Más Allá del Universo

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En un observatorio en los Andes Chilenos residía un astrónomo rico y jubilado que se dedicaba a buscar planetas y estrellas no documentadas antes. Su riqueza provenía del hecho de que había ganado, entre otras cosas, el Premio Nobel y patentado un lente que mejoraba la presición y resolución de las fotografías.

Alberto Pinlandés llevaba enviando semanalmente notas a sus amigos hablándole sobre sus hallazgos, los cuales eran generalmente nulos.

Un día, sin embargo, Alberto dejó de enviar mensajes a todos sus conocidos. Al cabo de un tiempo, sus allegados se preocuparon y Alberto respondió que estaba ocupado realizando mantenimiento a su telescopio.

Pasaron años y Alberto seguía diciendo que le realizaba mantenimiento a su telescopio. Los que lo rodeaban acabaron por suponer que Alberto se cansó de la astronomía y se pasaba los días viendo televisión o descansando.

No obstante, Alberto no había parado de trabajar en ningún momento. Se estaba gastando toda su fortuna en mejorar su telescopio con la mejor tecnología posible. Además, Alberto estaba en la obligación de invertir parte de ese dinero en mejorar la estructura para resistir temblores, que son comunes en la zona.

Seis años de realizar mejoras y Alberto por si solo había construido el telescopio más potente de la historia. Incluso más que los que usan las agencias espaciales.

Para tener lentes superiores al resto, Alberto compraba esmeraldas negras y las molía junto a salitre, luego de crear un fino polvo, se untaba en ámbar para crear una fina pasta que se recubre frente al lente. Al parecer, las esmeraldas negras eliminaban las dificultades de la contaminación lumínica pero no entorpecía la búsqueda de estrellas.

El objetivo de Alberto era descubrir que había más allá del Universo conocido, con el fin de desentrañar los misterios del cosmos.

Alberto activó su telescopio una noche especialmente clara y tranquila para tomar algunas fotos del universo. Una computadora, igual de potentísima que el telescopio guardaría los datos.

Pasado un día, la computadora seguía procesando las fotos. Al parecer la resolución del telescopio era tal que la computadora seguía trabajando en ellas.

Llegada la noche, igual de clara que la anterior, Alberto decidió usar el telescopio el mismo.

Enfocando el telescopio en una zona oscura del cielo, Alberto intentó ir lo más lejos posible.

Una ves abandonado el espacio conocido, Alberto siguió alejándose de la tierra. Estrellas, planetas, cúmulos y galaxias pasaron frente a sus ojos.

Luego vió algo para lo que la mente humana no está preparada porque simplemente no lo puede comprender.

El negro vacio del espacio se acababa y algo más comenzaba.

Una hormiga del desierto podrá caminar muchos kilómetros sobre la arena sin encontrar algo más durante su vida y llegará a la conclusión de que el desierto es eterno. Jamás se formará en su mente la idea del océano y si algún día lo llega a ver, enloquecerá. Un hombre no es sino una hormiga que vive sobre un guijarro en el vacío del espacio y nunca podrá comprender lo que hay más allá del vacío.

Alberto perdió la cordura. Cuando sus conocidos lo buscaron en su telescopio lo encontraron deambulando incapaz de formar palabras. El lente del telescopio había sido robado, al igual que su computadora. El suelo estaba lleno de salitre y nadie jamás supo responder a la incógnita de lo que le sucedió a Alberto Pinlandés

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⏰ Última actualización: Sep 27, 2020 ⏰

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