Ice Cream

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Le veía desde su lugar, con el helado derritiéndosele en la mano.

Contemplaba cada rasgo de su rostro; los hermosos ojos azules, los labios delgados, el pelo azabache que se tornaba cerúleo en las puntas y la forma en que éstas se le pegaban a la frente y mejillas. 

Pero lo que más le gustaba, sin lugar a dudas, era su sonrisa amable. Esa que al nacer en su cara lograba levantar sus pómulos con las comisuras de su boca. 

Era esa misma sonrisa, la que le llevaba a la heladería todos los días. 

Si bien, en un principio el muchacho le pareció atractivo, la amabilidad con que le tomaba su pedido y la sonrisa que le dedicaba, le hizo volver al día siguiente.

Asistía cada vez, sin falta. A excepción de los lunes, pues el chico descansaba ese día y Adrien no podía verlo. 

Admirarlo, se convirtió en parte de su rutina. Salir de la escuela, ir a casa, comer y dirigirse a la heladería para permanecer allí cerca de hora y media; observando al joven en la caja que atendía y servía con esa sonrisa que le volvía loco. 

Suspiró al presenciar como lo hacía de nueva cuenta. Sus ojos se empequeñecieron y la blanca dentadura salió a relucir acompañada de una risa posterior. 

No sabía nada de él, salvo que su nombre era Luka Couffaine. Pues éste se hallaba escrito en la insignia que portaba en el pecho con las palabras 'para servirle' debajo de él.

Y, a pesar de la regularidad de sus visitas, no se había atrevido a hablarle por su nombre. Aunque muchas veces fantaseó con hacerlo y que el otro hiciera lo mismo, llamándole con su voz tranquila y melodiosa. 

No obstante, su timidez le impedía incluso verlo a los ojos cuando el muchacho escribía su pedido en el ordenador. Temía que pudiese notar el gusto que le tenía sólo con mirarle una vez. 

El helado terminó por deshacerse en su mano, formando un charco de color verde y amarillo sobre la mesa. No tuvo más alternativa que tirar el cono al basurero contiguo con un gesto de rendición.  

A veces le sucedía aquello. Se quedaba embobado, con la mirada fija en el chico de la caja y no prestaba atención a su alrededor. Estaba seguro que si le sacaba una fotografía, no despegaría sus ojos de ella ni un momento. 

Expulsó aire por la nariz, abatido y resignado por el tiempo que se le había acabado. 

Tenía que volver a casa o su madre le daría el sermón de su vida. No deseaba tener más problemas con la mujer. Desde el divorcio, parecía enfurruñada o al borde de las lágrimas, sus emociones permutaban como el clima en verano. 

Se levantó de su mesa, la más alejada de la puerta pero con una excelente vista al mostrador, para caminar, lentamente, hacia el muchacho que ya atendía a otra persona frente a él. 

Apenas terminó con el hombre regordete, las miradas de ambos chicos se cruzaron. El azabache sonrió por costumbre y Adrien se sintió derretir, justo como el helado en su mesa. 

—¿Gustas algo más? —Preguntó el más alto sin deshacer su gesto. 

El rubio se vio tentado a decirle 'a ti', pero se contuvo. No tenía las agallas para dar una respuesta tan atrevida. 

—No, no realmente —rio nervioso con la mirada baja—. Es que ensucié un poco la mesa y quería disculparme. ¡Pero la limpiaré de ser necesario! —Argumentó con las mejillas muy rojas.

El muchacho soltó una risa que cubrió con una mano. Se volvió a ver la mesa un momento para poner su atención en el rubio de nuevo. 

—Está bien, no te preocupes —expresó, amable—. La verdad es un alivio, estaba por limpiar los baños pero supongo que mi compañera tendrá que hacerlo —susurró, acercándose a Adrien, quien podía oír los fuertes latidos de su corazón taladrar contra su pecho. 

One-shots LukadrienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora