituto y hasta viven en el mismo vecindario.

El cariño que Leorio le tenía a Kurapika era inmenso, lo amaba en silencio, su rubio amigo no lo sabía, jamás se lo dijo, se guardó el secreto para sí mismo con la inútil idea de que decirlo no serviría de nada y arruinaría su amistad.

El tiempo no perdona. Leorio se negó a confesar sus sentimientos por miedo al rechazo. Kurapika tan conservador, era imposible que le correspondiera siendo un hombre al igual que él. Nunca pudo estar más arrepentido.

Kurapika se casó. Pero no con Leorio.

Conoció en su primer trabajo a un atractivo jóven llamado Kuroro, quién de inmediato cortejó y llenó de detalles al rubio hasta conquistarlo a pesar de su difícil mentalidad cerrada.

Kuroro se ganó el corazón de Kurapika y le propuso matrimonio. El final feliz les llegó a esos dos.

O talvez sólo fue el inicio de la verdadera historia. No todos los finales felices terminan con una boda. Algunas recién empiezan.

Lo único que pasaba por la cabeza de Leorio mientras miraba a su mejor amigo de quien fue padrino de bodas, era una simple frase que se repetía insistentemente al contemplar la figura del rubio tras la ventana de su casa, abrazando a su ahora esposo.

— Eres mío. — susurraba diciendo una y otra vez lo mismo, cada vez que iba a espiarlo por la misma ventana.

Por esta razón, Leorio no se quedó de brazos cruzados para ver cómo el amor de su vida era feliz con otro. Prefería ver a Kurapika muerto antes que al lado de cualquier otra persona. Leorio desarrolló una peligrosa obsesión psicópata hacia su mejor amigo, su amor secreto.

Fueron 6 largos meses para Leorio, en cambio, para Kurapika eran tan sólo el comienzo de una vida completa con el hombre que amaba. Pasaron su luna de miel llenando de alegría cada espacio de su bonita y acogedora casa.

Kurapika sonreía como un ángel cuando estaba con Kuroro, en público eran muy discretos y respetuosos, pero en privado su alegría y cariño mutuo eran incomparables.

Una completa tortura para el vecino de enfrente que tenía que escuchar esa felicidad todos los días. Una felicidad que no era suya pero él creía que le pertenecía. Se estaba volviendo loco. Soñaba despierto con estar en el lugar de Kuroro y dormir bajo las mismas sábanas que el ángel rubio con el que se casó.

Fantaseaba e imaginaba encuentros imposibles donde Kurapika se le entregaba sin pena olvidando a su cónyuge. Pero eran sólo sueños.

Porque eso tendría que hacerse realidad lo más pronto posible. Era lo único que pasaba por la cabeza de Leorio. Ser capaz de cualquier bajeza para acostarse con su mejor amigo, con su obsesión.

Esos 6 meses de casados fueron los mismos que Leorio utilizó para averiguar todo acerca de Kuroro y comenzar su plan una vez que había reunido la información necesaria y conseguido el dinero con el que lograría comprar hasta la vida misma.

— Llévate el desayuno o no llegarás a tiempo — sugería el rubio apresurando a su esposo.

— Todo estará bien, sólo deséame suerte — Kuroro sonrió ante la preocupación de su amado esposo, terminó su desayuno y se dispuso a darle un beso largo y dulce en los labios.

— Me besas como si ya no fueras a volverme a ver — se burló Kurapika después de recuperar el aire perdido.

— Un sólo día sin verte sería una eternidad para mí, y en este viaje sentiré como si dejará de verte un largo tiempo — confesó Kuroro abrazando aún a su amado.

— Te estaré esperando, te deseo lo mejor, cuídate por favor, llámame cuando llegues.

Kuroro robó otro beso de su esposo antes de salir y subir a su auto, se iba de viaje para cerrar el primer negocio de su nueva empresa. Kurapika también trabajaba, se quedaba en casa por las mañanas y trabajaba medio tiempo en un restaurante, en el área de postres junto a su mejor amigo, Leorio.

Ese día Kurapika no tenía idea de lo mucho que le iba a cambiar la vida en tan sólo unas horas.

— Habla Kuroro ¿diga? — contestó el celular a mitad de una larga carretera usando manos libres, estaba seguro de que sería alguien de la empresa pero no reconoció la voz y además lo que escuchó le pareció  extraño.

— Sé quién eres, sólo te llamo para avisarte que tienes un paquete en el asiento trasero de tu coche por si te interesa abrirlo si es que te queda tiempo.

— ¿Con quién hablo?

— Con un verdugo. — se limitó a decir aquella voz cortando la llamada.

Kuroro frunció el ceño con desconcierto, miró por el espejo retrovisor y efectivamente, en el asiento de atrás había un paquete, parecía envuelto cuál si fuera regalo, con papel azul rey y un moño blanco.

— ¿Cuando metieron eso a mí auto? — empezó a frenar para revisar aquel paquete, se orilló en la carretera, al lado de una curva peligrosa y abrió la puerta del asiento trasero, tomó la caja y sintió algo pesado adentro — que extraño, huele a betún, ¿será un pastel?

Al oler aquello supuso que talvez sería uno de esos pasteles que Kurapika hacia para él, posiblemente el rubio lo había metido a escondidas para darle la sorpresa.

O era una trampa tal como decía la voz del teléfono. Un ruido extraño salía de la caja cada vez haciéndose más fuerte. El sonido de un reloj, de un cronómetro... una cuenta regresiva.

— ¡Carajo! ¡Es una maldita bomba! — apenas terminó la frase arrojó el paquete dentro del auto un segundo antes de su detonación.

El producto estalló dejando a su pasó un auto completamente destruido y envuelto en llamas, un accidente terrible, la explosión había sido tan grave que provocó un incendio masivo en la zona. Los periódicos anunciaron que la muerte del piloto había sido inevitable y cruel, tanto que no quedó ni rastro de sus huesos.

Sólo habían pasado 3 horas desde que Kuroro salió de casa y poco antes del mediodía, a unos minutos de que Kurapika saliera rumbo al trabajo escuchó por la radio acerca de un trágico accidente a pocas horas de ahí por la carretera que daba hacia la ciudad donde Kuroro cerraría trato con sus socios.

Todo coincidía tan perfectamente que Kurapika se puso paranoico y no era para menos, al encender la televisión sólo pudo comprobar lo que le estaba atormentando.

Las placas del auto, el nombre del dueño, el suceso, el resultado final.

Kuroro había muerto gracias a una bomba que se encontraba dentro de su auto, se declaró muerte instantánea y sólo encontraron algunos pedazos quemados de su sacó de vestir que quedó a unos metros del todoterreno.

Esa tarde, afuera de la casa de Kurapika, estaba Leorio, mirando por la ventana como un maniático, alegre por aquella gran noticia para él. Ya que finalmente tenía el camino libre para quedarse con aquel rubio del que había estado enamorado toda su vida.

— Ahora eres mío, Kurapika. — se repetía una y otra vez mirándolo fijamente, lamiendo el cristal de la ventana mientras Kurapika lloraba de rodillas en su vacía sala de estar, sin imaginar que su sufrimiento apenas estaba empezando.

ERES MIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora