1.Paseo por la biblioteca.

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Dos meses, han pasado dos eternos meses desde mi llegada al internado de Londres y aun así de la nada había días en los que parecían como el primero. Constantemente me sentía fuera del lugar entre los pasillos feudales y las aulas anticuadas con pizarrones verdes que los maestros decoraban entre clase y clase con gis blanco. Ni hablar de los horarios tan estrictos que manejaban todo el tiempo en ese lugar, no me acostumbraba a levantarme tan temprano, y mucho menos a no ver a Flora bailoteando a mí alrededor.

     Sólo había dos día de descaso, el sábado y domingo, ¡Pero que descanso! Sí por lo regular nos atiborraban con tareas especiales para que no disfrutáramos ni un solo segundo todos aquellos que vivíamos lejos de casa. Así que para nosotros, “los agregados” era un fin de semana lleno de libros, trabajos y aburrición.

     Algo de lo que no me podía quejar desde mi llegada, era el hecho de tener que compartir la habitación con “las Jolies”. Serena, Daria y Romina eran las chicas más influyentes y locas del instituto, todos las amaban. Bueno, eso es lo que yo pensaba. Los fines de semana sin ellas en el colegio se volvían tediosos y llenos de pesar, más por la cuestión de que al estar 48 horas seguidas en tremenda soledad, el recuerdo de Brad llegaba a mi mente como una obligación. ¡Maldito Brad! ¿Por qué debías ser tan extrañable?

     Cuando dejaba de martirizarme con su remembranza llegaba a creer que mi “nuevo hogar” no era tan malo. Nuestra habitación era acogedora, algo fría pero con la mejor vista a todo el panorama hacia los alrededores, desde nuestra ventana se podía observar el espeso bosque, el edificio de los chicos, el conservatorio y una parte de nuestra división por la estructura media curva que tenía.

                                                                              ***

Era mi octavo fin de semana ahí y estaba segura de que todo sería común y corriente. No conocía exactamente todas las reglas implantadas del colegio a pesar de ya haber firmado mi aceptación de ellas, más lo que si sabía era que pronto me las aprendería con el pasar de los días, al fin y al cabo no me iría a ningún lado en bastante tiempo.

     Eran las siete de la mañana del sábado y ya estaba despierta con cara de pocos amigos, realmente odiaba ese hábito que se había generado en mí de levantarme temprano hasta en fin de semana. Después de las cinco de la mañana, si despertaba por cualquier motivo, ya no podía volver a pegar el ojo.

     Como ya no podía hacer nada más por mi causa, me despegué de la cama muy a mi pesar y tomé una ducha con agua helada, ¡Sí, los fines de semana no había agua caliente!  Como si todo ahí no fuera ya lo suficientemente genial (Sarcasmo). Al salir casi congelada del baño, me vestí rápidamente y me encaminé hacia la biblioteca en busca de unos libros que ocuparía para las gloriosas tareas que nos habían dejado como tortura por tener a nuestras familias tan lejanamente.

                                                                            ****

La biblioteca estaba vacía, bueno, no literalmente… Pero sólo había unos cuantos chicos y chicas que al igual que yo se quedaban los fines de semana, raramente no había entablado amistad con alguno, pero ¿cómo podría hacerlo si solo me quedaba tiempo para respirar? Mi ánimo decayó al recordar que la biblioteca era de dos pisos, una para los textos escolares y la otra, -que se veía un poco más reducida en ejemplares- era la de cuentos y novelas de “entretenimiento”.

            A pesar de haber tantos pasillos y estanterías, la recorrí completa hasta encontrar aquellos que me servirían para la tarea y de pasó aproveché el viaje para tomar uno que otro más “divertido”. Me resultaba una ironía el que en el internado estuvieran prohibidas las relaciones amorosas entre alumnos y que de todos los libros del área de entretenimiento, en su mayoría fueran románticos y sorprendentemente actualizados. No creo que la Directora Rosenberg estuviera al tanto de que en la sección de cuentos en el pasillo cuatro, relucía en primer lugar la trilogía de las “Cincuenta sombras de grey,”  tal vez ni siquiera sabía de qué trataba el libro, o bueno, a lo mejor alguien del colegio lo había dejado ahí para que alguien más pudiera leerlo.

                                                                               ***

Todavía me encontraba en la segunda planta del lugar escogiendo los libros que me mantendrían ocupada todas las tardes de la semana siguiente, cuando de pronto, entre la estantería divisé a un chico en el pasillo posterior con actitud misteriosa. Al principio no le tomé mucha importancia, pero unos segundos más tarde al levantar mi mano para al fin tomar un libro rojo que yacía en el mueble, se vio unida a la del mismo joven que al parecer había elegido exactamente el libro que yo quería. Ambos retiramos las manos con rapidez después de un toque eléctrico que erizó nuestra piel. Me preguntó desconcertado si había sentido lo mismo que él y rápidamente como una idiota lo negué todo, su mirada se posó varios segundos en la mía tratando de encontrar la verdad sin resultado, después volvió la vista hacia el libro, lo tomó y lo hojeó ágilmente hasta encontrar dentro de él un sobre que se llevó a la bolsa del pantalón. Al terminar de hacer lo que fuera que estaba haciendo, atrapó mi mano con la suya y puso el libro sobre ella sin decir otra palabra. Cuando me dio la espalda se adelantó solo unos pasos, se detuvo un segundo, volteó de reojo hacia atrás y sobó ligeramente su cuello como disimulando. Fue exactamente como uno de los tics que tenía Brad, me lo recordó tanto que apreté los ojos al pestañear para borrar esa imagen de mi mente, cuando los abrí de nuevo el ya no estaba. Respiré profundo y bajé la mirada hacia el suelo, pude darme cuenta de que el mismo sobre que el creyó guardarse en el bolsillo estaba tirado sobre el piso, lo recogí y pensé en entregárselo pero él se había esfumado de la nada, ni siquiera sabía su nombre y mucho menos en qué habitación podría encontrarlo. Además, de que no podía acercarme a la división varonil ni en un millón de años, eso causaría que me castigaran.  Lo que hice fue guardarlo en mi bolso con la seguridad de que podría regresarlo en otro momento.

            Bajé con la señora Carlota –la bibliotecaria- para que anotara los libros que tomaría prestados, me fui de largo hasta mi habitación y me senté frente a la ventana como siempre para observar de vez en cuando los rincones externos del internado al hacer pausas en la lectura hasta el caer de la tarde. No supe cuántas horas pasaron mientras me  adentraba a los recovecos de cada relato, había perdido la noción del tiempo y de no ser porque mi bolso resbaló de la cama dejando salir todo lo que llevaba dentro, no hubiera recapacitado nunca. Me levanté a recoger todo el desorden y miré de nuevo el sobre, -C.K.R- era lo único que decía en el exterior. Me pregunté varias veces qué sería lo que portaba con resguardo la envoltura, la duda me carcomía y sentía unas tremendas ganas de abrirlo para de una vez por todas enterarme si esas eran las iniciales del nombre del chico que me encontré en la biblioteca, si simplemente él había mandado esa carta a alguien y al final de arrepintió. Si la segunda opción era la ganadora, debería haber sido más cuidadoso, ya que ahora esa carta estaba en manos de una desconocida. Tomé el sobre y lo metí en una caja de madera que guardaba en mi armario. Me quité la ropa para ponerme algo más cómodo y me recosté un rato, apenas darían las ocho de la noche y por ser sábado las luces se apagarían a las diez. “Eran formidablemente considerados”. Inhalé hondo, cerré los ojos y me quedé dormida. 

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