Regreso a casa

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Así como el sol abandonó hace unas horas el cielo, tu abandonas la casa de tu mejor amiga, encaminado hacia tu propio hogar.

Esperas unos minutos en la parada del bus a que el último viaje de la ruta de inicio, y te embarcas en ella.

Alrededor de tres cuartos de hora pasan mientras tú sigues en la ruta del bus, apoyándote en una de las barandillas, notas el frío que hace por la escarcha formándose lentamente en la ventana que se encuentra frente a ti.

Sientes el peso de tu mochila, llena de las cosas que sueles cargar, acomodas tus audífonos, mientras escuchas Lo-Fi para tranquilizar tu ansiedad, tus ropas se sienten húmedas por la reciente lluvia, y tus manos están congeladas.

Revisas la hora en tu reloj, "Podría haberme quedado unos minutos más" piensas, con un ligero sentimiento de culpa en tu corazón, aunque sabes que en el fondo eso sería contraproducente.

Después de unos minutos de ir en el bus, tu parada finalmente llega, es hora de caminar.

Cada pisada que das con tus botas negras emite un sonido de salpicadura en el suelo levemente inundado, tu respiración emite vapor y te abrazas para aliviar el frío.

Cada vez te acercas más a tu hogar, pasas cerca de un restaurante muy concurrido, la luz ámbar ilumina aquel local y las zonas cercanas a éste, la gente se aglomera para obtener su alimento, escuchas decenas de voces cerca de ti, ordenando, recibiendo, compartiendo con familiares, y notas algo inusual.

Una persona ofreciendo una porción entera de comida a un vagabundo que pasaba cerca de ahí, y una sonrisa ilumina tu rostro, conmovido por la situación.

Una vibración te arrastra fuera de tu inmersión, una llamada en tu teléfono.

–Moshi Moshi–

Pausas tu música y respondes a la llamada con tu usual contestación, mientras esperas a que la otra voz recite su línea escrita por el destino.

–Oh, hola, sí, puedo pasarte esos apuntes.–

Creías que era una llamada común y corriente por parte de una persona muy especial para ti para pedirte algo tan trivial como unos apuntes.

–Eh, no, no, puedo hablar ahora, ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?–

El tono de voz que desprende la voz de la persona que te llamó transmite nerviosismo, escuchas su respiración acelerada e intranquilidad en su ritmo.

Caminas lejos de la multitud, a una esquina poco iluminada de una solitaria calle, para sentarte en una banca cercana, que afortunadamente no estaba empapada por la lluvia, esperando a que la voz al otro lado de la línea continuará la conversación.

–Esta bien, te escucharé sin importar qué, tu solo dime lo que ocurre.–

Conforme más palabras escuchas de esa persona especial para ti, comienzas a tener sentimientos encontrados sobre lo que dice.

Tus manos comienzan a sudar, y reafirmas tu agarre sobre tu teléfono.

–Tómalo con calma, si quieres puedo dejarte un tiempo para que respires y puedo llamarte después si gustas–

–¡No!-

Grita la persona al otro lado del teléfono, tan fuerte que pudo escucharse a una distancia mayor.

–Oye, comienzas a asustarme, ¿En serio estás bien?

Preguntas con un genuino tono de preocupación, esa persona te importa muchísimo, y el hecho de que actúe así te da mucho en qué pensar.

Diario Del Amor Y Otros SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora