Invasión

20 11 5
                                        

 Jarek había observado desde aquella posición el avanzar de aquel ejército invasor, durante aquella masacre se había debatido entre participar en la batalla o mantenerse en el  margen, ver el poder de aquellos extraños lo congeló en aquel lugar. La lanza que apenas había eludido  y que se había empotrado con fuerza en el muro agrietándolo, confirmaba lo acertado de su decisión. Ese hombre  era lo que decían los relatos: un dios oscuro de destrucción. Dio la espalda a los invasores no por osadía, si no por temor.

 Los Tesalian caminaron en formación, llegaron a la proximidad de aquella muralla. Los separaba tan solo un puente levadizo que se encontraba cerrado. Uno de los guerreros acertó una de las espadas tomadas como botín entre el mecanismo del cabestrante, otro se puso en cuclillas  y enlazó sus manos a la dirección de sus rodillas ofreciendo sus manos como escalón, un tercero tomando impulso, saltó sobre esas manos alcanzando la altura requerida para poder cortar de un tajo las sogas que lo sostenían. El puente cayó con fuerza produciendo un ruido seco, anunciando que la invasión había comenzado.

En su ingreso observaron el lujo de aquel castillo, la tierra reblandecida había formado una capa de lodo en sus cuerpos y en sus calzados los cuales dejaban una huella oscura sobre los pisos brillantes y nacarados.  Algunos guardias salieron a su encuentro, el lodo antes mencionado fue suplantado con una capa  viscosa del carmín de la sangre.

 Sus pasos resonaban al igual que el chocar de sus espadas, no hubo lamentos, no hubo gritos; a diferencia de otros conquistadores ellos no ejercían  la tortura. Su ataque era definitivo y contundente,  ofrecían a sus víctimas el consuelo de una muerte rápida sin sufrimiento.

 El ruido de una ventana que se azotaba al ritmo de la ventisca, con tal fuerza que parecía querer desprenderla de sus bisagras, interrumpió el sueño de un niño. Sus ojos castaños  observaron el movimiento de las suaves cortinas blancas que formaban siluetas fantasmales. El silencio de la noche fue interrumpido por el azote del viento, las ráfagas colisionaban en las ramas de los árboles obligándolas a bailar al ritmo del compás que aquella violenta brisa tocaba. El cielo estaba enlutado, por un momento en ese lecho suave reflexionó sobre el término y le concedió  la razón, parecía que un manto negro lo cubriera apagando a su paso la luz de las estrellas. De pronto un trueno anticipó la tormenta, un ruido ensordecedor que parecía desear romper el cielo, acompañado de luces que parecían fragmentar la bóveda celeste y producir sombras terroríficas. Tembló de miedo.

- Solo es una tormenta, duerme - la voz sonaba tranquila aguda, un reflejo de la suya propia generaba confianza, y al hacerlo era obedecida. Kanesh se enredó entre las mantas hasta cubrir su rostro. Los sonidos se multiplicaron como una cascada, entre la caída de la lluvia. Se mezclaban pasos presurosos que chapoteaba entre las acumulaciones de agua. El sonido inequívoco del desenvainar de un arma, el choque entre espadas, luchas lejanas. Tembló con más fuerza, se acercó al otro cuerpo que estaba próximo, buscando consuelo. Transmitir  esa alerta. Solo encontró su respiración queda, rítmica, característica de un reposo profundo. Cubrió sus oídos con sus manos fuertemente tratando de  eliminar esos sonidos: no funcionaba. La manta resultaba fría, áspera. La alejó con brusquedad  de su cuerpo. Por un momento observó la figura que quedaba a su lado, una copia de sí mismo: su hermano gemelo. Dudó. Los sonidos aumentaron y con ello su determinación. Caminó. Sus pies desnudos sobre los fríos  suelos de mármol,  no generaban sonido alguno,  avanzó hasta ocultarse en un armario, reserva de telas y mantas. Amaba ese escondite era totalmente insonoro, aún así cerró con fuerza los ojos y mantuvo sus manos presionando de nuevo sus oídos, hasta que pudo anteponer a ese ruido la bendición del silencio.

Una a una los Tesalian fueron abriendo todas las puertas del castillo, reuniendo a todos los habitantes poco a poco. Su líder buscó a ese dios, se encontraba junto a una bella mujer cuyos ojos destilaban osadía, portaba en su brazo un bebé, un semidiós, el guerrero pudo percibir su sangre divina. Detrás de esa mujer se escondía un niño que lo observó adormilado, al igual que con todos fue sometido al mismo análisis, la respuesta detuvo sus pasos, era un dios también. Uno, cuyo despertar aún no había llegado, una deidad de sangre, algo extraño. Pensó en la variación que su segundo al mando siempre buscaba, recordó su  teoría acerca de esas particularidades, en esas excepciones a las reglas creía fervientemente radicaba la clave de su libertad.

El dios esclavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora