INTRODUCCIÓN

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«Ofrecer amistad al que pide amor es como dar pan al que muere de sed»
—Ovidio

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LONDRES, INGLATERRA 1813.  RESIDENCIA DE LA FAMILIA BLAZE.

—¡Verónica espérame! —los dos niños corrían uno al lado del otro. Verónica Blaze tenía diez años y Marcel Bernal once recién cumplidos.

—¡Atrápame Mar! —la niña de oscuros cabellos alborotados corrió por el laberinto de la residencia. Verónica podía ser pequeña y muy rápida pero Mar era más perseverante, así que corrió todo lo que pudo hasta que al final la alcanzó levantándola y juntos cayeron al suelo, riéndose.

—¡No es justo! —se quejó Verónica haciendo una mueca. La niña odiaba perder, eso todos lo sabían muy bien entonces Marcel la miró y la encontró preciosa, siempre había sido así.

—Algún día me casaré contigo. —declaró sorprendiendo a la niña pero ella luego sonrió.

—No seas tonto, aún somos muy pequeños para pensar en el matrimonio.

—Pero cuando sea mayor me casaré contigo Verónica. —la niña ni siquiera le dio importancia, solo quería seguir jugando así que se levantó de sopetón del suelo.

—¡Vamos! Quiero seguir jugando antes de nuestros padres manden a alguien a buscarnos Marcel —ella le ofreció su pálida y pequeña mano, Marcel la tomó levantándose del suelo sintiéndose desilusionado de lo poco que le importaba a Verónica lo que había dicho.

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CUATRO AÑOS DESPUÉS.

MARCEL (16 AÑOS)
Al fin lo haría. Hoy sería el día”—pensaba decidido.
Había pasado todo el verano en Londres junto a la familia Blaze, al lado de Verónica. A mi Vero le gustaba estar en  constante movimiento, siempre al aire libre y a veces costaba seguirle el paso a la adolescente tan intrépida que acababa de cumplir quince años el mes pasado. Salíamos casi todos los días a cabalgar pero hoy iba a ser especial.

Escuché golpecitos en mi puerta y supe quién era.

—¿Ya estás listo Mar? —preguntó Verónica con su cantaría voz al otro lado de la puerta.

—Si —me miré por última vez en el espejo. Mi cabello oscuro había sido una travesía peinarlo por lo rizado que se ponía cuando estaba seco pero lo había logrado y tenía mi traje de montar perfectamente abotonado.

Se acercó a la puerta y al abrirla me encontré con Verónica, vestía pantalones, camisa y un chaleco que dejaba que su cuerpo rollizo adquiera una forma de reloj de arena. Curvas que a él le parecían preciosas pero había encontrado un par de veces a Verónica sintiéndose mal por las burlas que recibía de las demás muchachas esbeltas y delgadas de la alta sociedad londinense.

—Te ves guapo —dijo con una sonrisa, me sentí satisfecho conmigo mismo. —Vámonos.

Bajamos las escaleras con pasos apresurados.

—¡Con cuidado! —nos regañó lady Virginia Blaze, la madre de Verónica al vernos correr como caballos desbocados.

—Lo sentimos madre pero llevamos prisa —respondió Verónica apresurada y salimos de la residencia Blaze.

Ensillamos unos caballos y salimos a dar una carrera. A Verónica le encantaba competir y yo la complacía siempre participando. Hyde Park era nuestro lugar idóneo, al medio día no estaba tan poblado y podíamos hacer las carreras que nos apeteciera pero hoy yo tenía planes distintos así que en vez de ir por el camino de siempre me desvié.

—¿A dónde vas Marcel?

—¡Tú intenta seguirme el paso! —la reté viendo como el calor de desafío brilló en su mirada oscura.

Había estado preparando esto todo la semana. Descubrí un espacio alejado e íntimo entre los árboles del parque dónde nunca nadie iba. Cabalgué como nunca para llegar de primero y dejar a Verónica atrás.

—¡No me dejaré vencer por ti Bernal! —gritó Verónica a mis espaldas. Sonreí satisfecho y cuando ella me rebasó ya habíamos llegado a nuestro destino —¡Gané! ¡Yo gané y... ¿qué es esto?

Miró el lugar y vio como había puesto un mantel en suelo adornado con flores (verónicas de un bello color rosado que fueron muy difíciles de conseguir) me bajé del caballo y ella hizo lo mismo.

—Marcel que…

—¿Nos sentamos? —me senté en el mantel y ella dudosa hizo lo mismo, saqué la pequeña caja de madera guardada en mi chaqueta y al abrirla le mostré el collar del topacio en forma de corazón que perteneció a mi madre. —Quería obsequiártelo.

—Pero era de Lady Bernal, tu madre… no puedo Mar —dijo con el ceño fruncido. —No lo aceptaré.

—Por favor Verónica, quiero dártelo.

—¡No puedo!

—Verónica… yo te amo y por eso quiero darte éste collar. Quiero en un futuro casarme contigo Vero y compartir todo a lado.  —ella tenía una expresión de estupefacción en su rostro. Sostuve su mano y la alejó.

—No. Marcel no podría casarme contigo.

—¿Por qué no? Te he querido siempre Verónica, desde que éramos unos niños y hacíamos travesuras por toda la casa de tus padres —dije con una sonrisa temblorosa, Verónica acarició mi mejilla y odié ver amabilidad en usa ojos en vez de amor.

—Marcel te quiero pero no como tú deseas. No podría llegar a desarrollar otro sentimiento por ti que no fuera el de una hermana con su hermano; eres mi mejor amigo, mi compañero de aventuras pero no el dueño de mi corazón.

—¡Eso puede cambiar con los años! —ella negó.

—No Marcel solo te haría daño si te prometiera algo que sé que no podré cumplir. ¿No puedes conformarte con un cariño incondicional de hermandad? —aparté su mano de mí mejilla.

—¡No, no Verónica no me conformaría nunca a solo ser tu maldito hermano! —dije brusco y me di la vuelta caminar hacía mi caballo, subir en el y alejarme de ahí mientras me sentía el más estúpido por haber pensado que ella me correspondería.

Imbécil. Imbécil eres un Imbécil Marcel”.

Después de ese día le escribí a mi padre y me marché de Londres lejos de los Blaze, lejos de Verónica y su rechazo. Y al parecer fue lo mejor: ella se casó, se enamoró y tuvo un hijo pero yo me quedé estancado en ese primer amor y no sabía cómo hacer para arrancarlo el nombre de Verónica de mi pecho.

©𝑆𝐸𝑅𝐸𝑁𝐷𝐼𝑃𝐼𝐴. Saga: Palabras Hermosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora