Ñanu

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—Hermano, despierta —ese llamado continuo realizado con la voz tenue que esconde secretos, lo extrajo de la marea profunda que son los sueños, al principio vivió el desconcierto, después recordó donde estaba, quién era, el por qué ese título. Su condena: olvidar su propio nombre y entregar su identidad al olvido.

Las barracas estaban silenciosas, en una absoluta penumbra, solo se escuchaban los ronquidos quedos de algunos, un muchacho de piel blanca y cabello rubio rojizo se sentó sobre la cama y se talló con fuerza los ojos, observó la ventana próxima, la luz de la luna estaba en su cenit y el frío nocturno del desierto podía sentirse a través del gélido viento.  La luz era escasa sin embargo pudo reconocer con las facciones de quien le hablaba, una figura alta y delgada con los músculos aun  no definidos a causa de  su juventud, la piel oscura y brillante los ojos  caoba,  la nariz y los labios gruesos. El muchacho sonrió, sus dientes eran de un  blanco tan deslumbrante  que parecían brillar en su rostro, le ofreció un pequeño bolso de tela gruesa, él la aceptó curioso, la abrió e introdujo su mano, tan solo con su tacto reconoció el mayor tesoro de la única persona que estimaba en esa tierra, pequeñas figuras esculpidas en madera; tan solo tenerlas, le hizo pensar en las horas que su amigo invertía en  tallar con reverencia cada una de ellas. Colocando uno de sus dedos sobre sus labios en actitud de silencio, lo invitó a salir.

Numerosas antorchas  iluminaban esa pequeña ciudad alejándola de la oscuridad, los muros se tenían de tonos anaranjados producto de la madera en ignición. Le permitió observarlo con mayor detenimiento, en la mano derecha portaba una lanza afilada detrás de ella el casco de soldado que lo asignaba como un Tesalian.

—¿Qué haces con uno de esos? —cuestionó señalándolo como si fuera un pecado. El muchacho de la piel oscura  dirigió  hacia ese casco su mirada. Lo entendía en el fondo era una afrenta a su dignidad y su orgullo portar ese título; caminar y luchar con quienes saquearon su mundo, y asesinaron a su gente. Pero no había opción era traicionar sus propios intereses o la muerte.

—Algunos no están satisfechos por no ser incluidos en la invasión de Pradesh —explicó en un susurro suave, suspiró —, una nueva puerta se ha abierto, quieren que dirija la exploración.

—Aún eres muy joven, el capitán no lo permitirá —Lo tomó del brazo sacudiéndolo, su piel blanca contrastaba sobre aquella piel oscura, eran de diferentes mundos, de diferentes razas, unidos por el dolor y la tragedia. La mirada caoba de su amigo se inundó de lágrimas contenidas, su labio tembló al tratar de emitir una respuesta, al final solo mostró una de sus cadenas disimulada en pulsera, esta brillaba, emitía un suave brillo desde dentro. Khrisazu retrocedió comprendiendo, era una orden emitida por amo, su mejor amigo no tenía opción.

—Nuestro líder no lo sabe ¿verdad? Él lo detendría —No obtuvo respuesta, más que una súplica con la mirada.

 La lanza empezó a cimbrar suavemente, temblaba, pero no era el arma la que provocaba el movimiento, era Ñanu, que tenía miedo. De todos los que estaban por presentar la prueba de la lealtad, era el mas inteligente, tanto que el capitán lo había empezado a aleccionar para tomar su puesto de rastreador, sus labios estaban sellados por un mandato, pero sus facciones hablaban, le decían: “Vamos Khrisazu piensa”. Al final se dio cuenta, Ñanu había encontrado una solución, una excepción a una regla, el mismo no podía hablarlo con los líderes pero él sí, a él no se lo había prohibido. Lo jaló por el brazo  haciéndole perder el equilibrio y lo estrechó entre sus brazos con fuerza.

—Lo he entendido, les avisaré. Estarás bien

Lágrimas de alivio se derramaron dibujando caminos en sus mejillas, Khrisazu no perdió tiempo, corrió con toda su fuerza. Por un momento los sonidos de la noche se unieron con el  de sus pasos hundiéndose en la tierra.

El dios esclavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora