Tension

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—Entonces no hay esperanza —sentenció Krisa, su voz era clara sin las ondulaciones propias del miedo. Su mirada retadora la invitaba a ofrecer una réplica.
—Es como si no existiera, Jarek nunca la aceptará —la diosa alzó su rostro, suspiró cerrando sus ojos.
—¿Existe?
—Tienen mi sangre, son parte de mi realidad. Para ellos, entre nuestros mundos no existen las fronteras  pero, para poder hacer la transición  completa Jarek  tiene que liberarlos de esta —la mujer de piel oscura tomó con cuidado y reverencia la mano de cada uno de sus hijos; la acarició y la examinó con cuidado, enlazó sus dedos con los propios, sus labios estaban sellados pero su mirada suplicaba. Krisa bajó su rostro, podía escuchar la petición silenciosa “si pudieras convencerlo”,  admitió su impotencia ante aquel ruego.
—¿Cuál es tu nombre? —Durante varios minutos no obtuvo respuesta—. Merecen por lo menos conocerlo.
—Merecen más que eso y lo sabes…— mordió sus labios, vaciló por un momento, dolorosas lágrimas  se podían ver en el umbral de aquellas pupilas conteniéndolas, a punto de desbordarse como si fuera una represa—. Mi nombre es Rhyza. Solo una madre puede reconocer el dolor que causa la impotencia de no poder proteger a sus hijos, sé lo que sientes; si aceptas proteger a los míos cada día de tu vida, le entregaré a tu hija el don más extraño que otorgamos los dioses: una bendición.
—¿Cuál es tu asignación?— Lanzó la pregunta inconscientemente, sin embargo la mantuvo, sostuvo la mirada contra aquella mujer en actitud decidida. Rhyza lo meditó un momento.
—Soy la diosa de la luna, la noche y los sueños —murmuró con voz queda.
—Acepto— dijo de manera rápida antes de arrepentirse. Se alejó en busca de Darja, la sacó con cuidado de su cuna arrullándola suavemente, la acercó a la diosa, esta con ternura acarició su frente, mientras murmuraba unas extrañas palabras que finalizó depositando un beso.
—Está hecho— la diosa se irguió, su cuerpo empezó a disolverse
—¿Es malo que uno sea un Dios oscuro?
—¿Malo? —Rhyza se alzó enfurecida—. ¿Es tan limitado el criterio de tu especie que solo puede juzgar en base a dos términos? Bueno y malo, negro y blanco —la figura de la diosa se disolvió para luego aparecer a solo centímetros de la cara de la reina, sus ojos habían  cambiado; el color negro de su pupila se había extendido hasta cubrir el iris y la esclerótica, dejando en aquellas divinas cuencas una masa oscura—. Todo tiene matices humana, contempla el cielo nocturno y mira los diferentes tonos; la oscuridad no es un negro absoluto, entiende que la naturaleza no se restringe a esos ignorantes criterios, ni nosotros tampoco. Mis hijos son extraños, únicos, valiosos…—los tonos de su imagen empezaron a hacerse más tenues hasta lograr una traslucidez que permitía distinguir cada vez con mayor nitidez los muros; su voz sin embargo, adoptaba mayor fuerza, una profundidad que asemejaba a las tormentas —Gemelos y dioses por sangre…nacieron  juntos serán la dualidad y el complemento.
Una bruma espesa, negruzca suplantó con lentitud a la diosa hasta desaparecer con la brisa del viento. Aquella escena invadió de terror el corazón de Krisa, quien retrocedió hasta sentir a sus espaldas la pared; tocar su frialdad la  sacó de aquel estado de estupefacción, su corazón latía apresuradamente, un sudor frío cubría sus sienes. Sus últimas  palabras se repetían en su mente en modo de sentencia; el sol sabía ella,  era el complemento perfecto de la luna, eso solo podía significar una sola cosa: en su asignación ambos serían diferentes caras de una misma moneda,  uno seguidor de la luz el otro de la oscuridad. 

Los días pasaron, nada volvió a ser lo mismo desde la llegada de aquel hechicero, había marcado una pauta, un antes y después en sus vidas. En el ambiente se podía sentir una tensión tangible, un desasosiego que trastornaba de todos los habitantes de aquel territorio su rutina.
Dentro del corazón de la reina se había alojado un vacío, sobre todo al pensar en su marido. Su llegada  tanto a su lecho como a su trono fue con la  ilusión y la ceguera de un tonto, con la ingenua espera de la felicidad infinita, sin darse cuenta que ingresaba a un mundo donde los peligros superarían sus fuerzas.
Era de noche, los niños dormían y ella  contemplaba el cielo sentada con las rodillas rodeadas con sus manos sobre el alfeizar de su recámara, mientras recordaba las palabras de aquella mujer de piel oscura, y enumeraba uno por uno los  diferentes tonos que entregaba en ofrenda la bóveda celeste. Había llegado al onceavo cuando la puerta se abrió, entraron un grupo de mujeres de manera apurada con diferentes accesorios en sus manos.
—El rey pide verla —enunció la mayor de sus propias damas.
Krisa se levantó y acudió a ellas, las dejó hacer su trabajo con total apatía: cambiaron sus ropas, peinaron sus cabellos, perfumaron y su suavizaron su cuerpo. Caminó a la habitación del rey de manera autómata, tenía su palma en el picaporte listo para abrirla,  cuando dudó y decidió tocar primero. No escuchó la invitación, esperó contemplando los lunares que tenía la madera de la puerta, no esperó mucho quizás un par de minutos. De la habitación salió el hechicero, al mismo tiempo llegó la voz de su marido llamándola.
Ingresó a la estancia amplia, el fuego en una chimenea cercana, daba a la habitación una temperatura agradable y proveía de una luz rojiza que iluminaba el cuerpo de aquel soberano,  una túnica cubría su cuerpo, se encontraba abierta en su pecho dejando entrever aquel fino vello castaño, su silueta se encontraba inclinada sobre una amplia mesa, sobre ella regadas de manera sistémica diferentes plantas. Las observó una por una, algunas brillaban, la mayoría eran desconocidas para ella, se acercó a él de manera coqueta, tomando una hoja entre sus manos. Aquellos tallos transmitieron un leve picor a sus dedos no producto de sus espinas pues carecían de ellas, de magia. Las devolvió con lentitud a   aquella mesa.
— Confías demasiado en ese hechicero —dijo mientras se aproximaba al rey, en la oferta disimulaba el franco reclamo.
—No tengo opción —murmuró cerca de su oído mientras acariciaba con veneración su cuello  una y otra vez. Escalofríos recorrieron a la reina, recordó el cuello largo y estilizado de Rhyza, la cicatriz dentada, se obligó a si misma a no reaccionar, a sumergir en lo profundo de su alma el miedo.
— Si la tienes —afirmó sutilmente, al tiempo en que  desabrochaba con cuidado el nudo del cinto de aquella bata  que portaba desprendiéndola de su cuerpo para quedar en tan solo un   suave camisón blanco. Jarek se detuvo, la observó buscando en sus ojos una respuesta, enredando en su mano un mechón de su cabellera suelta.
—Nos escuchaste—aseguró mientras aumentaba la presión que ejercía en su mano, jalando su cabello. Krisa a pesar de que en su cuerpo se activaron las llamadas de alerta no dio un paso atrás.
—No solo eso, hablé con ella — confesó la reina. El agarre en su cabello se volvió  firme; una mezcla de tensión y un ligero hormigueo, se reconoció a sí misma en la ante sala del peligro.
Jarek apoyó la palma de su mano en aquel punto sensible donde se percibía la vida en la base de su cuello, quiso percibir con su  tacto el temor arraigado, no lo encontró. Una extraña  decisión la poseía, su otra mano dedicaba  una caricia que dibujaba el contorno de su cadera
—Puedes salvarlos —murmuró con suavidad  la voz femenina. Él detuvo el curso de la caricia, la miró extrañado, se alejó con rapidez de ella.
—Nos espiaste —afirmó—, escuchaste como declaró su deseo por presenciar mi caída y sufrimiento. ¿Esperas qué confíe en ella?
—Confías en un extraño, pones tu suerte, la de todos en esas cuestionables manos. ¿Quién te dice que no es un enviado de esos Tesalian?
—He pensado en todas las posibilidades, tres cuartas partes de mi ejército protegen el umbral de comunicación. He hecho todo lo que es posible y necesario, es la última explicación que te daré. No permitiré que cuestiones mis  decisiones —amenazó. Por un par de minutos guardaron silencio, en un duelo de miradas. ¿Por qué se negaba a confiar en la única salida? Una madre no pondría en peligro a sus propios hijos, existía otra razón, entre sus recuerdos la encontró. “El mayor tesoro de esta realidad eran esos niños”. Lo entendió, no quería salvarlos, cuando ellos eran su salvoconducto; una simple moneda de cambio que le daría la oportunidad de negociar con los invasores, la desilusión la envolvió. Krisa inclinó su cuerpo en una reverencia.
—Jarek, eres nuestro rey, nuestro amo y dios protector en tus manos descansa el curso de nuestro destino — la reina pronunció aquel decálogo prueba de su lealtad, el mismo que cualquiera que atravesara  la adolescencia tenía el deber de jurar ante él, sin embargo ahora lo hizo impregnado de desprecio, incorporó su cuerpo de aquella postura de respeto y salió de aquella habitación para no volver.
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La comunicación entre realidades es tan sutil que es imposible percibirla a simple vista, solo se manifiesta a través de un hondo escalofrío, ya que la   transición entre ellas  siempre va acompañada de un frío intenso.
En el claro del bosque uno a uno aparentemente de la nada fueron emergiendo varios guerreros, todos de diferentes tamaños, pieles, rasgos y  vestimentas, solo había una cosa que los unificaba: extraños cascos todos negros con figuras de animales con las fauces abiertas, terroríficos y toscos. Aquel extraño mundo les dio la bienvenida a través de una ligera llovizna que empezó a humedecer sus cuerpos. Su líder, un dios de una altura considerable mucho más que la de cualquier otro,  de piel morena oscura y cuerpo musculoso alzó los brazos  recibiendo con alegría esa lluvia. El planeta lo presentía,  sabía que de aquella extranjera mano encontraría el final de su tiempo ofrendaba esa ligera precipitación como las lágrimas de despedida ante la futura muerte de sus hijos, presentía su propio final en sus entrañas
  Observó a su grupo. Todos preparados, ansiosos, el sentir el incremento de adrenalina durante el peligro, la batalla y la guerra era lo que ponía un poco de sentido a sus vidas. Sus armas consistían en pesadas espadas, cuchillos y lanzas. No portaban ningún escudo o protección más que sus ropas, no la requerían. La muerte era bien recibida por esta hermandad, más aún, era altamente buscada, sin embargo ese final que tan fácilmente obtenían bajo sus armas sus enemigos era un don que los eludía.
El líder anticipando el inicio de la batalla  miró a su mano derecha, destacaba entre los otros por ser el único con el torso desnudo, lo observó murmurando unos rezos invocaba, la esperanza. Cada misión encomendada era recibida gustoso con el objetivo de  encontrar en una forma corpórea, una llave metafórica que rompiera sus cadenas. Esos rezos lograban incrementar su confianza, en que algún día pudiera ser totalmente libre.
El grupo no mayor a 25 hombres se separó en partes iguales caminando con sigilo en distintas direcciones. Su primer paso era eliminar la comunicación entre los centinelas y el castillo. El soldado encargado del cuerno emisor del sonido de aviso, fue el primero en ser alcanzado por una daga directamente a su corazón, lo separaban tan solo 5 pasos del antiguo shofar  fabricado a base de un antiguo cuerno de carnero; le fue imposible darlos, su corazón bombeaba con tal rapidez que se desangró antes de alcanzarlo.
Los guardias próximos a dar el aviso nocturno de un inminente peligro a través de encender el fuego de los pebeteros fueron los segundos en ser alcanzados. Uno de los golpes, fue dado con tanta precisión y fuerza que la cabeza fue totalmente separada del cuerpo por un solo golpe. Cinco pebeteros vacíos, cinco cuerpos, examinaron sus armaduras ligeras y resistentes, al principio los golpes rebotaban en el metal provocando dolorosas vibraciones que cansaban sus músculos de sus brazos, después observaron ese trozo de piel que quedaba desprotegida y atacaron.
Tomaron y probaron sus armas, descubrieron que  eran superiores que las de ellos, aquellas espadas eran mucho más angostas, ligeras y de un filo extremadamente peligroso. Todos los guerreros abandonaron sus armas y tomaron las que aquellos cadáveres habían dejado en ofrenda a sus propios asesinos.
Los veinticinco hombres continuaron su avance, el ejército que estaba después de estas alarmas fue tomado por sorpresa, la lluvia más abundante ahogó sus lamentos y envío como homenaje la sangre de sus valientes a su tierra.
Los guerreros formaron  una línea desafiante. Su líder conocido como “el dios negro”, analizó lo sucedido, era denigrante que la deidad protectora de esos hombres se encontrara ocultó tras esos muros, consideró que él debía estar ahí, en la primera línea de defensa protegiendo.  El cabecilla cerró los ojos, buscó su magia, lo ubicó en uno de los balcones centrales de aquel palacio, podía ser tolerante con muchas cosas pero no con la cobardía. En un acto desprovisto de premeditación, desclavó de una sola intención una lanza empotrada en el cuerpo de uno de aquellos valientes soldados que murieron durante la defensa de su hogar, y la lanzó con precisión hacia aquella indigna deidad.

El dios esclavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora