Una vez fue un príncipe..

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Las estrellas, esas esferas luminosas que adornan el firmamento guardan un secreto: Gestan a los dioses. Cuando una estrella muere, una realidad nueva se crea y los dioses despiertan. A partir de ese momento, pierden su asignación de estrellas y adquieren las características y formas de un planeta, donde se genera vida.

Su nacimiento había sido un buen augurio, ocurrido en el año 640 del reinado del Dios Jarek, sobre el planeta origen; una tierra abundante en riquezas, siempre verde por lo que fue denominada Desh (la pradera). Los números pares  siempre marcarían su vida; quizás porque él mismo formaba parte de uno, al no venir a ese mundo solo y nacer con un hermano gemelo. Nacieron como  príncipes,  primogénitos,  herederos; su origen era divino por ser hijos de Jarek.

  Su hogar fue un castillo de formas alargadas y artísticas  con torres  que terminaban en hermosas gotas,  de un color nacarado producto de los innumerables bloques de mármol con los que había sido construido. Había también  preciosas fuentes que conjugaban esculturas  de las que  brotaban aguas cristalinas,  y estas fueron famosas en todos los rincones del universo.

 Sus pañales fueron de seda con ribetes de oro; su cuna, compartida de la madera más fina. Y sobre ella se mecía un colgante de esmeraldas y rubíes  que los adormecía.

Los gemelos fueron bautizados dos meses después por sus propios padres. Fue su progenitor quien asignó los nombres  Kanesh, (heredero de la pradera) para el mayor y el pequeño Serek (el segundo).

 Jarek era un hombre maduro, de piel morena clara y una barba castaña y espesa en forma de candado. Tenía un porte siempre orgulloso, de complexión atlética producto a los años dedicados  a la guerra y su asignación  divina  lo había nombrado como el Dios de la estrategia. La madre de los pequeños, era una nativa de aquel planeta, que respondía al nombre de Krisa,  de  voz dulce y sonrisa alegre, ojos negros y una melena castaña adornada con broches de perlas a la altura de las sienes, de cuerpo menudo y piel blanca.  

Crecieron entre ternura y mimos siendo cada uno, un reflejo del otro.  Sus pieles eran morenas de tintes más oscuros que la de su padre, sus cabellos  de color negro y los ojos castaños del color de las almendras con tantos brillos como si en ellos se hubieran escondido  en ellos las estrellas.  Siempre juntos: hermanos, cómplices y amigos.

Apenas abandonaron la primera infancia, empezaron su instrucción al lado de su padre en el entendimiento de su realidad y se les asignaron túnicas  suaves de color crema y bordados dorados. Su padre estaba orgulloso;  ambos eran inteligentes y diestros. Llegaron  entre carreras y risas a la sala del trono patinando sobre sus sandalias  en el resbaladizo suelo. Serek ocultaba entre sus bolsillos una rana, Kanesh sacudía sus rodillas  liberándose de la una capa de  fina arenilla. Su padre los observó sentado sobre  su trono, frente al cual se encontraba una pequeña mesa con un tablero.

—Serek, libérala — dijo el rey al tiempo en que movía con concentración  una ficha de obsidiana. El niño aferró con mayor decisión su presa, ondas de magia ligeras procedentes de su padre  llegaron a su encuentro haciendo una pequeña abertura a la tela liberándolo  el animal,  este  saltó con ritmo por todo el salón. El niño tenía toda la intención de seguirlo, su hermano lo detuvo tan solo con un gesto; estaban más que acostumbrados a hablar en silencio –. Acérquense es importante que aprendan esto –. Ambos lo hicieron con pasos seguros, levantando el rostro tranquilos, estaban por cumplir siete años y desconocían el miedo. Su padre los alzó en brazos, colocando cada uno en una de sus rodillas.

— Su primera lección será el equilibrio — dijo con voz paciente mientras tocaba la nariz de uno —. Es la lección más importante, dado que si la comprenden, podrán entender el funcionamiento del universo mismo. Cada realidad debe de tener un balance equitativo entre el poder de un Dios y un iluminador, eso es lo que hace a una realidad fuerte —. En el tablero descansaban dos solitarias fichas en el centro.

—Pero aquí no existe un iluminador — murmuró Kanesh mientras su hermano se apoderaba de las diferentes figuras, cada una esculpida en una diferente piedra.

—Muy observador Kanesh, te felicito —. El pequeño hinchó su pecho de orgullo, Serek lo ignoró divertido, en su regazo descansaban todas las piezas. El Dios suspiró era difícil explicar a simples niños esos conceptos, sin embargo era necesario —. Nuestro iluminador murió hace mucho tiempo, sin generar un heredero. Verán…. — dijo mientras tomaba dos de las piezas y las centraba en el tablero — . Eso produce un desequilibrio —  murmuró  mientras quitaba una de las piezas — todo tiene una consecuencia, en nuestro caso, aunque en el planeta aún guarda un reservorio de su fuerza, abre las puertas.

—¿Qué puertas?— Preguntó curioso Serek.

—Las fronteras que normalmente son inmutables entre las realidades por tanto, existe una comunicación constante con otros mundos.

—Tú la has aprovechado – afirmó Kanesh mientras sostenía una pequeña escultura de jade entre sus dedos. Jarek lo observó sin emitir una palabra reflexionando; su actitud carecía de un juicio, tan solo exponía los hechos, su mirada brillante  rebosaba de una inocente admiración.

—Si, lo hice —, admitió con un dejo de añoranza — . La ley más antigua que rige cualquier mundo es la supervivencia. La oportunidad atrae a  los  que esperan obtener de la conquista mayor poder y riqueza. Es sencillo; se limita a  conquistar o ser conquistado. Somos Dioses, tenemos la oportunidad de elegir nuestro bando.

Kanesh repetía cada una de las palabras de su padre con la intención de grabarlas de memoria. Una frase llamó su atención, los consideró dioses aunque no lo eran, por lo menos no completamente, solo la mitad de su origen era divino.

—Sin embargo eso no nos exime del peligro. Un día podrán venir otros más fuertes, y conquistarnos.

—Eso es imposible, tu podrás protegernos, eres un Dios papá— dijo Serek mientras enlazaba su brazos en su ancho cuello e inmediatamente  estampaba un beso.

—Segunda lección: nadie es invencible. Todos, incluyendo los dioses, tenemos debilidades. Lo cierto es que no somos inmortales, solo es más difícil vencernos, pero no es imposible —. Kanesh lo miró fijamente, aquella lección lo congeló por un momento, su corazón empezó a latir rápidamente, con fuerza, como un pájaro atrapado  en su pecho que batía las alas constantemente, era el signo inequívoco de un presentimiento. La figura escapó de sus dedos,  rompiéndose en cientos de astillas pequeñas verdes que adornaron el suelo. Jarek mismo tragó con dificultad, había vivido lo suficiente para reconocer una advertencia del destino.

El dios esclavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora